Indignos de la paz - Alfa y Omega

Hace unos días aquí, en la Nunciatura en Kiev, tuve otro encuentro más con un grupo de familiares de prisioneros de guerra. Era un grupo de mujeres, hermanas y madres, en representación de varios cientos de militares ucranianos —¡sobre todo voluntarios!— que fueron capturados por las Fuerzas Armadas rusas en abril de 2022; es decir, hace casi un año. Tengan en cuenta que cada persona de la foto venía de una región diferente de Ucrania; por eso, por el coste y la logística, un grupo relativamente pequeño representa a un número mucho más grande de parientes.

Esas mujeres no tienen contacto directo con sus maridos, hermanos o hijos, pero, aun así, de vez en cuando consiguen algo de información sobre su situación, principalmente gracias al testimonio de los compañeros que han sido liberados mediante un intercambio de prisioneros. De las historias que me contaron, mencionaré un aspecto: durante varios meses a muchos de los prisioneros les dieron una cantidad muy limitada de agua y comida. Algunos de ellos perdieron entre el 40 % y el 50 % de su peso anterior. Me detengo aquí porque creo que es suficiente para comprender los aspectos esenciales de su situación.

El sufrimiento de aquellos prisioneros es una de las intenciones principales de mi oración diaria. Sé que todos nosotros deberíamos repetir una y otra vez nuestra petición a Dios: «Muestra tu misericordia y danos la paz». Para nosotros, para mí, siempre es la misma oración; pero para Dios es una oración nueva cada vez que la oye. Sabemos que su corazón es tan amante que quiere oír esa oración, rezada por los corazones, las palabras y las acciones, una y otra vez.

En este mismo momento, mientras me dirijo a ustedes, estoy rezando a través de este breve texto. Rezo por ustedes, para que su oración siga siendo fuerte y humilde, y totalmente inspirada por la fe y la caridad. También les pido que recen por mí. He tocado con mis manos, visto con mis ojos y oído con mis orejas tantos sufrimientos en estos meses que tengo muchas cosas para decirle a Nuestro Señor Jesús cada día. Aun así, ¿somos, ustedes y yo, y nuestros hermanos y hermanas, dignos de paz?

Jesús nos explica que todos somos indignos. Comprender esta indignidad es quizá una de las claves más importantes de nuestra oración. Por eso les pido que recen por mí, para que en la oración siga siendo realmente humilde a los ojos de Dios, y para que todos unidos imploremos humildemente su don de la paz.