«Creo que el comunicado de Viganò habla por sí solo, y ustedes tienen madurez profesional para sacar conclusiones». Con estas palabras, dirigidas a los periodistas durante el vuelo de vuelta a Roma desde Irlanda, Francisco invitó a leer el informe de 11 páginas divulgado por el ex nuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, que pide la renuncia del Papa acusándolo de haber encubierto al cardenal estadounidense de 83 años Theodore McCarrick, emérito de Washington, que habría tenido relaciones homosexuales con seminaristas adultos y sacerdotes. Hay que comenzar leyendo atentamente el texto, analizándolo, separando los hechos citados de las opiniones e interpretaciones. Y, sobre todo, de las omisiones.
La operación anti-Bergoglio
La clamorosa decisión del diplomático vaticano de violar el juramento de fidelidad al Papa y el secreto profesional representa el enésimo ataque contra Francisco desplegado organizadamente por los mismos ambientes que hace un año trataron de llegar a una especie de impeachment doctrinal, después de la publicación de la exhortación Amoris laetitia. Aquella estrategia no funcionó. Viganò es, efectivamente, uno de los que firmaron la llamada «Profesión», en la que se dice que el Papa Bergoglio es un divulgador del divorcio, y tiene muy buenas conexiones en los ambientes conservadores tanto en Estados Unidos como en el Vaticano. No es simplemente el desahogo de un hombre de la Iglesia cansado de la suciedad que ha visto a su alrededor, sino una operación bien calibrada que trata de presionar al Pontífice para que renuncie. Lo demuestran tanto el momento como la participación de la misma red mediática internacional que desde hace años está propagando (a menudo sirviéndose de anónimos) las instancias de quienes pretenden cambiar el resultado del Cónclave de 2013. Y lo demuestran los mismos testimonios escritos en diferentes blogs por los periodistas que publicaron el «dossier» Viganò: en primera fila, como siempre, en la defensa de la familia tradicional, sin preocuparse por lanzar la «bomba» precisamente el día en el que Francisco concluía con una gran misa el Encuentro Internacional de las Familias.
La denuncia de 2000
Antes que nada, pues, los hechos, presumiendo que cuanto afirma Viganò sea verdadero. El 22 de noviembre de 2000, el fraile dominico Boniface Ramsey escribió al nuncio apostólico en Estados Unidos, Gabriel Montalvo, para informarle sobre los rumores que ha escuchado según los cuales McCarrick había «compartido la cama con seminaristas». Un día antes, el 21 de noviembre, Juan Pablo II nombró a McCarrick arzobispo de Washington. Viganò anota que esta señalación enviada por el nuncio a la Secretaría de Estado, guiada por el entonces cardenal Angelo Sodano, no tuvo ningún eco. Hay que recordar que la primera denuncia que llega a la nunciatura y de allí al Vaticano es inmediatamente posterior al nombramiento en Washington. Podríamos preguntarnos por qué, si estos rumores sobre McCarrick eran tan conocidos e insistentes, no frenaron el nombramiento como auxiliar en Nueva York (en 1977, al final del Pontificado de Pablo VI), el nombramiento como obispo de Metuchen (en 1981, a comienzos del Pontificado de Juan Pablo II), el paso a la archidiócesis de Newark (en 1986, con Papa Wojtyla), la promoción a Washington (2000) y la creación cardenalicia (2001).
Sudano, el culpable de todo
Un año después de su promoción a Washington, pues, Wojtyla incluyó a McCarrick en el Colegio cardenalicio. En su informe Viganò descarga (sin ningún indicio) la «culpa» del nombramiento sobre Sodano, explicando que el Papa en esa época ya estaba enfermo y casi era incapaz de razonar o de gobernar la Iglesia. Quien tenga presentes las cosas vaticanas sabe que no es verdad, por lo menos no lo era en el año 2000: Juan Pablo II habría vivido otros cinco años. Y sabe también que, en ese entonces, en el entourage wojtyliano que se ocupaba de los nombramientos estaban el secretario particular del Papa Stanislaw Dziwisz (nombre omitido por Viganò) y el sustituto de la Secretaría de Estado y después prefecto de los obispos, Giovanni Battista Re (a quien Viganò menciona, pero para absolverlo de toda sospecha. ¿Esa primera indicación, sin denunciantes que asumieran responsabilidades en primera persona, tal vez fue considerada no confiable? ¿O el poder (también financiero) de McCarrick fue capaz de abrir puertas vaticanas que debían permanecer cerradas? Se pueden tener dudas sobre su nombramiento en Washington, pero ¿por qué nunca nadie consideró que era oportuno investigar antes de elevarlo a la púrpura un año más tarde? ¿Sodano no le pasó la denuncia al Papa? ¿Por qué el nuncio, si estaba tan seguro de los abusos cometidos contra seminaristas y sacerdotes (adultos), no insistió ni pidió una audiencia con Juan Pablo II?
Las «sanciones» de Benedicto XVI
En 2006 llegan nuevas acusaciones, cuando el Papa ya era Benedicto. Su Secretario de Estado era Tarcisio Bertone. Esta vez entra al escenario un exsacerdote y abusador de menores: Gregory Littleton, que envía al nuncio en Estados Unidos (entonces monseñor Pietro Sambi) un texto en el que narra haber sufrido abusos sexuales por parte de McCarrick (ya cuando era mayor de edad). Viganò prepara un apunte para los superiores, que no responden. Vale la pena recordar que en ese momento McCarrick ya estaba jubilado: el nuevo Papa, Benedicto XVI, aceptó su renuncia el 16 de mayo, que había sido presentada un año antes, el 7 de julio de 2005, por razones de edad. Si los rumores y las denuncias eran tan conocidos, ¿por qué no se aceptó la renuncia de McCarrick inmediatamente, cuando cumplió 75 años? En 2008 circularon nuevas acusaciones sobre los comportamientos inadecuados de McCarrick y nuevamente Viganò escribe que envió a sus superiores otro apunte. Sin embargo, parece que esta vez algo se mueve, aunque con los tiempos no tan veloces de la burocracia vaticana. Habría intervenido Benedicto XVI con una serie de sanciones en contra del cardenal ya emérito y jubilado. Viganò no es preciso al indicar la fecha de estas sanciones: en ese momento ya no estaba en la Secretaría de Estado, en la que se ocupaba de coordinar el trabajo del personal en las nunciaturas, pues había sido nombrado secretario del Gobernatorado. Entonces, si Viganò afirma un hecho verdadero (y hay que presumir que lo hace) «en 2009 o 2010», Benedicto XVI interviene y ordena a McCarrick que lleve una vida retirada, de oración, y que deje de vivir en el seminario neocatecumenal Redemptoris Mater, inaugurado por él mismo en Washington.
Restricciones misteriosas
Esta orden de Benedicta nunca es revelada, sino transmitida de palabra por la Santa Sede al nuncio en Washington (todavía Sambi), para que la comunique al interesado. ¿Indulgencia para un cardenal ya viejo y jubilado, a quien se le quiere ahorrar la sanción pública? ¿O Benedicto XVI consideró que las pruebas no eran suficientes? Si él fue quien decidió las sanciones, tenía que estar bien informado sobre lo que McCarrick había cometido. ¿El Papa Ratzinger sabía, pero consideró suficiente recomendarle al cardenal ya jubilado que permaneciera tranquilo y alejado de la vida pública? Hay que recordar que nadie, nunca, se ha referido (y mucho menos ha denunciado) a abusos sexuales contra menores. Estamos hablando de conductas inapropiadas con adultos, pero que se perfilan como verdaderos abusos, puesto que el obispo era quien invitaba a su cama a los propios seminaristas o a los propios sacerdotes: no existe una situación de paridad, es un abuso de poder clerical. Nunca nadie ha afirmado que al invitar a dormir con él a seminaristas a un paso del sacerdocio o a sacerdotes jóvenes el «tío Ted» (como se hacía llamar McCarrick) hubiera utilizado formas de violencia o amenazas. Podemos preguntarnos: si estos hechos graves eran tan evidentes, ¿por qué no reservar al cardenal una sanción ejemplar y pública, pidiéndole una vida retirado en penitencia?
¿Nadie vigila?
Algunas dudas sobre el contenido real de las sanciones son más que lícitas, sobre todo a la luz de lo que sucedió después. El «dosier» de Viganò da a entender que en los últimos tres o cuatro años del Pontificado ratzingeriano McCarrick vivió como un eremita o como un monje de clausura y que solamente después de la elección de Francisco pudo salir de su encierro. Una vez más, hay que atenerse a los hechos documentados. Y la historia es muy diferente, documentada y documentable. Al alcance de todos: basta navegar un poco por la red. Durante los últimos años del Pontificado de Ratzinger, McCarrick no cambió su estilo de vida: es cierto que dejó el seminario en el que vivía, pero celebraba ordenaciones diaconales y sacerdotales al lado de importantes cardenales de la Curia romana, estrechos colaboradores del Papa Ratzinger. Incluso dictaba conferencias. El 16 de enero de 2012 participó, junto con otros obispos estadounidenses en una audiencia de Benedicto XVI en el Vaticano, y su nombre fue indicado en el boletín de la Sala de Prensa de la Santa Sede como uno de los presentes. El 16 de abril de 2012 se encuentra nuevamente con Benedicto XVI en la audiencia de la Fundación Papal y festeja con todos los presentes el cumpleaños del Pontífice. Viaja a Roma en febrero de 2013 para despedirse del Papa que ha ya presentado la renuncia y le estrecha la mano sonriente (todo ello quedó inmortalizado por las cámaras de la TV vaticana). Es evidente que su posición no era considerada tan grave, que los indicios de su culpabilidad no fueron juzgados tan evidentes y que las sanciones no debían ser tan restrictivas.
También aparece Viganò al lado de McCarrik
El mismo Viganò, que mientras tanto había sido alejado del Vaticano por decisión de Benedicto XVI, quien le dio la «promoción» a nuncio en Washington, no se veía muy preocupado por la situación. Hay documentos que demuestran su participación en eventos públicos con el purpurado abusador, como concelebraciones en Estados Unidos y la entrega de un premio a McCarrick (el 2 de mayo de 2012, en el Pierre Hotel de Manhattan), ceremonia durante la que Viganò aparece en una foto para nada avergonzado o indignado al lado del viejo cardenal. ¿Por qué, entonces, puesto que tenía el poder de llegar directamente a Benedicto XVI, en calidad de uno de sus representantes en una de las sedes diplomáticas más importantes del mundo, el nuevo nuncio no se rebeló, no actuó, no pidió audiencia, no llamó a respetar las disposiciones restrictivas?
Involucrar a Francisco
El actual Papa, verdadero y único blanco de toda la operación, entra al escenario en junio de 2013, pocos meses después de su elección. Recordemos: McCarrick, de más de ochenta años, no participó en el Cónclave, porque era un cardenal jubilado, aunque hiperactivo. Sigue viajando por el mundo, dictando conferencias, presidiendo celebraciones. Viganò va a una audiencia con Francisco. Y es el Papa quien le hace una pregunta sobre McCarrick; Viganò le explica que el cardenal «ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes» y que en el Vaticano hay un informe que lo demuestra. Cuidado: no es Viganò quien, preocupado, saca a relucir el tema. Es el Papa quien le pide un parecer. El nuncio no dice haber entregado a Bergoglio ningún informe sobre el caso ni haber pedido su intervención. Ahora, indignado, Viganò escribe sobre las sanciones de Benedicto XVI, mismas que nadie conoce, pero (presumiendo su existencia) él, como nuncio, no parece haber actuado para que se respetaran. Esa respuesta es todo lo que comunica al Papa.
¿McCarrick consejero?
Viganò escribe que el viejo cardenal se habría convertido, en los primeros años del Pontificado de Francisco, en uno de sus consejeros, sobre todo en relación con los nombramientos estadounidenses. No ofrece, por lo menos hasta ahora, ninguna prueba de ello. En cambio, sostiene que (y también en este punto no hay por qué no creerle) que en ese primer encuentro de junio de 2013 el nuevo Papa le habría pedido que «los obispos en Estados Unidos no tienen que estar ideologizados, deben ser pastores». Como en los meses que siguieron también McCarrick hizo una afirmación semejante, hablando con monseñor de la nunciatura (que lo refiere a Viganò), el ex nuncio que pide la renuncia del Pontífice deduce que precisamente McCarrick está detrás de la actitud de Bergoglio frente a la Iglesia estadounidense. Una deducción bastante débil. Es mucho más simple y plausible pensar que Francisco (que conocía a la Iglesia estadounidense) hubiera dicho a diferentes personas con las que se encontraba la frase sobre los obispos que «no deben estar ideologizados», sino que deben ser «pastores». Además, para comprender que este es precisamente uno de los puntos más insistentes de su magisterio sobre el episcopado, basta leer los discursos del Papa, que ya pensaba de esta manera mucho antes del Cónclave de 2013.
El desmentido del ex embajador
Una interesante confutación de la teoría de Viganò llegó ayer. La pronunció el ex embajador estadounidense ante la Santa Sede, Miguel Díaz, nombrado en mayo de 2009, quien se dijo sorprendido al haber leído las afirmaciones de Viganò sobre las palabras de Francisco, «porque me acordé inmediatamente de que durante mi primer encuentro con el nuncio Sambi en su residencia de Washington (estamos todavía en el Pontificado de Benedicto XVI, N. d. R.)», él dijo que «necesitamos obispos estadounidenses que sean menos políticos y más pastorales, no “guerreros culturales”». Ya desde el Pontificado del Papa Ratzinger, la indicación que llegó al nuncio apostólico en Estados Unidos era la de nombrar a obispos pastores y no «guerreros culturales». Evidentemente, la cuestión del excesivo colateralismo del episcopado estadounidense con ciertas posiciones políticas y un cierto interés unilateral solo en relación con determinadas cuestiones éticas eran percibidos como un problema desde finales del Pontificado ratzingeriano.
La nueva denuncia
Pasan cuatro años y medio, y, en 2018, lleva al Vaticano, por primera vez, la noticia de un abuso contra un menor cometido cincuenta años antes por McCarrick, joven sacerdote. Nunca antes había sido presentada la denuncia, nunca antes nadie (según lo afirmado por Viganò) se había referido a posibles abusos de menores en los que estuviera involucrado McCarrick. La diócesis de Nueva York abre rápidamente un procedimiento canónico regular y envía la documentación a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Surgen nuevas noticias, divulgadas por la diócesis de Newark, sobre denuncias de molestias presentadas por seminaristas mayores de edad cuando sucedieron los hechos. Con una decisión que no tiene antecedentes en la historia reciente de la Iglesia, Francisco no solo impone el silencio y la vida retirada a McCarrick (ese silencio y esa vida retirada que antes no se le habían impuesto o que nadie se había encargado de que cumpliera), sino que le quita el birrete cardenalicio. El cardenal emérito de Washington ya no es cardenal, fue «des-cardenalizado».
Los hechos y la lógica (al revés)
No solo hay que preguntarse si lo que cuenta Viganò es cierto (como repiten a modo de mantra los medios de comunicación que piden la cabeza de Francisco). Hay que preguntarse si la secuencia de hechos descrita por Viganò, si sus consideraciones, sus omisiones, sus interpretaciones son razonables y conducen a la atribución real de alguna responsabilidad del Pontífice reinante. De cualquier manera, según los hechos puros y crudos, y presumiendo que cada detalle narrado por el ex nuncio sea verdadero, esto es lo que sucedió. Hay un Papa santo cuyo entourage (mucho menos santo) promovió y convirtió en cardenal a un obispo homosexual que abusaba de su poder para llevarse a algunos seminaristas a la cama, aunque no queda claro cuántas comunicaciones directas al respecto haya recibido Juan Pablo II, que en ese entonces todavía estaba en condiciones de tomar decisiones. Y algo tan importante como el nombramiento del arzobispo en Washington no podía tomárselo a la ligera. Hay otro Papa, hoy emérito, Benedicto, que (tal vez) habría ordenado que este cardenal viviera retirado, pero no habría sido capaz de que se respetaran sus órdenes. No habría dicho nada al encontrárselo en el Vaticano en varias ocasiones. Y su nuncio en Estados Unidos (Viganò) no habría tenido ningún problema para aparecer en fotografías a su lado, para concelebrar con él, cenar con él y pronunciar discursos ante su presencia. Y, para concluir, está el Papa Francisco, quien le quitó al cardenal (a pesar de que fuera ya un anciano jubilado desde hacía tiempo) la púrpura después de haberlo reducido al silencio y de haberle prohibido celebrar en público. Pues bien, precisamente de este último es de quien ahora Viganò, indignado, pide la cabeza. Probablemente solo porque Francisco ha «osado» nombrar en los Estados Unidos a algunos obispos menos conservadores con respecto a los que fueron nombrados antes, cuando quienes daban consejos sobre los nombramientos en Estados Unidos eran cardenales como Bernard Law. La instrumentalización en esta operación es evidente, si se reflexiona sobre la sucesión cronológica de los hechos, sin la necesidad de llenar páginas para desacreditar la figura de Viganò.
Andrea Tornielli / Vatican Insider