India, el rostro de la crisis alimentaria
En India no hay ERTE, ni mecanismos de protección para mantener a flote a los que han perdido el trabajo. La única respuesta para poder llevarse algo a la boca al final del día es endeudarse, vender los animales o deshacerse de las pertenencias de familia, que muchas veces son precisamente el principal instrumento de trabajo. Es una situación extrema en un país donde, antes de la pandemia, el hambre crónica ya se cebaba en los más pobres: los inmigrantes, las viudas, los indigentes, los trabajadores en negro y los campesinos.
Las restricciones a los viajes impidieron que los agricultores pudieran contratar a los temporeros migrantes para recoger la cosecha de los campos. «Sin sus manos, las frutas y verduras cultivadas han acabado podridas. Solo se ha salvado una pequeña parte que han conseguido vender puerta a puerta a precios muy baratos», describe la hermana Shanti Priyal, del Centro de Desarrollo Social Bethany, socio local de Manos Unidas. Los mercados estuvieron cerrados hasta julio y los comerciantes tampoco pudieron recoger los productos forestales cultivados por las comunidades tribales. «Los pequeños campesinos lo han perdido todo. Han tenido que pedir préstamos a los propietarios de las tierras que ahora no pueden devolver. Además, no pueden salir a ganarse la vida porque no funcionan los medios de transporte y tienen miedo de contagiarse», añade esta monja, que lleva cinco años en Paradip, en la región de Badibahal, una zona castigada por los intensos monzones y donde la miseria es insalvable para el 40 % de la población, que pertenece a la casta de los dalits.
«Donde antes trabajaban 100 jornaleros, ahora lo hacen solo diez. A muchos ni siquiera les han pagado lo que han trabajado», explica la monja india. Las bolsas de pobreza se han multiplicado. Las familias se han visto obligadas a sacar de la escuela a sus hijos, a comer más barato y menos nutritivo, o directamente a tener que renunciar a una ración de comida.
Las ayudas del Gobierno no bastan. Durante los seis meses de confinamiento proporcionó tres kilos de arroz y 1.000 rupias por familia. «Los alimentos escasean por el cierre de las rutas de suministro y los que llegan han disparado sus precios. Muchos niños están a un paso de sufrir malnutrición. Las mujeres que dan el pecho no comen todos los días». La financiación de Manos Unidas y de la Conferencia Episcopal Italiana es fundamental, ya que el «80 % de la población depende de ayudas externas».
El Centro de Desarrollo Social Bethany, de la diócesis de Sambalpur (Odisha) ha puesto en marcha varios proyectos de apoyo directo a los agricultores para diversificar la cosecha y que los ingresos no dependan de una sola temporada, y para que pongan en marcha huertas sostenibles. «Trabajamos codo con codo con los pequeños campesinos y las comunidades tribales para ayudarlos a preparar abono orgánico. Esto les permitirá ahorrar costes y cosechar alimentos saludables», concluye Priyal.