Hijo de una austera familia bávara - Alfa y Omega

Hijo de una austera familia bávara

Un policía firme opositor de los nazis y una excocinera pusieron los cimientos de la fe y la educación de un reconocido profesor de Teología Dogmática. San Pablo VI vio en él un baluarte frente a los cambios de los años 70

Enrique García Romero
Con su familia. De izquierda a derecha, Maria, Georg y Joseph. Foto: CNS.

El Papa Benedicto XVI nació en Marktl am Inn, diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927, un Sábado Santo, y fue bautizado el día siguiente. Su padre, también Joseph, era policía rural. Era, cuenta su hijo en La sal de la tierra, «cerebral y voluntarioso», buen trabajador y padre cercano. La madre, María, procedía del Tirol, al sur de Alemania. Había trabajado como cocinera e incluso en guerra «preparaba platos deliciosos».

Tuvieron tres hijos: María (1921), Georg (1924) y Joseph. En Traunstein, cerca de la frontera con Austria, «llevábamos una vida sencilla de austeridad, que agradezco». La fe y la educación de su familia lo prepararon para aquellos duros tiempos de fuerte hostilidad contra la Iglesia por parte del régimen nazi, del que su padre era un decidido opositor. Con 12 años, ingresó en el seminario menor de Traunstein. En Mi vida, reconoce que era «de esas personas que no están hechas para la vida en un internado». Pero poco a poco aprendió «a salir de mí mismo y a convivir» y agradeció esta «importante» experiencia.

Aunque era obligatorio pertenecer a las Juventudes Hitlerianas, «cuando nos ocuparon el seminario las dejé, y eso me procuró bastantes problemas». Necesitaba el carnet para matricularse, relata en La sal de la tierra. Un profesor, nazi «pero gracias a Dios muy comprensivo», al negarse él a ir a una sola reunión, le dijo: «No te preocupes», y fue para recogérselo. Al final, ambos hermanos fueron movilizados. Después del servicio militar en los antiaéreos de Múnich, Joseph fue destinado al límite de Austria con Hungría y Checoslovaquia.

Acabada la guerra, regresó al seminario. Estudió en la Escuela Superior de Filosofía y Teología de Frisinga y en el Georgianum, asociado a la Universidad de Múnich. El cardenal Michael Faulhaber ordenó sacerdotes a Georg y Joseph el 29 de junio de 1951 en Frisinga. En su autobiografía, recuerda que al imponerle las manos, «un pájaro voló sobre el altar mayor y entonó un canto gozoso. Fue para mí como si una voz de lo alto me dijese: “Va bien así”».

Saludando a los fieles de Múnich en noviembre de 1981. Foto: AFP.

Un año después, inició su actividad como profesor de Teología Dogmática en Frisinga. En 1953 se doctoró en Teología con la tesis Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia en san Agustín. Cuatro años más tarde, la disertación La teología de la historia de san Buenaventura le obtuvo la habilitación docente. Enseñó en Bonn (1959-1963), Münster (1963-1966) y Tubinga (1966-1969). Ese año llegó a ser catedrático de Teología Dogmática e Historia del Dogma en la Universidad de Ratisbona, donde también fue vicerrector.

En 1958, falleció su padre, tras una grave apoplejía. Estaban en casa los tres hermanos, agradecidos de «mostrarle una vez más nuestro amor». De vuelta a Bonn, «sentía que el mundo se había vuelto un poco más vacío». Cinco años más tarde, falleció su madre de un cáncer de estómago.

Su intensa actividad científica le llevó a desempeñar importantes cargos en la Conferencia Episcopal Alemana y la Comisión Teológica Internacional. En 1972, con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros grandes teólogos, fundó la revista Communio.

El 25 de marzo de 1977, san Pablo VI le nombró arzobispo de Múnich y Frisinga. Para el historiador Andrea Riccardi, su elección «expresó la voluntad de ofrecer al catolicismo alemán una línea de resistencia a los desarrollos pastorales y teológicos que eran considerados arriesgados para la Iglesia en Alemania». Apenas un mes después de su ordenación, Pablo VI lo creó cardenal con el título de la iglesia de Santa María Consoladora, en un barrio obrero. En 1978, participó en los cónclave que eligieron al beato Juan Pablo I, en agosto, y a san Juan Pablo II, en octubre. Tres años después, el Papa polaco lo llamó a Roma.