Henry tiene ángeles de la guarda
Este nigeriano y otro de los dos que viajaron once días hasta Canarias en el timón de un petrolero serán acogidos por la Iglesia en Madrid. El Secretariado de Migraciones de Canarias los salvó de la devolución
El hombre de la foto se llama Henry y es nigeriano. Es uno de los tres protagonistas de la imagen que dio la vuelta al mundo a finales de noviembre. Uno de los tres hombres que viajaron desde Lagos hasta Gran Canaria encaramados al timón de un petrolero, a merced del frío, el hambre y golpes de mar durante once días. Uno de los tres hombres que estuvieron a punto de ser tratados como polizones por las autoridades españolas y entregados a los responsables del buque para que ellos los devolviesen a Nigeria. Él es, en cambio, el único de los tres que ya había hecho esta misma travesía, también en el timón de un gran buque en 2020, aunque en aquella ocasión lo descubrieron, viajó retenido hasta Noruega y desde allí lo enviaron de vuelta a su país. Hicieron oídos sordos al relato de la crisis en su país.
Lo volvió a intentar en noviembre del año pasado y tuvo éxito. «Dios me salvó. No fueron mis fuerzas», reconoce en entrevista telefónica con Alfa y Omega. Es creyente. Católico para más señas. No es descabellado lo que dice, pues el claretiano José Antonio Benítez, que le ha acompañado en su estancia en Canarias, afirma que si el barco llega a ir cargado no lo habrían contado: «Iba ligero y la pala del timón medio metro por encima del mar». Con un poco más de peso, estarían ahora mismo bajo el océano.
El Secretariado de Migraciones de la diócesis de Canarias ha sido uno de sus ángeles de la guarda —también para los otros dos compañeros, que se sumaron a esta arriesgada aventura tras convencer a un pescador que los acercase a la naviera en Lagos— desde que pisó suelo español. Ellos se movilizaron para encontrar a Henry cuando una fuente les contó que querían tratarlos a los tres como polizones y, por tanto, entregarlos al armador del barco para que este los devolviese a Nigeria. Como en 2020. Fue el propio Benítez el que se reunió con él en el hospital, le ofreció asistencia letrada, que aceptó, y le habló de la posibilidad de pedir protección internacional. Al mismo tiempo, con el apoyo de Caminando Fronteras, actuaron a nivel institucional informando a la Subdelegación del Gobierno y al Defensor del Pueblo. El resultado: se convirtieron en solicitantes de protección internacional con toda la documentación en regla. El Ministerio del Interior tuvo que rectificar ante una primera negativa. El pasado lunes, Henry estaba aún en el campamento Canarias 50, de emergencia y temporal; los otros dos, en un piso de CEAR.
La Iglesia ha ofrecido a los tres atenderlos de forma integral en la capital de España, en un recurso de Cáritas Diocesana de Madrid, con el apoyo del Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y la colaboración de la Fundación Cassa dello Spirito e delle Arte, de Italia —lleva por todo el mundo la cruz de Lampedusa, hecha con madera de embarcaciones utilizadas por migrantes—, que desde que conoció la historia se ofreció a hacerse cargo de ellos. Henry y otro más han aceptado la propuesta y pronto pondrán rumbo a Madrid para empezar una nueva vida. Será una primera experiencia de los corredores de hospitalidad que promueven los obispos canarios y el Departamento de Migraciones de la CEE para que las diócesis de la península colaboren en la acogida de migrantes y alivien así la situación de Canarias.
El Vaticano también ha tenido algo que decir en todo el proceso. De hecho, nadas más conocerse la historia, el director editorial del Dicasterio para la Comunicación, Andrea Tornielli, le dedicó uno de sus editoriales, donde intentaba dar una respuesta a la desesperación de estos hombres: «La situación que vivían les hacía preferir el riesgo de ser tragados por el abismo o morir de hambre, como les ocurre a tantos otros en sus mismas condiciones». En ese texto, pedía como regalo de Navidad que pudieran quedarse en Europa. Finalmente, lo recibieron.
Recuperado físicamente del esfuerzo sobrehumano —hicieron el trayecto sin agua, apenas comida y durmiendo muy poco para no precipitarse al mar—, la preocupación de Henry es ahora su familia, sobre todo su mujer y su hijo. Él es el sostén principal. La región de donde procede, Biafra, en el sudeste del país, está golpeada por la violencia entre las fuerzas oficiales y grupos separatistas que buscan la independencia —la zona ya vivió una guerra hace más de 50 años por este motivo—, el hambre y la falta de oportunidades. Problemas que, según Henry, se van a agravar este año, cuando se celebren en el país las elecciones presidenciales. «Me fui porque quiero sobrevivir y ayudar a mi familia. La violencia es un problema, la comida es un problema, el trabajo es un problema. Ya estoy escuchando que este año volverá la guerra y morirá gente», confiesa.
Desde el Secretariado de Migraciones también están ayudando a su familia, pues son conscientes, y así se lo han hecho saber a Henry, de que el proceso de reunificación será largo. «Hemos insistido a su mujer para que no coja al niño y haga lo mismo que su marido», explica Benítez. «Quiero agradecer a todos los que me han ayudado en este viaje. No han sido mis fuerzas, sino Dios. Valoro mucho todo lo que están haciendo por mí», concluye Henry.