Hermana Guadalupe Escudero: «En el noviciado me subía por las paredes y me colgaba de las puertas»
Antes de consagrarse fue mochilera y alpinista. Recorrió más de 20 países y escaló alguna de las cordilleras más altas del planeta en búsqueda de la felicidad. Y la acabó encontrando. En 1991, en plena guerra civil en Ruanda, conoció a una niña de 5 años que la reconcilió con Dios y con una Iglesia en los que había dejado de creer hacía tiempo. Su testimonio ha sido uno de los pilares de la II Jornada Deporte y Fe que ha organizado la Archidiócesis de Sevilla el pasado fin de semana.
¿Fue montañera antes que monja?
Sí, yo soy de Piornal, el pueblo más alto de Extremadura (1.175 m.), así que desde niña estoy enamorada de la montaña y de la naturaleza. Para mí era una fuente de retos y una manera de buscarle sentido a mi vida. A los 16 o 17 años me federé en el Club de Montaña de Plasencia y comencé a entrenar por mi cuenta. Solía correr junto al río, hacer pesas… y hasta hice escalada deportiva, pero nunca disfruté compitiendo.
Su asignatura favorita debía ser Educación Física.
No, no me gustaba. Yo prefería el dibujo y la delineación. De hecho, me dediqué a ello durante unos meses antes de ser monja. Diseñé la mascota de una aerolínea británica.
¿En cuántos sitios ha trabajado?
Cuando acabé los estudios decidí no seguir la típica rueda social de ir a la universidad, labrarme una carrera, la hipoteca… así que he estado en más de 20 países y nunca me ha dado miedo trabajar de lo que sea. He sido camarera, dependienta de una tienda de ropa, trabajé en un McDonalds… he hecho de todo.
¿Siempre iba usted con la mochila a cuestas?
Casi siempre. Yo llegaba sola, pero luego conocía a alguien por el camino. En aquella época el tiempo parecía que iba a otro ritmo; en una semana me pasaba lo que a otros en un año entero. Con lo que gané con el diseño de la mascota me fui de mochilera a Perú, de allí fui a Ecuador, Colombia, Venezuela… Hubo unas revueltas tremendas en el 89, y yo, que era muy revolucionaria, acabé encañonada por los soldados y deportada después de una encerrona en la embajada.
¿Por eso vivió en Ruanda la guerra civil?
Bueno, en realidad no. Me pilló de casualidad. Yo fui porque siempre hacía lo que me hacía feliz en ese momento, y entonces me hacía feliz Ruanda. Allí conocí a Wimana, una niña de 5 años, abandonada y desnutrida, que acabó muriendo entre mis brazos. Después de aquello, Jesús pasó a ser el primero de mi lista y me consagré. Es lo que siempre hacía cuando me enamoraba en mis viajes: lo daba todo por ese chico y pasaba a ser el primero de mi lista. Lo cierto es que yo ya había rozado otras religiones, me encontraba en esa búsqueda; hasta había estado a punto de entrar en un monasterio lama en el Himalaya, pero no me quise quedar en ningún sitio en el que no se respondieran todas mis preguntas.
Hábleme de esa subida al Himalaya, la cumbre de su carrera deportiva.
Cuando tenía 24 años formé parte de una expedición de mujeres jóvenes extremeñas que coronó el Island Peak (6.200 m.). Tardamos mes y medio. Lo cierto es que la altura no me impresionaba; el reto era montar la expedición, que en aquella época era muy complicado. Al día siguiente de hacer cumbre bajamos al campamento base de los chicos que nos acompañaban y, nada más llegar, nos enteramos por radio de que Pedro, el novio de una compañera, acababa de precipitarse. Estuvimos todo un día esperando noticias y, al final, supimos que había caído al glaciar. Fue el momento más duro, nunca había vivido nada parecido.
¿Tiene pensado volver al alpinismo?
Hay que saber hacer en cada momento lo que toca y ahora, con mis 62 años, subo como mucho al santuario de San Miguel. Lo que hago en la actualidad, desde que empecé mi vida espiritual, es otro tipo de ascensión, aunque cuando estaba en el noviciado tengo que reconocer que me subía por las paredes y me colgaba de las puertas, literalmente, porque necesitaba cogerme de algún sitio.