Hablan los cubanos y la monja gallega encargada de atender al Papa en La Habana «Ya no tenemos miedo a abrir en Cuba nuestras puertas a Cristo»
La casa del Papa durante su estancia en Cuba es una villa del barrio de Miramar, bajo cuyas ventanas se reúnen los jóvenes de La Habana para cantar sones de la tierra a Juan Pablo II. Ni grande ni pequeña, pero resplandeciente, la casa ha sido cuidada en todos los detalles. La hermana María Fe Rodríguez, gallega, de la Congregación de las Siervas de San José, es el factotum en quien confía para todo el nuncio monseñor Beniamino
«Le he preparado al Papa la habitación del nuncio y su despacho, que están en el segundo piso. Y una capilla privada por si quiere —como es su costumbre— orar durante la noche, no tenga que bajar a la planta baja donde se encuentra la capilla de la Nunciatura. Ya se sabe que el Papa reza mucho».
La hermana María Fe ha realizado algunas proezas, como por ejemplo confeccionar y bordar en los talleres Nazaret, donde trabajan chicas y mujeres cubanas, las trescientas estolas y casullas que hacían falta para las liturgias de la visita papal. Llevan bordadas una palma real, árbol nacional, y una cruz. También han preparado los manteles de altares, y corporales, que no tenían, tras 40 años de catacumbas.
La hermana es muy apreciada en La Habana, y una de sus tareas, además de llevar la Residencia San José para ancianas, es la de visitar el hospital Los Cocos, donde se acoge a los enfermos terminales de sida. Dejó España hace 37 años. 17 los vivió en la Nunciatura del Perú y allí coincidió con monseñor Tagliaferri, quien al llegar destinado a Cuba la hizo venir. Hace de esto ya otros 18 años. Monseñor Tagliaferri vino de nuncio a España en el 86, ella se quedó en La Habana, y explica ufana que se siente en casa: «Siento tanto la universalidad de la Iglesia que no me siento extranjera en ninguna parte».
Como un milagro
Vive estos días como un milagro. Le impresiona el despertar de la fe que se está produciendo en esta isla. Pese al ajetreo, las mil llamadas y los problemas por resolver, saca tiempo para atender afablemente a todo el mundo y transmitir la gran alegría que lleva dentro. Si se le pregunta por los años de catacumba, responde: «Ha pasado tanta agua bajo el puente, se ha sufrido tanto…». Pero no se le saca de ahí, porque, según dice, «estos son días de esperanza y paz», y no está dispuesta a recordar las penas.
Una gran paloma blanca con las alas desplegadas acoge el altar donde Juan Pablo II celebrará la Eucaristía mañana, en la plaza José Martí, la más emblemática del castrismo, también llamada plaza de la Revolución.
Aura Miguel, periodista de Radio Renascença, escribe así en el diario O Independente, y bajo el título Juan Pablo II, echa una mano a Castro: «Fidel espera que el Papa condene el embargo de los Estados Unidos a Cuba. Dicen los obispos cubanos que en la Polonia de los tiempos de Wojtyla la situación de la Iglesia era todavía peor que la de hoy en Cuba. En su último discurso al Cuerpo Diplómatico, el Papa ha calificado de valientes a los católicos cubanos, lo que hace imaginar que no se va a andar con chiquitas a la hora de la exigencia.
Desde 1959 el Gobierno de La Habana, trata de erradicar el catolicismo de la isla, al que considera enemigo de la clase obrera, y de eliminar toda manifestación o expresión cultural de fe. La fe nunca ha dejado de ser vista como algo retrógrado y anticientífico y la libertad religiosa como algo simplemente privado. Hoy las parroquias ven aumentar el número de fieles un 200 % cada año, y es muy significativo el acercamiento de muchos jóvenes a la Iglesia porque existe un vacío espiritual, que los más jóvenes tratan de llenar porque el marxismo habla mucho del hombre nuevo, pero ese hombre no pasa de ser un sueño. Con la visita del Papa, la Iglesia cubana espera conseguir más libertad, tener más acceso a los medios necesarios para la evangelización y el trabajo pastoral, más facilidades para llegar a la población y para comprometerse en su promoción humana, sin acusaciones de intromisión en los asuntos del Estado».
El Ché Guevara, cuyo rostro gigante mira desde el ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, parece asombrado del cambio de escenario, cuyo clima religioso completa un Sagrado Corazón en póster gigante, que cubre la fachada de la Biblioteca Nacional, detrás de la paloma coronada por una Cruz. También presidirá la misa la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Será llevada al altar por el cardenal Ortega en procesión desde la catedral a la plaza. Otra pancarta que dice La paz es obra de la justicia luce desde la fachada del Teatro Nacional.
La Habana vive con una tensión ilusionada la visita del Papa. Los dos millones y medio de habaneros esperan ver qué pasa. Los católicos han trabajado duro, y aseguran que la de mañana será una misa muy especial. Grupos de jóvenes de las parroquias reparten por las calles pósters del Papa y trípticos invitando a todos, creyentes o no, comunistas o no, a sumarse a la celebración.
Javier, ingeniero electricista, católico practicante, controla las tareas en la plaza de la Revolución. Le encanta lo de la paloma de vuelo popular y cristiano, ideada por un equipo de arquitectos, ingenieros y técnicos afines a la Iglesia. «¿Qué está pasando, Javier?», le pregunto. «Vivimos un momento de apertura y despertar religioso —me dice—. En Cuba se ha perdido la fe en los hombres y en el cacareado paraíso socialista, que ha sido más bien un infierno, y ahora los cubanos necesitan la fe en Dios».
Los católicos han perdido el miedo y resulta impresionante ver cómo la Iglesia en Cuba sale de la clandestinidad, más joven y fuerte que nunca. La misa del domingo pasado en la catedral, oficiada por su párroco, don Rolando Cabrera, 32 años, secretario del cardenal Ortega, fue emocionante. Con el templo a tope, un coro juvenil de categoría y la participación de chicos y chicas en una liturgia viva. Don Rolando Cabrera, que comunica con el pueblo con espontaneidad y calor, dijo que como Cristo en las bodas de Caná (evangelio del día) cambió el agua en vino, así el Papa cambiará en Cuba el agua de la increencia en el vino de la fe. Urgió a que cada católico convenza a veinte personas, indiferentes o no, creyentes o no, del partido o no, a ir a participar con ellos para estar todos los cubanos unidos por la paz, la justicia y el amor.
Cara y cruz
«No soy predicador, ni militante católico, ni me ocupo de la religión», puntualizó Castro, después de hacer el siguiente retrato del Papa: «Es un hombre de gran talento, de gran inteligencia, de gran cultura, con un fuerte espíritu de trabajo, que es humilde y sabe escuchar. Desde que acabó la guerra fría, este Papa es posiblemente el más grande dolor de cabeza que tenga hoy el imperialismo», cerró como colofón. También advirtió a los del Partido que en la misa del Papa no se debería oír ni una protesta, ni un gesto de rechazo a lo que haga o diga el Papa, aunque no guste.
Esta actitud de Castro hace decir a unos que es un redomado cínico, mientras otros sostienen que siente lo que dice. Sin embargo, no se permitirá a los jóvenes universitarios asistir al encuentro del Papa con el mundo de la cultura en la Universidad de La Habana. A lo que el cardenal Ortega ha respondido pidiendo que los jóvenes se reúnan en el recorrido cercano a la Universidad. Así es la cara y cruz de esta visita, que sin duda es un regalo de Dios a Cuba toda entera. Ocurre que, en el Partido, se tiene miedo al gancho que tiene el Papa con los jóvenes. Se han enterado de lo de París.

Así lo siente Jorge, taxista de una empresa turística del Estado, que sólo gana el 15 por ciento de la recaudación, porque lo demás es del Estado, dice sin tapujos. «Sí, nos viene bien. Lo que esperamos del Papa es que nos bendiga, que bendiga esta isla y se acaben tantas penalidades». ¡Cómo no!
En la calle se comenta el viaje con la espontaneidad, la hospitalidad, la dignidad de este pueblo que tan bien sabe callar sus penas. María, bordadora de 70 años, católica, confiesa que estos años ha tenido que vivirlos rezando en silencio. Otra mujer, que vende prensa cerca del hotel Habana Libre, dice que ella se educó en las Ursulinas y sabe toda la doctrina, pero que duda que la gente de ahora sepa lo de que Dios es uno y trino… Un hombretón, negrazo, interviene, al oir la conversación, para decir que él hace cuarenta años que no va a la iglesia, pero sabe el Padre Nuestro que le enseñó su madre. Y va y lo reza en alta voz. Se forma corrillo y la gente mira y sonríe.
Eneida, mujer de mediana edad, es misionera de la comunidad de San Francisco y va de pueblo en pueblo en misión de evangelización popular. Asegura que la gente tiene gran sed de Dios. Lo cierto es que incluso en los mercadillos de la plaza de Armas en el casco histórico de La Habana, en los puestos de libros de viejo, se ven libros religiosos, de oración, viejos misales, biblias y hasta el Año Cristiano de Croisset, traducido por el padre Isla, edición de 1852.
Michel, veinteañero líder de la parroquia de la Virgen del Rosario, nos dice con sonrisa de complicidad: «Ya no tenemos miedo, queremos abrir en Cuba las puertas a Cristo».