Instrumentum laboris: «La misión es el único criterio» evangélico para organizar la Iglesia

El instrumentum laboris del Sínodo anima vivir la unidad en la diversidad

El documento que orienta el trabajo de la Asamblea sinodal del próximo octubre afirma que una Iglesia sinodal debe ser capaz de «gestionar las tensiones sin dejarse destruir por ellas»

María Martínez López
Instrumentum laboris Sínodo
Un momento de la rueda de prensa de presentación del instrumentum laboris. Foto: Eva Fernández.

Los católicos «no debemos asustarnos» ante las tensiones, «ni tratar de resolverlas a toda costa, sino comprometernos en un discernimiento sinodal constante» para que no sean una fuente de polarización. La Iglesia «no teme la variedad», sino que «la valora sin forzarla a la uniformidad». Esta reflexión se recoge en el instrumentum laboris para la Asamblea sinodal sobre la sinodalidad del próximo mes de octubre, que se ha hecho público este martes.

«Hay que seguir explorando» cómo vivir «la unidad en la diversidad», afirma el texto. Una Iglesia sinodal debe ser capaz de «gestionar las tensiones sin dejarse destruir por ellas, viviéndolas como impulso» para profundizar en lo esencial. Encontrar modos para caminar juntos más allá de la polarización es «indispensable para que la Iglesia permanezca viva y vital» y sea signo para las culturas actuales.

Una primera parte del texto resume y relee el camino recorrido durante la fase de escucha diocesana, nacional y continental, que se ha desarrollado durante los últimos dos años. A continuación, se plantean tres grandes preguntas, acompañadas por 15 fichas de trabajo que las desgranan. El texto aclara que aunque sus primeros destinatarios son los participantes en la Asamblea, estos temas pueden servir también para «favorecer la participación en la dinámica sinodal a nivel local».

La sinodalidad nace del Bautismo

Al recordar lo vivido durante el proceso de escucha, se subraya sobre todo que «una Iglesia sinodal se funda en el reconocimiento de la dignidad común que deriva del Bautismo, que hace de quienes lo reciben hijos e hijas de Dios, miembros de su familia y, por tanto, hermanos y hermanas en Cristo, habitados por el único Espíritu y enviados a cumplir una misión común». Este Bautismo crea «una verdadera corresponsabilidad entre los miembros de la Iglesia».

De ahí surge el deseo de una Iglesia sinodal «también en sus instituciones, estructuras y procedimientos». La Iglesia sinodal es asimismo una «Iglesia de la escucha» al Espíritu a través de la Palabra, de los acontecimientos y de la escucha recíproca. «Para muchos la gran sorpresa fue precisamente la experiencia de ser escuchados», reconoce el texto.

La Iglesia se siente asimismo llamada a ser «una Iglesia de encuentro y diálogo» con las otras Iglesias y comunidades eclesiales, con las que se comparte el Bautismo y se puede dar «testimonio común». Encuentro también con los creyentes de otras religiones y con las distintas culturas y sociedades. «Pero sobre todo entre las múltiples diferencias que atraviesan a la Iglesia misma». Por último, la Iglesia sinodal «desea ser humilde», pedir perdón y aprender, ante las «graves crisis de confianza y credibilidad» debidas a los abusos sexuales, espirituales y de autoridad. Y se siente llamada radicalmente «a la conversión, al cambio, a la oración y a la acción dirigida a todos».

Más que una estrategia

Una de las novedades del documento es que los autores han considerado necesario cambiar el orden de los tres elementos claves que forman parte del lema del Sínodo para hacer más hincapié en la llamada a la misión. En vez de «comunión, participación y misión», se ha situado la misión en segundo lugar.

«Comunión y misión se entrelazan y se reflejan mutuamente». Es preciso, por tanto, superar la idea de que la comunión solo se da dentro de la comunidad y la misión es hacia fuera. En realidad, «la comunión es la condición de la credibilidad del anuncio». Y, al mismo tiempo, «la orientación a la misión es el único criterio» evangélico para la organización interna. Ambas facetas «se alimentan en la participación común en la Eucaristía». Y en relación con ellas es como debe entenderse la participación, que se aborda en último lugar.

En función de esta reflexión se presentan tres preguntas, subrayando cada una de estas prioridades. En primer lugar, «cómo podemos ser más plenamente signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano». En este sentido, se subraya que «la vida sinodal no es una estrategia para organizar la Iglesia, sino la experiencia de poder encontrar una unidad que abraza la diversidad sin cancelarla, porque esta fundamentada en la unión con Dios en la confesión de una misma fe».

Se plantean aquí cuestiones sobre «si existen límites a la voluntad de acoger a personas y grupos; cómo entablar un diálogo con las culturas y las religiones sin comprometer nuestra identidad, o sobre la determinación de ser la voz de los marginados», como los pobres o los migrantes.

Un método para dialogar desde el Espíritu

El instrumentum laboris se hace eco de la petición, llegada «desde todos los continentes», de que el método de la conversación en el Espíritu «anime e informe cada vez más la vida cotidiana de las Iglesias». Durante todo el proceso de escucha durante la preparación al Sínodo, se ha constatado «lo fructífero» que ha sido este método, descrito como «un momento pentecostal». Por ello, se sugiere aplicarlo a todos los niveles y dar «prioridad» a formar en este método a animadores que acompañen a las comunidades para practicarlo.

El instrumentum laboris explica que la conversación en el Espíritu es «una oración compartida con vistas a un discernimiento en común». Después de prepararse mediante la reflexión y la meditación, los participantes «se regalan mutuamente una palabra meditada y alimentada por la oración, no una opinión improvisada». En un primer momento, cada uno toma la palabra a partir de su propia experiencia releída en la oración, mientras «los demás escuchan sabiendo que cada uno tiene una valiosa aportación que ofrecer, sin entrar en debates ni discusiones».

Luego, en silencio y oración se invita a cada uno a abrirse al otro para, en vez de rebatir lo que ha escuchado, compartir lo que más le ha conmovido e interpelado de los demás. «Estas huellas son el lenguaje con el que el Espíritu hace resonar su propia voz», con el acompañamiento del Magisterio y la teología. Por último, de nuevo en un clima de oración, se identifican «los puntos clave que han surgido» para «construir un consenso sobre los frutos del trabajo común», en el que todos se sientan representados. «No basta con elaborar un informe» con lo más citado, sino también discernir las voces marginales y los desacuerdos. Todo ello termina con una oración de alabanza a Dios y de acción de gracias.

«Corresponsables»

A continuación se plantea «cómo compartir dones y tareas al servicio del Evangelio», en una misión en la que todos los fieles son «corresponsables» y «necesarios». Se quiere responder aquí a qué está dispuesto a poner en común cada miembro de la comunidad, y cómo se «consigue solicitar la contribución de cada uno», partiendo de su originalidad propia. En este apartado, se invita además a reflexionar sobre «la promoción de la dignidad bautismal de las mujeres, el papel del ministerio ordenado y, en particular, el ministerio del obispo en el seno de la Iglesia sinodal misionera». El propio Sínodo dio un primer paso hacia una mayor participación de mujeres en los organismos de toma de decisión al decidirse el pasado abril que en la Asamblea sinodal haya laicos y mujeres con derecho a voto.

Por último, se aborda el tema de la participación. No solo como una cuestión de procedimiento, sino que «expresa la preocupación por el florecimiento de lo humano, es decir, la humanización de las relaciones» en el ámbito de la comunión y la misión, mediante la creatividad para cultivar relaciones de hospitalidad, acogida y promoción humana. De ahí surge la pregunta de si la autoridad se plantea en términos mundanos, o de un servicio que ayuda a crecer al otro en vez de bloquearlo.

También se aborda la pregunta de «cómo imprimir a nuestras estructuras e instituciones el dinamismo de la Iglesia sinodal misionera». Pero las estructuras no bastan, y por ello se subraya la necesidad de formación para crear una cultura y espiritualidad sinodal. Es preciso además «renovar el lenguaje utilizado por la Iglesia» en la liturgia, la predicación, la catequesis, el arte y todas las formas de comunicación.