Gregorio Marañón: «La cultura hará un esfuerzo inmenso para reinventarse» - Alfa y Omega

Gregorio Marañón: «La cultura hará un esfuerzo inmenso para reinventarse»

Al ritmo de su polifacética trayectoria profesional, el presidente del Teatro Real repasa las últimas décadas de la historia de España en Memorias de luz y niebla

Rodrigo Pinedo
Gregorio Marañón en su cigarral en Toledo, ciudad cuyo patrimonio siempre le ha preocupado. Foto: Ana Pérez Herrera

«Mis antepasados soy yo». Rescata esta frase atribuida a Napoleón para defender que la propia fama la gana uno, pero debe de marcar ser nieto de Gregorio Marañón y sobrino nieto de santa Maravillas de Jesús
De mis antepasados me interesa la variedad de sus procedencias, desde reyes a modestos tenderos del Rastro, de diputados republicanos a diputados conservadores y monárquicos. Me enorgullece lo que hicieron por sí mismos, con ejemplaridad cívica. No presumo, aunque algunos constituyen para mí referencias muy valiosas. A mi abuelo Marañón y a mi tía abuela santa Maravillas de Jesús tuve la fortuna de tratarlos mucho.

Sostiene que la fe nace de la confianza en alguien que transmite sus creencias. ¿Quién le habló de Dios?
La fe, de manera extraordinaria, también puede alcanzarse a través de una iluminación reveladora. Pero en la mayoría de los casos nace cuando nos la transmite una persona que cree, y que forma parte de esa cadena de creyentes, iniciada hace 2000 años, por quienes dieron testimonio de la Resurrección. En mi caso fue mi madre quien me habló por primera vez de Jesús, de niño.

¿Qué tiene su fe de la madre Maravillas, una gran mística?
El ejemplo de su vida, dedicada a la contemplación, a la oración y a hacer el bien a los demás, incluso a los que no conocía, como cuando promovía escuelas y viviendas en las barriadas más necesitadas. Tuve la fortuna de estar con ella muchas veces, acompañando a mi madre, que era su sobrina preferida porque habían vivido juntas. No le recuerdo nunca una palabra o un gesto que no fuera bondadoso e inteligente. Más tarde, leyendo su correspondencia, descubrí que, además de vivir muy intensamente la presencia del Señor, había padecido la experiencia que los místicos denominan «la noche oscura», la pérdida circunstancial de la fe. También en esto su ejemplo me ha ayudado a creer.

Cita a muchos sacerdotes, desde el jesuita José María Basabe hasta Javier Siegrist, pasando por Carlos Padilla, que acompaña a su grupo de matrimonios. ¿Qué han supuesto para usted?
El jesuita José María Basabe era el director espiritual de Los Rosales cuando estudiaba segundo y tercero de Bachillerato. Siempre recordaré unos ejercicios espirituales que nos dio en El Paular. Aquella experiencia supuso un impulso decisivo para mi fe. Carlos Padilla, desde Schoenstatt, comunidad de la que me siento muy cercano, es un extraordinario amigo y sacerdote, que me acompaña, personal y familiarmente, en el camino. Podría decir algo parecido de Javier Siegrist, tan inteligente como entusiasta, de quien siempre aprendemos.

El autor es nieto de Gregorio Marañón y sobrino nieto de santa Maravilla de Jesús.

También se refiere a otros como Gómez Caffarena, González de Cardenal, Echarren, Patino o Díez-Alegría… ¿Qué les une?
Son muy distintos, como fue también diferente la relación que tuve con cada uno de ellos. Los tres primeros me ayudaron decisivamente en el camino de mi fe. Desde muy joven comprendí que la formación religiosa que había recibido de niño tenía que transformarse en una formación de adulto que comprendiese fundamentos teológicos y también exegéticos. La formación religiosa tiene que crecer con nosotros. Cuando no es así, es fácil perder la fe.

Olegario, que fue uno de los teólogos importantes del II Concilio Vaticano, me dijo un día, ante algunas de las críticas que yo hacía sobre la Iglesia, que él, conociéndola mejor, podía ser incluso más crítico, pero que jamás la abandonaría porque era la familia en la que había encontrado a Cristo. José María Gómez Caffarena fue quien dio un mayor impulso a mi formación religiosa de adulto y quien me contagio «la audacia de creer». Con Ramón Echarren colaboré muy estrechamente cuando fue obispo auxiliar de Madrid. A José María Martín Patino le conocí durante la Transición, cuando era el secretario del cardenal Tarancón, y apoyaba decididamente los movimientos democráticos. Luego le traté también cuando pertenecía al Consejo Editorial de El País. José María Díez-Alegría, hermano del general, fue un cura obrero cuyo ejemplo no se me olvida.

En el libro resuena su anhelo de vivir el amor, ¿acaso sabernos hijos (de Dios) lleva a vernos como hermanos?
Basta recordar las palabras de Jesús cuando nos decía que le descubriéramos en nuestro prójimo. Nadie que intente seguir a Cristo con autenticidad puede dejar de lado su principal enseñanza, que fue el amor.

En esa preocupación por otros, ¿es inevitable el compromiso político?
En cualquier caso, me parece coherente salvo que nuestra espiritualidad tenga un carácter contemplativo. Y no me refiero al compromiso de carácter partidista, sino al compromiso cívico, pues en una democracia la Política, con mayúscula nos incumbe a todos. Ese compromiso cívico, un cristiano debe entenderlo como un servicio a los demás.

Cita a Machado para recordar el país en el que nació: «Una de las dos Españas ha de helarte el corazón…». En sus años de Derecho en la universidad, ¿qué España empezaba a latir?
La nueva España democrática que permitiría la reconciliación de las otras dos Españas que nos helaban el corazón. Y ese reencuentro sucedió, algunos años más tarde, en la Transición.

Aunque luego nunca dejó de ejercer como abogado, ¿sí como democristiano? ¿Por qué cree que en España no ha habido un partido democristiano?
La respuesta es compleja. Creo que en España no hubo en 1978 un partido demócrata cristiano, al estilo del que aún hoy hay en Alemania, por errores de liderazgo. Figuras como las de Joaquín Ruiz-Giménez o José María Gil Robles tuvieron en esto una gran responsabilidad. Con todo, en España hay, aún hoy, un partido de origen democristiano: el Partido Nacionalista Vasco. Otra razón de fondo para esa carencia es el proceso de secularización que ha experimentado en el último medio siglo Europa, y, por supuesto, también España.

The Economist nos acaba de considerar una de las 23 democracias plenas. ¿Valoramos lo construido?
En el viaje de mi generación hemos pasado de ser un país subdesarrollado a convertirnos en la decimotercera economía del mundo, y de una dictadura a tener esta consideración democrática. Hay algunos que se empeñan en construir nuestro futuro sin valorar este viaje ni, por supuesto, lo que significó la reconciliación de la Transición. Desprecian lo que ignoran, y tampoco son conscientes de que sin memoria no hay futuro, como señala Emilio Lledó.

Lamenta que los políticos actúan de «manera dantesca, casi guerracivilista». ¿Tiene solución?
En Madrid, el político más valorado es Martínez-Almeida, precisamente porque representa esa otra manera de hacer política que reclama la situación actual. Por supuesto la polarización es un sinsentido en plena pandemia, y también cuando cruje la vertebración territorial de nuestro Estado. Es urgente que se recuperen el sentido del Estado y la concordia, y estoy convencido de que, más tarde o más temprano, lo lograremos.

Tras el confinamiento, el Teatro Real de Madrid reabrió sus puertas con La Traviata. Foto: Comunidad de Madrid.

Hablando de la pandemia, el Real ha reabierto, pero ¿qué pasa con los que no levantarán de nuevo el telón?
El Teatro Real es el único teatro de ópera abierto en Europa, y funciona con todas las medidas de seguridad sanitaria. El mundo de la cultura, y por tanto los teatros, ya estén abiertos o cerrados, hará un esfuerzo inmenso para reinventarse cuando termine la pandemia.

Entiende la cultura como «reflexión crítica que nos permite mejorar» y como «valor identitario de una sociedad»… ¿Seremos peor país por el impacto de la COVID-19 en esta?
El impacto de la COVID-19 empobrece a toda la sociedad, y, por tanto, también al mundo de la cultura. Pero el reto que supuso transformar un país subdesarrollado, con un 40 % de analfabetismo, en uno de los países ricos del mundo fue un empeño muchísimo más difícil. Los que lo hemos vivido no tenemos ninguna duda de que nuestra cultura y nuestra sociedad en general, en un futuro no muy lejano, se habrán recuperado plenamente con la fuerza necesaria para seguir creciendo.

Aparte de presidir el Teatro Real, ¿de qué otra tarea cultural guarda mejor recuerdo?
En primer lugar, de mi participación en la campaña de alfabetización en 1983 en la serranía de Huéscar. Fue una experiencia constituyente. Mucho más adelante, si tengo que elegir, me quedo con mi tarea como presidente en la Real Fundación de Toledo, en la Fundación El Greco 2014, y, actualmente, en la Fundación Ortega-Marañón.

«La desmemoria que no cesa» le valió en 2018 el Cavia, que recogió de manos de los reyes. Foto: Jaime García.

También ha estado vinculado a la prensa, con décadas en el Consejo de Prisa y ahora en El Español, así como con numerosas colaboraciones y hasta un Cavia –de este ABC que nos acoge–. ¿Qué sería de nosotros sin medios?
Una democracia necesita, incuestionablemente, medios libres e independientes. También en esto se requiere un pacto inteligente entre los representantes de nuestros medios para hacerlos económicamente viables y, al mismo tiempo, accesibles a la ciudadanía.

En su biografía, dice, hay luz, niebla y olvidos… ¿Cómo le gustaría ser recordado?
Mi único deseo en este ámbito es que no me olviden los míos, es decir, mi familia, mis mejores amigos, los que más me han querido, y desearía que me llevasen en la memoria del corazón que, como bien decía Camus, es la más segura.

Memorias de luz y niebla
Autor:

Gregorio Marañón y Bertrán de Lis

Editorial:

Galaxia Gutemberg

Año de publicación:

2020

Páginas:

432

Precio:

23,5 €