Que el aspecto físico es una cuestión que preocupa a la sociedad no es nada nuevo: muchas de nuestras rutinas y decisiones diarias giran en torno a la apariencia. Lo que ocurre es que esta presión por cómo nos vemos y cómo nos ven los demás comienza cada vez a edades más tempranas y mediada por muchos factores, entre ellos, los influencers.
Este es el motivo que desencadenó el estudio DIGITAL_FIT, que desarrollamos desde la Universidad Internacional de la Rioja con el apoyo de la Fundación Mapfre, para conocer el impacto del contenido de marca publicado por influencers en el imaginario de los adolescentes sobre su aspecto físico y sus hábitos de alimentación. Gracias a las respuestas de más de 1.000 menores entre 11 y 17 años de toda España pudimos comprobar la atracción que sienten hacia los influencers debido a la conexión e identificación que mantienen con ellos, quienes realizan promociones de productos y servicios a través de sus perfiles en redes sociales.
La publicidad es una parte fundamental del contenido de estas celebridades digitales. De su mano, los adolescentes han confirmado recibir con mayor frecuencia promoción de productos de moda, de cosmética y belleza, de gimnasios y de procedimientos estéticos. Es un hecho que los menores están recibiendo inputs persuasivos de productos y servicios que tradicionalmente se reservaban para una audiencia adulta. Efectivamente los niños, niñas y adolescentes viven experiencias de consumo, de ocio, de entretenimiento a edades cada vez más tempranas, desconociendo si tienen la madurez crítica para realizar un uso y consumo responsable. Los productos de cosmética y belleza son un ejemplo, con gamas dirigidas a jóvenes de 13 años. Con ello no podemos olvidarnos del mensaje que reciben los pequeños: «Para cumplir con la imagen estándar debo maquillarme, tomar proteínas e ir al gimnasio».
Así, un 50 % de menores entre 11 y 17 años percibe que el éxito social y un buen aspecto físico contribuyen mucho a la hora de relacionarse con amigos, ser aceptados y gustar más. Esta importancia del aspecto físico se traslada también a las redes sociales, donde una mejor apariencia conlleva mayor éxito en estas plataformas. Por ello, no es de extrañar que usen filtros y editen sus imágenes antes de compartirlas.
Esta asociación entre éxito e imagen física supone la entrada en una espiral de sentimientos, emociones y percepciones sobre el cuerpo que pueden afectar a la autoestima del menor. Así, el informe destaca que el 27,8 %, al ver publicaciones de las celebridades colaborando con productos de alimentación y aspecto físico, siente de manera frecuente que un cuerpo bello se relaciona con uno delgado y tonificado; un 13,9 % de los menores opina que no está a la altura y que su apariencia no cumple con el estereotipo socialmente aceptado y un 12 % se siente frustrado o ansioso por no poder alcanzar la imagen que transmiten los influencers.
Los adolescentes son conscientes de la relevancia de cuidar su alimentación y hacer ejercicio para mantener un cuerpo saludable; sin embargo, ello no significa que todos lo pongan en práctica: así, un 27 % hace poco o nada de ejercicio y un 22 % cuida poco o nada su alimentación. Asimismo, existe una distorsión en cuanto a lo que los adolescentes consideran alimentación saludable y aspecto físico ideal: si bien hablan de alimentación balanceada, los ejemplos gráficos de cuerpo físico ideal serían Cristiano Ronaldo o Nadal, entre otros. Esto es, cuerpos atléticos y esculpidos al alcance de muy pocos.
Podemos afirmar que los adolescentes no mantienen una posición ingenua ante los influencers: son conscientes de la subjetividad de lo que muestran, bien con el empleo de recursos que alteran la realidad o porque en redes sociales solo se muestra el lado amable de sus vidas, con el objetivo de explotar la relación aspiracional que se crea entre seguidor y celebridad.
No obstante, relativizan el uso de estos recursos al aceptar la exageración y la superficialidad como parte del contenido —también como algo característico de las redes sociales— y tienden a incorporarlo a sus rutinas digitales sin una reflexión ética previa de si, por ejemplo, es correcto el uso de filtros que distorsionan la realidad.
Parece evidenciarse que la alfabetización digital de las nuevas generaciones debiera encaminarse hacia integrar también la dimensión ética, que permitiría el discernimiento entre lo bueno y lo malo y su repercusión en el comportamiento del propio individuo y de la sociedad. Solo de esta manera podrá decirse que se ha alcanzado realmente el pensamiento crítico, habilidad esencial para un entorno digital donde los contenidos adquieren cada vez más formas difusas.