Gran Thinkglao - Alfa y Omega

Gran Thinkglao

María confiesa la fascinación que le producen las ideas que fluyen en cada cita. Llegó atraída por la estética, la organización y ese misterioso poder de convocatoria. Ahora cree que la clave de este éxito es el sentimiento de comunidad y la posibilidad de charlar como en una quedada sobre aquellas cuestiones más profundas que los jóvenes tienen dentro

Sandra Várez
Gran Thinkglao
Foto: Sandra Várez.

Sábado, diez de la mañana. De un coche lanzadera empiezan a salir jóvenes cargados con bolsas llenas de comida, bebida, hielos, carteles y camisetas. Llegan de todas partes de España: Málaga, Jerez, Barcelona, Valencia, Zaragoza… hasta de Canarias. Y alguno más de fuera. Hay cerca de un centenar y muchos no se han visto nunca. Están preparando una macrofiesta con música, cerveza y muchas expectativas. Pero eso es solo el aderezo. Porque aquí se ha venido a practicar algo que, en estos tiempos líquidos, es casi ir contracorriente. Pararse a pensar y compartir lo que se piensa; escuchar lo que otro comparte y hacerlo propio; dejarse interpelar, cuestionar y remover por las grandes preguntas: ¿Para quién vives? ¿Por qué trabajas? ¿Qué es el disfrute? ¿Qué es la coherencia?

Esta es solo una de las centenares de imágenes que han dejado las casi diez horas de lo que los convocantes han bautizado como Gran Thinkglao, al reunir, por primera vez, a más de 800 jóvenes, aunque muchos más se quedaron sin entrada. En pocas semanas se vendieron todas y hasta se generó reventa; porque, desde que esta iniciativa comenzó en los años de la pandemia, no ha hecho más que sumar seguidores y ya están en más de 30 ciudades y en cinco países. Y son cada vez más los que se unen, sin conocerse, para formar parte del comprometido grupo de voluntarios que se encargan del previo y del post. «No es verdad que los jóvenes no nos hagamos preguntas, que estemos anestesiados o que no queramos cambiar las cosas», me dice una. Tras un apoteósico arranque, comienzan a vibrar las palabras y a brillar las ideas: «El trabajo no es lo que haces, sino lo que eres»; «fuimos por otros, somos con otros y estamos para otros»; «no asumáis nunca una tarea que vaya contra vuestra naturaleza»; «debemos trabajar para recuperar los vínculos»; «no es posible el orden sin una Inteligencia».

Aquí, aunque se aparenta espontaneidad, también lo hay. Orden. Cada ponencia está ajustada a 18 minutos. Ni más ni menos. Muy por encima de los parámetros actuales de una atención que ha quedado dinamitada por las redes sociales. Y no hay nadie que saque un móvil. Porque la fuerza del discurso radica también en las miradas. «Uno no se da cuenta de que no ve hasta que un día se pone gafas», dice el filósofo Ricardo Piñero a un auditorio repleto de jóvenes a los que habla del trabajo como una de las mejores formas de desplegar la esencia humana. Pero sin perder el sentido de la trascendencia. El único, dice, que hace mirar y amar de verdad.

María, ya habitual, confiesa la fascinación que le producen esas ideas que fluyen en cada cita. Llegó atraída por la estética, la organización y ese misterioso poder de convocatoria. Ahora cree que la clave de este éxito es el profundo sentimiento de comunidad y la posibilidad de charlar como en una quedada de amigos a las dos de la mañana, con una cerveza de por medio, sobre aquellas cuestiones más profundas que los jóvenes tienen dentro. Sin prejuicios ni ideologías. O con ellas. Pero con una idea fundamental: que para formarse un criterio son necesarios los otros y que buscar la verdad es lo que nos hace verdaderamente libres.