Hacer rendir los talentos recibidos
33º domingo del tiempo ordinario
La liturgia de estos días prosigue con la temática en torno a la segunda venida del Señor al final de los tiempos, idea que nos acompañará hasta bien entrado el Adviento. Es en este contexto donde mejor se enmarca el pasaje evangélico de este domingo, cuyo contenido puede comprenderse mejor en unidad con las demás lecturas del día.
La parábola que presenta el Señor inicia con el encargo que un hombre, al irse de viaje, realiza a sus siervos. Fácilmente se capta que Jesús quiere mostrar que quien encomienda la tarea es Él mismo, y que los siervos son sus discípulos. Los talentos entregados serían los dones que cada uno posee. El primer paso que podemos dar, a la luz de este texto, es recapacitar cuáles son estos talentos que el Señor nos ha dado.
Si para los contemporáneos del Señor el talento era una gran suma de dinero, es evidente que Jesús quiere superar una concepción meramente económica del talento, acercándose a un concepto más en línea con lo que nosotros entendemos por tener talento. En concreto, podemos referirnos a dos tipos de capacidades que hemos recibido de Dios: en primer lugar, aquellas vinculadas con las condiciones naturales que poseemos, tales como el cuerpo, la salud, las habilidades o la inteligencia; en segundo lugar, las riquezas que proceden de la gracia de Dios. En este sentido, hemos recibido su Palabra, que nos aporta una luz necesaria para actuar; los sacramentos, mediante los cuales se nos confiere la gracia, y la fe, esperanza y caridad. La tradición ha hecho especial énfasis en el don de la caridad, que nos impulsa a obrar siempre en beneficio del otro y a huir del egoísmo, que suele manifestarse en la búsqueda exclusiva de nuestros propios intereses.
Todos tenemos algo que hacer
Pero para hacer rendir adecuadamente lo que el Señor nos ha entregado no basta con saber reconocerlo o agradecerlo. Así lo refleja la censura del Señor hacia el que escondió el talento bajo tierra. Lo primero de lo que hay que ser conscientes es de que absolutamente todos tenemos algo que hacer; y la tentación que nos acecha es poner excusas. Precisamente cuando nos damos cuenta de que hemos recibido mucho de Dios nos sentimos impulsados a actuar. Ello no implica que nuestro modo de vivir deba estar dominado por el activismo o por realizar aquello que es visto por otros.
Y de aquí se deduce otra consecuencia relevante: con independencia de nuestra situación siempre es posible poner en juego y hacer rendir nuestros talentos, sean muchos o pocos. A menudo nos encontramos con personas con objetivas limitaciones físicas, ya sea por la enfermedad o por la edad, que sienten que poco pueden ya hacer en la vida. Junto con el dolor propio de su condición pueden experimentar un sufrimiento de ánimo incluso mayor que la limitación física, al considerarse un estorbo para su familia o para la misma sociedad. Es tarea nuestra, pues, mostrar al que se siente abatido que también ha recibido importantes dones del Dios, y que siempre, también desde lo oculto y no aparente, es posible hacer fructificar los talentos recibidos.
Vigilancia sin preocupación
Frecuentemente la idea de tener que rendir cuentas de una gestión puede generar miedo o ansiedad, ante la inseguridad de no saber si se ha estado a la altura de la misión encomendada. Precisamente en este punto el pasaje evangélico alcanza la máxima tensión. Puede dar la impresión de que la reacción del señor de la parábola es desproporcionada, ya que el siervo ha actuado con una cierta prudencia. Sin embargo, el Evangelio destaca dos puntos. El primero es que los dones recibidos solo adquieren su valor si se utilizan adecuadamente. Aunque es Dios el que nos da todo cuanto somos y tenemos, ello exige nuestra respuesta y colaboración. El segundo es que el desconocimiento del momento en el que se nos exigirán cuentas no debe suscitar miedo o indecisión. Aunque se nos insiste en la necesidad de la vigilancia, se ha de leer a la luz de una visión de Dios generoso y misericordioso que nunca hemos de olvidar.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».