Haciendo historia - Alfa y Omega

Buscando los orígenes de las procesiones de Semana Santa, habría que remontarse quizás al siglo IV, cuando Constantino permitió las manifestaciones exteriores de los cristianos, implorando el auxilio y el perdón de Dios, con la intención de reemplazar las antiguas procesiones paganas. En España, en el siglo XV, surge la idea, apoyada por san Vicente Ferrer y los franciscanos, de conseguir el perdón de Dios mediante el castigo del cuerpo, y se organizan procesiones con participantes flagelándose. Por otra parte, los Cruzados habían traído trozos de la Veracruz, la cruz en la que se crucificó a Jesús, y se organizan procesiones en Semana Santa siguiendo a una cruz de madera. La Iglesia potenció la creación de cofradías y hermandades, sobre todo las llamadas de penitencia, y se desarrolló una corriente iconográfica, el realismo religioso. Los talleres de escultores imagineros crearon bellas imágenes en madera policromada, algunas de ellas podemos verlas todavía en las procesiones actuales, o en museos e iglesias.

En Madrid, y en otras partes de España, con las peculiaridades de cada lugar, había dos tipos de procesiones, las de los penitentes de luz, que eran los encargados de llevar los cirios: signos de Cristo resucitado; y las de sangre, en las que se iban flagelando, siguiendo así a Cristo crucificado, las más populares, al despertar un gran sentimiento entre la multitud. En estos días, la gente se cambiaba de traje; probablemente de aquí venga la frase tan conocida de que El Domingo de Ramos, el que no estrena, no tiene manos. Las celebraciones comenzaban este Domingo, con la Santa Misa y la procesión de ramos, y ya en las puertas de las iglesias se situaban los estereros valencianos con palmas naturales; también los labradores acudían con ramas de olivo y de romero. Se emulaba así la entrada de Jesús en Jerusalén, donde la población le vitoreaba agitando estas plantas. Al terminar la Misa, los jóvenes llevaban la palma a la casa de su amada, y la ataban al balcón con una cinta; dependiendo de su color, se sabía cuáles eran sus pretensiones.

En los días centrales, Jueves y Viernes Santo, las mujeres pasaban el día de iglesia en iglesia; los hombres se unían a ellas a partir de las 10 de la noche, y juntos seguían por las iglesias, hasta el amanecer, en comitivas iluminadas por antorchas; éste parece ser el origen de las actuales estaciones de Semana Santa. En las procesiones de la época, las mujeres iban cubiertas con mantilla, como en la iglesia, costumbre que se ha mantenido a través del tiempo, y los hombres vestían de negro y se tapaban la cabeza con una caperuza puntiaguda, precursora de los capirotes actuales. La Semana Santa terminaba, el Domingo de Resurrección, con una procesión en la que iba una imagen de Cristo resucitado y un muñeco de trapo vestido con llamativos colores, al que apedreaban e insultaban: era la representación de Judas, y cuando la procesión terminaba, en la madrileña Plaza Mayor, el muñeco era quemado. Con Carlos III, estas celebraciones casi desaparecieron: promulgó leyes que hicieron que muchas cofradías desaparecieran; pero, en la actualidad, están volviendo a resurgir con mucha fuerza.

Victoria Ibáñez