Hécuba, Hécuba… Tanto dolor no se puede soportar y menos tanta rabia. Dos errores sobre una misma herida que hacen que dé vértigo asomarse a la vida; y claro, Eurípides y en su defecto, Juan Mayorga con su magnífica versión, han sabido rescatar al ser humano. Ese lado oscuro que no mostramos y esas ganas de gritar tan fuerte que si nos dejaran, rasgaríamos hasta las nubes.
Pues bien. Les presento una obra clásica, al más puro estilo ateniense. Destino, fuerza, esclavos, muerte serán las palabras que más resuenen en sus cabezas tanto dentro como fuera del teatro. Digo esto porque para los amantes del teatro griego clásico, es una suerte disfrutar (aunque uno sufra) de una obra que bien podría haberse presentado hace veinticinco siglos, puesto que conserva muchos de los ingredientes que hacen de Eurípides y de su teatro uno de los grandes. Y también, les digo «fuera del teatro» porque yo me regresé a casa dándole vueltas a esto del destino y del dolor como una especie de pacto no escrito pero sí persistente. Como ven, es una obra que —creo— vale mucho la pena. El tema es sensacional. El escenario rozando lo tétrico y los actores…
Verán. Reconozco que mi escepticismo a veces me conduce a un lugar sin retorno. Yo estimo mucho a Concha Velasco, créanme. Es más, siento cierta simpatía que va más allá de lo profesional. No sé, quizá tiene que ver con esto de que lleva entrando en nuestros hogares desde hace muchos, muchos años. Por esta razón, no acababa de ver que fuera a ser Hécuba su mejor papel. En fin. Nada más lejos de la realidad. Es más, me atrevería a asegurar sin miedo a equivocarme (los habrá, que como yo, necesiten comprobarlo personalmente), que es una de sus mejores interpretaciones. Parecería que Juan Mayorga «reescribiera» la obra para ella, y que José Carlos Plaza la hubiera imaginado en esa última escena en la que Concha se recrea en el polvo. Im-presionante.
Del resto, poco que comentar, la verdad. Me dio la sensación de que no fue un acierto el tema de los coros en femenino. Me explico. Al principio aparecen unas mujeres, esclavas de Hécuba, que hacen las veces de coro. Eso está muy bien. Es una manera sutil de no prescindir de él. El problema llega cuando cantan. El primer canto está bien. Una voz desgarradora y bella al mismo tiempo que ya nos predispone para la acción. A medida que transcurre la obra, en dos (si no recuerdo mal) ocasiones más se vuelven a oír cantar a las muchachas… No sé, no lo acabo de ver. No entendí muy bien eso que por momentos parecía Disney y que no hacía sino que alejar al espectador de un momento de magia. Quién sabe. A lo mejor la ocasión merecía ese llanto musical y más pero… yo no lo veo, ciertamente.
Y si no lo he dicho antes ha sido por no subestimarles. Bien sé que todos conocen el argumento de la tragedia, quizá una de las más bárbaras de la historia. Yo sólo con pensar en la suerte. «Acepta tu suerte, Hécuba», de la protagonista, no puede menos que desear no haberla conocido nunca. Ya saben: Hécuba, viuda de Príamo y reina de Troya, recién caída. Madre de Casandra, Héctor, Políxona y Polidoro, entre otros. Fue precisamente el asesinato de este último el que desencadenó su definitiva venganza. Cayó presa de los griegos y como esclava morirá. Será en este cuerpo de reina destronada donde se dan la venganza y el dolor; donde se repliega la pena y las ganas de vengar hasta a la mismísima muerte.
Bajo la dirección de Juan Carlos Plaza y la versión de Juan Mayorga, recientemente galardonado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte con el Premio Nacional de Literatura en la categoría dramática por su trabajo en el teatro, Hécuba se presenta como una pieza auténtica y bella, con una Concha Velasco que no defrauda.
¡Vayan a ver y a vivir la obra!
★★★★☆
Teatro Español
Calle del Príncipe, 25
Sol
ESPECTÁCULO FINALIZADO