Internos que enseñan y conmueven a un cardenal
El arzobispo de Madrid recoge en su nuevo libro –Mi maestro fue un preso– diálogos con las personas privadas de libertad en Soto del Real
Uno de los lugares predilectos del arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, es la prisión. Así lo atestiguan sus frecuentes visitas –ahora limitadas por la pandemia– al centro de Soto del Real, el que se encuentra en territorio de la archidiócesis madrileña. Lo mismo que hizo cuando desarrollaba su ministerio episcopal en Orense, Oviedo y Valencia. Pero su interés por las personas privadas de libertad había surgido mucho tiempo antes, cuando tenía 6 o 7 años, durante una visita con sus padres al santuario de la Bien Aparecida. De camino se topó con la cárcel de El Dueso, «un lugar –según le dijo su padre– donde se curaban los hombres y las mujeres que han tratado mal a otros». Ya ante la Virgen, el pequeño Carlos rezó por las personas que albergaban aquellos muros.
Así lo cuenta el propio purpurado en el libro Mi maestro fue un preso, que acaba de salir a la luz, y que recoge el diálogo mantenido con los presos de Soto del Real a lo largo de dos años. Una conversación en la que los internos abren su corazón, su vida, sus creencias o dudas, su conversión; comparten poemas, reflexiones, o simplemente dan las gracias a Dios, al cardenal y al «hermano» Paulino, el capellán. Osoro coge el hilo de cada carta y responde desde la cercanía.
Uno de los internos confiesa que una noche, en la celda, estuvieron hablando de una imagen que les había regalado el propio arzobispo: Jesús repartiendo el pan y el vino y una puerta abierta. «Cristo es la Puerta que siempre está abierta para que entren pobres, ricos, intelectuales, ignorantes, libres, privados de libertad. Una puerta que me abrió a mí y abre a todos los hombres», escribe. «Estoy seguro de que tu carta sorprenderá a muchos por su hondura y reflexión», le responde Osoro.
Otro cuenta que por las noches reza con su compañero de celda las completas cantando: «Los funcionarios están encantados y asombrados de nuestro cántico nocturno, y eso que cantar gregoriano de oído no es nada fácil».
Aunque la mayoría de los escritos son esperanzadores, pues se encuentran en ellos la asunción de responsabilidad por lo cometido, el deseo de cambio de vida –en algunos ya materializado– y el acercamiento a Jesús, hay casos marcados por la angustia y la falta de sentido. Como la de un joven de 19 años, que se descubre así: «Estoy en una espiral sin salida, pero sí con entrada. Esa espiral está formada por mi infancia, la separación de mis padres, las amistades, los problemas… Vivo cegado con un odio superior a la razón, estoy arrasando mi vida sin pensar las consecuencias. […] Una existencia falta de sentido». En su contestación, el cardenal le pide, antes de hablarle del «afecto invencible» del amor que Dios le tiene, que no se rindiese, que solo tenía 19 años y toda la vida por delante.
Y aunque el arzobispo es quien ofrece pautas y consejos ante la situación de cada interno, reconoce en el epílogo que el título del libro se ha cumplido: «Hoy puedo decir que mi maestro fue un preso. ¡Cuánto me habéis enseñado en los diálogos que con vosotros he tenido en Soto del Real!».
Carlos Osoro
Sal Terrae
2021
192
12€