In memoriam. Toscani y la confesión de una madre - Alfa y Omega

In memoriam. Toscani y la confesión de una madre

«¿Estoy yo más avanzado, que he vivido el rechazo al matrimonio, o ella, que durante toda su vida permaneció fiel a un solo hombre?», escribió el fotógrafo recién fallecido

Chiara Curti
Oliviero Toscani ha fallecido a los 82 años
Oliviero Toscani ha fallecido a los 82 años. Foto: Reuters.

Nací en Milán, la ciudad de la moda. Era principios de los años 80. La capital lombarda encarnaba un estilo de vida despreocupado y mundano, basado en el consumo de ropa de lujo y una vida social frenética. Comenzaban a multiplicarse los anuncios. Todos sonrientes, todos de acuerdo en que aquel producto nos haría felices para siempre. De repente, Benetton comenzó a proponer una publicidad que prescindía del producto y planteaba personajes: un niño de piel oscura abraza a un niño de piel clara, el primero peinado con dos cuernos, el segundo con rizos que recuerdan a un angelito. Luego, una pareja con un niño: él es africano, ella europea y el niño asiático. ¿Y el suéter? No está. Todos los colores del mundo es el eslogan. Oliviero Toscani (1942-2025) fue el fotógrafo creador de la campaña. Trabajó para las principales publicaciones, poniendo énfasis no solo en la estética, sino, sobre todo, en el mensaje: la denuncia de la hipocresía. Fotografías de una belleza inquietante marcaron profundamente la imagen pública, que, sorprendida por la crudeza del mensaje, se interrogaba sobre los grandes temas de la contemporaneidad. Toscani, el primero y tal vez el único, desafió el conformismo dando la vuelta el estereotipo del «todos felices y contentos» y proponiendo una reflexión sobre las realidades de la época. Y no solo en Milán, sino en las ciudades europeas. Toscani salió al descubierto y apareció como comentarista —o quizás mejor polemista—: estaba en todas partes. Hasta el año 2000, cuando eligió retirarse a producir aceite y criar caballos.

En 2001 escribió el libro No soy objetivo para la editorial Feltrinelli. Lo comienza con estas palabras: «Me avergüenzo de pertenecer a la raza humana». 200 páginas donde, partiendo de su experiencia, dispara contra todo: la paz, la vida, el conformismo, la manipulación de las masas; pasa por la caza, la inmigración, la libertad sexual, para luego hablar de las casitas, los viajes organizados, la vida mediocre, el querer ser delgado. Su nota inicial dice: «No tengo verdades. No tengo soluciones que dar». Habla de personas que conoce, situaciones que observa, un malestar hacia todo; pero sobre todo hacia Milán, esa ciudad que es su manifiesto, con todas las paredes cubiertas con sus imágenes. Denuncia a la humanidad entera por «haber abdicado completamente de la experiencia directa». Denuncia a las mujeres que «para ser iguales a los hombres olvidan ser novias, esposas, madres, descuidan la educación de los hijos, descuidan la educación de la humanidad futura». Y agrega: «Yo tengo miedo». Y cuanto más se lee este pequeño libro, más se entiende y se comparte esta vergüenza de ser humanos. Y entonces, ¿por qué seguir creyendo que yo, que soy un ser humano, como esos asquerosos que me rodean, pueda ser feliz? Pero entra en juego la experiencia: «Ayer mi madre me dijo: “He tenido un solo hombre, tu padre”. De repente se desmoronaron años y años de liberación sexual, de convicciones libertarias, de mentalidad radical. Todo lo que había creído una conquista civil se redujo frente a esa simple afirmación: “He tenido un solo hombre, tu padre”. Me vi confrontado con la debilidad de lo que creía ser la modernidad, con la fuerza de quien afirma un principio antiguo, sin ser consciente de que ella era, sí, la verdadera revolucionaria. Me pregunté: ¿Estoy yo más avanzado, que he vivido y teorizado el rechazo al matrimonio, el amor libre y las relaciones abiertas, o ella, que durante toda su vida permaneció fiel a un solo hombre? Sin ser Jesucristo me sentí el hijo de Dios y mi madre me apareció como la Virgen María: de una manera natural, como si fuera lo más obvio, ella había basado toda su vida en principios que hoy nos parecen superados, ridículos: la felicidad, la honestidad, el respeto, el amor.

Mientras pienso que nunca en ella ha existido sombra de reivindicación hacia el poder masculino, me doy cuenta de que no hay nadie más autónomo que ella. Ningún sentimiento de inferioridad la ha tocado nunca, porque los cimientos de su independencia estaban cavados en terrenos profundos de rectitud moral, lealtad, justicia, honor y no en la superficie de lo que estamos acostumbrados a considerar políticamente correcto. Mi madre nunca se sintió inferior porque nos sirviera en la mesa un plato cocinado para el placer de complacernos; o porque lavaba y planchaba para hacernos salir “siempre ordenados”. Soy consciente de que estoy exaltando el silencio y lo que las feministas han definido drásticamente como sumisión. Pero no puedo evitar preguntarme sobre los verdaderos y falsos logros de la emancipación, sobre lo que pertenece a los profundos convencimientos y sobre lo que no es más que una estéril disputa. En la búsqueda de los valores que deberían educarnos a una ética menos degradada que la basada en el principio de “así lo hacen todos”, mi madre es un ejemplo de anticonformismo y liberación: ella es verdaderamente libre de los estereotipos y las necesidades inducidas por la sociedad masificada. Nosotros hemos perdido la virginidad, no ella». Buen viaje Oliviero, Ulises de la contemporaneidad.