Intuición de perennidad - Alfa y Omega

Intuición de perennidad

Javier Alonso Sandoica

En la misa de apertura de la Misión Madrid, el cardenal Rouco Varela recordó las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigiera a los jóvenes españoles en 2003: Ser testigos de la verdad de Cristo se realiza con la propuesta, no con la imposición. Y el cardenal improvisó una serie de áreas de actuación, como las manifestaciones del arte y del pensamiento. Pero el arte pegadizo de nuestros días lleva visos de helarte el alma. Y digo pegadizo como sinónimo de más frecuentado. ¿Saben que, de los tres eventos más visitados durante el verano, el top lo ocupa ese loco de la provocación que es Damien Hirst? Se montó, en la Tate Modern de Londres, una retrospectiva de su obra, que es como una bajada a los infiernos, pero sin el apoyo cuerdo de Virgilio, en la que se destacaban unas urnas con cabezas de vacas muertas en proceso de descomposición, con sus costras de sangre, rastro de gusanería y moscas de la muerte luchando por salir del recinto.

En el fondo, la culpa no la tiene Hirst, sino el retraso intelectual del que hace cola, porque piensa que la parodia del arte en manos de un genocida de la belleza es una mejora, una aportación del espíritu humano. Las autoinmolaciones a lo one bomber no son un problema, si el ser humano sabe definirlas como atentados. El drama comienza cuando ya no diferenciamos lo que es contribución y lo que es regresión, y es este punto el que más debiera preocupar a nuestra civilización. No pienso, con Andrés Ibáñez, que igual que Egipto, Grecia y Roma tuvieron su sanmartín, ahora le ha llegado el turno a la civilización occidental. No creo que andemos sin frenos y se vaya a cerrar el ciclo de Occidente, porque la definición a la que hemos llegado del hombre, en virtud del pensamiento cristiano, es de una solidez inaudita. Pero es verdad que estamos perdiendo lo que María Zambrano denomina intuiciones del alma, como el nudo de intuición de la trascendencia, o el nudo de intuición de la defensa de la vida. Y preferimos la fugacidad, la debilidad de las cosas.

La semana pasada, Madrid fue testigo de una exposición colectiva que duró sólo cuatro horas: Vanitas, veinte artistas que nos hablaban de la fugacidad de la vida con el recurso de la fugacidad de su propuesta. Para que la civilización occidental no se muera de sí misma, habrá que recuperar las intuiciones que hablan de perennidad.