«Hay persecución, pero no vivimos en el pretotalitarismo» - Alfa y Omega

«Hay persecución, pero no vivimos en el pretotalitarismo»

La filósofa francesa Chantal Delsol invita a reflexionar sobre si es «sostenible» y «deseable» que los cristianos vivan sintiéndose una «fortaleza sitiada»

María Martínez López
Delsol en el aula magna de la Universidad CEU San Pablo, el día 3. Foto: María Martínez López.

«En la época en la que yo estudié solo había en Francia dos intelectuales de derechas, el resto eran marxistas», relata a Alfa y Omega la filósofa francesa Chantal Delsol. Uno era Raymond Aron, un hombre «muy amable, siempre con una sonrisa», que llegaba a todos. El maestro de Delsol, Julien Freund, «era todo lo contrario: nunca estaba contento». Hasta que, al final, «todo el mundo le odiaba» y le costaba publicar sus libros. Los cristianos van a tener que aprender a «comportarse como todas las minorías que no son apreciadas» socialmente. Para ello, considera clave «mucha virtud y buen humor». Al fin y al cabo, la batalla cultural se basa en que las «élites intelectuales transmitan» su mensaje.

Quienes escucharon a Delsol en el congreso internacional Hacia una renovación cristiana de Europa, organizado la semana pasada en Madrid por el Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEFAS) de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, salieron con más preguntas que respuestas. De hecho, concluyó invitándoles a reflexionar sobre si es saludable que los católicos asuman y hagan misión desde la mentalidad de que son «una fortaleza sitiada». Antes había citado, por ejemplo, cómo la corriente tradicionalista de la Iglesia tiene más vocaciones. Pero también advirtió de que esto, junto a «un sano retorno a los fundamentos», supone «un distanciamiento aún mayor respecto a los contemporáneos». ¿Es «sostenible» esta situación, o «deseable»? Y, en caso de no serlo, «¿tenemos otras respuestas?».

Para la intelectual gala, la renovación cristiana de Europa debe nacer de tomar conciencia de que «el fin de la cristiandad no es el fin del cristianismo, sino su transformación». Reconoce que después de 16 siglos de predominio, en el que la Iglesia «convivía en igualdad de condiciones con el poder político» y conformaba las costumbres y las leyes, al pasar de forma «casi repentina» a una situación de minoría «podemos sentirnos abrumados».

Eso no debe, sin embargo, llevarnos a caer en la tentación, «vagamente paranoica», de pensar que «vivimos en un totalitarismo blando o pretotalitarismo». En conversación con este semanario, aclara que sí existe «persecución; yo misma la he vivido» en los ataques sufridos por su marido, el político de derechas Charles Millon. «Pero yo puedo hablar, puedo escribir», mientras que el totalitarismo no lo permite. Asumir esta idea impide comprender bien esta época y enfrentarse a ella.

Por otro lado, creer que «las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia», no significa que sobreviva «la poderosa y sólida institución que conocemos». Tal vez solo quede «una institución irrisoria y tambaleante, amenazada por todas partes». ¿Cómo compatibilizar esto con la vocación a «convencer y a expandir» el Evangelio? «Ya no es aceptable usar la fuerza para convertir a la humanidad», subraya la filósofa.

Por medio del testimonio

La misión tendrá que realizarse por medio del testimonio, un formato «mejor», que hacerlo «por sucesivas conquistas, políticas y religiosas». Esta apuesta, con todo, exige «virtud y paciencia». Unos religiosos en el norte de África, por ejemplo, «tal vez tardarán milenios en convertir a los argelinos», cuando en tiempos pasados se podría haber logrado en décadas. En un sentido similar, ve «inútil e inmoral» pretender acabar con el aborto simplemente con leyes en una sociedad que «ya no cree en la dignidad del embrión». Sigue siendo «el método de la fuerza».

A la pregunta de este semanario sobre si algunos cristianos ven en el atractivo de los partidos de extrema derecha una vía para conquistar a sectores más amplios de la sociedad, responde afirmativamente. En Francia, estos partidos aglutinan a un tercio de la población. «Puede ser una vía». Pero advierte de las dificultades, pues en estos movimientos «también hay mucha gente posmoderna». En Francia «un partido cristiano no sería posible». Más viable ve mantener al menos la presencia cristiana en política en países del este de Europa, donde queda un sustrato social cristiano como Polonia (católico), Hungría (calvinista) o Rumanía (ortodoxo).

En cada sociedad, incide, la misión mediante el testimonio «podrá tener formas diversas». Una posible respuesta es la teoría de la «polis paralela», que el escritor estadounidense Rod Dreher refleja en su libro La opción benedictina. Delsol explica que Dreher se apoya en el católico checo Vaclav Benda, que durante el comunismo promovió redes católicas que conquistaran en buena parte la sociedad civil. En Polonia, esto derivó en el movimiento Solidarnosc. Sin embargo, recordó, «la sociedad comunista no se parece en nada a la nuestra», que «descansa en convicciones libertarias».

La UE sigue siendo necesaria

En la inauguración del congreso Hacia una renovación cristiana de Europa, el presidente del Real Instituto Universitario CEU de Estudios Europeos, Jaime Mayor Oreja, apuntó que tras la invasión de Ucrania la UE es «más necesaria que nunca». Pero necesita rearmarse moralmente. Zlotán Szalai, director general del Mathias Corvinus Collegium de Budapest, pidió «convertir» los valores cristianos, que son su fundamento «en políticas públicas».

En la conferencia de clausura, el director de la revista estadounidense First Things, Russell R. Reno, señaló que «nuestra herencia cristiana ha formado a Occidente de manera que nos anima a amar la libertad». En «una época de desintegración», que «busca romper los límites y las fronteras», el liberalismo «no puede perdurar sin elementos conservadores que pongan límites y anclen nuestras vidas».