Hace tiempo se me ocurrió preguntar a los alumnos de Historia de la Iglesia cuántos estudiarían teología si no fuera necesario para ordenarse sacerdote. No recuerdo el resultado exacto de aquella encuesta, pero sí me acuerdo de que me dejó sorprendido, porque eran más lo que no hubieran estudiado que los que sí lo hubiesen hecho. Aquello me hizo pensar. ¿Cuándo se rompió la estrecha unión que había entre el pastor y el teólogo? ¿Cuándo se convirtió la teología en una ciencia tan academicista que ya no influía en la vida pastoral de la Iglesia? Y ¿cuándo la pastoral dejó de interrogar a la teología o esta volvió la espalda a las preguntas que aquella planteaba?
He recordado esto y me hago estas preguntas a la luz del libro-entrevista de George Augustin, Dios ante todo, porque aquí nos encontramos a un misionero, que es pastor y teólogo sin solución de continuidad. Cada una de las respuestas de este religioso palotino nos recuerdan que la teología nació ante la necesidad de presentar el mensaje evangélico, que no es otro que la afirmación de que Dios se ha hecho hombre y ha entrado en la historia de los hombres. Este hecho genera una certeza, como dice el mismo Augustin, «la certeza de que nuestra fe cristiana es bella y de que merece la pena transmitirla».
George Augustin llegó a la teología desde su propia experiencia de fe y desde la misión. Todo aquello que recibió en una familia católica y vivió le dio el convencimiento «de que en el Evangelio hemos encontrado lo que todos buscamos. Siempre me pareció bella la fe cristiana, y luego creció en mi corazón el deseo de transmitir esa fe». Así, el trabajo pastoral que realizó en la India como misionero palotino provocó en él preguntas sobre Dios, sobre la presencia de lo divino en las distintas religiones y, en definitiva, sobre el Dios hecho hombre que nos ha traído la salvación. «Y si he encontrado una respuesta convincente a esta pregunta —asegura Augustin—, no puedo por menos de querer comunicarla a otros. Eso es, en mi opinión, un acto de amor al prójimo».
A lo largo de este libro-entrevista, el teólogo palotino se muestra crítico con una forma de entender el cristianismo que lleva al reduccionismo, convirtiendo el acto de fe en solidaridad; lo transforma en un humanismo sin sentido transcendente; lo presenta como un sistema filosófico o moral que hace de él un conjunto de reglas buenistas o lo define como una utopía. Sin embargo, Dios ante todo es el reconocimiento de que «Dios es Dios y el hombre, hombre. Dios es omnipotente y mi Creador; el prójimo es mi interlocutor en pie de igualdad». Y, por tanto, «ser cristiano comporta tanto la adoración a Dios como el servicio a los hombres. Esta es una lógica sencilla: Dios se ha hecho hombre para salvarnos».
Me atrevo a decir que este es un libro imprescindible para los que nos dedicamos a la enseñanza y a la investigación, para los pastores y para los que se están formando para el sacerdocio o para la misión, porque aquí encontrarán explicados de una forma clara y sencilla los tres pilares de la vida cristiana: la glorificación a Dios, el servicio al prójimo, el anuncio y el testimonio de fe.
Este volumen está prologado por el cardenal Kasper. Quien fuera el director de tesis de George Augustin le dedica unas palabras a su discípulo que, me parece, son el mejor resumen de este libro: «El “Dios ante todo” es un indicativo invitador, una incitación a poner a Dios en primer lugar y a amarlo con todo el corazón, toda el alma y todos los pensamientos… El amor divino no puede anunciarse solo con los labios y hacerse creíble mediante la reflexión teológica; hay que testimoniarlo con la propia existencia».
George Augustin
Mensajero
2022
184
11,40 €