Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza - Alfa y Omega

Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza

Jueves de la 4ª semana de Cuaresma / Juan 5, 31-47

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Juan 5, 31-47

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.

Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.

Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.

Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Comentario

Los profetas tenían una misión personal. Ellos escuchaban la voz del Señor cuando nadie más podía oírla. Exhortaban al arrepentimiento del pueblo con una pasión única. Porque Dios incendiaba sus corazones. Así, «Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz». Todos querríamos tener esa presencia de Dios en nuestro interior, pero somos «un pueblo de dura cerviz». Nuestro corazón no se inflama con la presencia de Dios por medio de la profecía: no basta el intento de cambiar, no alcanza con el arrepentimiento. No podemos hacer nuestro fuego de Juan. No es suficiente con nuestro esfuerzo para que corra por nuestras venas la vida eterna: «Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna». Dios siempre queda más allá de nuestras fuerzas.

Pero en Cristo hay algo más que un profeta: «El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: […] el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí». En Cristo Dios no está más allá de nuestros intentos, sino más acá. El Padre mismo da testimonio porque en la voz de su Hijo hemos «escuchado su voz» y porque en la faz de Cristo hemos «visto su rostro». ¿«Queréis venir a mí para tener vida»? Si vamos a Él, en cuya cruz «se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo» (1ª L; Éx 32, 14), entonces «su palabra» habitará en nosotros como lo hacía en Él.