Ho’oponopono - Alfa y Omega

¿Sabe lo que es el Ho’oponopono? Pues una de las últimas modas extendidas en nuestro país para sanar nuestros males físicos, emocionales, económicos, espirituales… Así lo definen sus practicantes, y se presenta como «el instrumento de la filosofía del Espíritu de Aloha que habla de la energía amorosa presente en cada uno de nosotros». En la realidad, la práctica es más bien modesta: un círculo de personas sentadas en el suelo que declaman una y otra vez: «Lo siento, perdóname, te quiero, gracias». Y ya está. Bastantes entre quienes lo prueban se levantan tan satisfechos. Poco les da mucho, porque es sencillo, sincero, y ofrece una pequeña comunidad y una trascendencia.

En realidad es una de tantas y limitadas respuestas que se ofrecen al gran agujero espiritual de nuestro tiempo, que manifiesta una gran demanda social de plenitud interior, de sentido para la vida, de acogida para nuestra soledad y sufrimiento. Las respuestas, sean hawaiana, hindú, o tibetana, tienen un común denominador: busca provocar una experiencia en grupo.

La mayoría de personas que incurren en estas búsquedas son católicos en un sentido preciso: han recibido el sacramento del Bautismo. Este hecho muestra una doble debilidad. La de las carencias de una sociedad materialista, que el ser humano intenta llenar por su cuenta, en el marco de la cultura desvinculada. Y también declara nuestra debilidad, la de quienes participamos con voluntad activa de la Iglesia, porque somos incapaces de aportar la respuesta conforme al mandato de Jesucristo (Mateo 28, 18-20). No tanto para bautizarlos –ya lo están–, como para «enseñarles a guardar todo aquello que os he mandado». No se me escapan los esfuerzos de muchos grupos y métodos de evangelización, pero siguen siendo una parte, y no la Iglesia toda.

Deberíamos vivir y trabajar pendientes de ofrecer a todos los bautizados, los católicos no practicantes, los mejores caminos de regreso a casa, incluidos los niños, al menos a los que han accedido a la Primera Comunión. Ninguna razón, ni motivo, debería apartarnos de este empeño. Porque esa es la nueva evangelización a la que nos convocó san Juan Pablo II, y a ella estamos llamados como personas, organizaciones, escuelas católicas y parroquias, aunque en ocasiones puede dar la impresión de que se dedica más tiempo y reuniones a hablar de la nueva evangelización que a practicarla.