Al lado de nuestro Dios - Alfa y Omega

Al lado de nuestro Dios

Andrés Martínez Esteban

El siglo XX fue para la Iglesia católica el siglo de los mártires. A lo largo y ancho del planeta, muchos hombres y mujeres de toda clase y condición, pero con un común denominador, la fe católica, murieron a manos de regímenes políticos, dictaduras, totalitarismos que quisieron barrer de un plumazo cualquier forma de vida cristiana.

Algunas de estas persecuciones tuvieron más resonancia mundial. Otras, en cambio, pasaron desapercibidas. Sin embargo, todas ellas se produjeron bajo regímenes dictatoriales. Unos claramente totalitarios, como en el caso de la Alemania nazi, la Rusia estalinista o la China comunista. Otros fueron aparentemente democráticos, pero con una legislación manifiestamente liberticida. Este fue el caso de España bajo el Frente Popular, la Italia de Mussolini o, como es el caso que nos ocupa, en México, con el Gobierno de Plutarco Elías Calles.

El 1 de agosto de 1926 entraba en vigor una reforma del Código Penal que afectaba a la libertad religiosa del pueblo mexicano. Era la conocida como Ley Calles, que prohibía todo tipo de manifestación religiosa de la Iglesia católica. Fueron un conjunto de normas que impedían a los sacerdotes vestir públicamente como tales; les prohibían regentar escuelas o celebrar abiertamente el culto religioso; las propiedades de la Iglesia fueron nacionalizadas y la prensa católica clausurada; se vigilaban las predicaciones del clero y se limitó el número de sacerdotes que podían ejercer el ministerio en un territorio mediante un registro civil.

No hubo opción a la objeción de conciencia. ¿Qué sucedió entonces? ¿Cuál fue la respuesta de la Iglesia en México, de los católicos mexicanos y de la Santa Sede? Los obispos mexicanos quisieron buscar una solución mediante el diálogo. No fue posible. Desde Roma, el secretario de Estado, cardenal Gasparri, envió instrucciones al episcopado y dejó claro en qué se podía y en qué no se podía transigir con el Gobierno. Muchos sacerdotes fueron fusilados, algunos obispos fueron exiliados y otros tuvieron que esconderse.

Sin embargo, hubo católicos que optaron por la rebelión armada. Fueron los conocidos como cristeros, aquellos que al grito de «¡Viva Cristo Rey!» decidieron empuñar las armas y luchar contra un Gobierno que les arrebataba el derecho más sagrado que tenían, la libertad religiosa. Entre estos hubo un joven, José Sánchez del Río, al que, por su corta edad, no le dejaron luchar, pero que sí acompañó a los cristeros portando el banderín. En un enfrentamiento con soldados federales fue hecho prisionero y ejecutado. Desde el momento de su muerte violenta fue considerado un mártir, algo que no sucedió con otros cristeros que murieron en el campo de batalla o en prisión.

Es cierto que a José Sánchez del Río se le puede considerar un prisionero de guerra, pero también es cierto que ni atacó ni se defendió con las armas. Una vez en la cárcel, hicieron todo lo posible y lo imposible para que renegara de su fe. Cuando no lo consiguieron, lo sometieron a infernales torturas, lo llevaron al cementerio y allí fue ejecutado. Primero le rompieron la mandíbula de un golpe con un fusil, lo acuchillaron y, finalmente, le dieron el tiro de gracia.

Desde la cárcel escribió a su madre. Pedía que se resignara a la voluntad de Dios, porque «yo muero contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios». Y cuando ya estaba decidida su muerte, pudo ver a su tía Magdalena por última vez. Esta le llevó la Eucaristía escondida entre los alimentos que le permitieron meter en la cárcel. Fue su viático. Al despedirse José le dijo: «Ya nos veremos en el cielo».

San José Sánchez del Río y mártires de México
Autor:

Luis Laureán Cervantes

Editorial:

Encuentro

Año de publicación:

2022

Páginas:

194

Precio:

16,50 €