Graduado a los 96 años y cerca del cum laude
El Papa pidió en su mensaje a los abuelos, que celebran este domingo su primera jornada, que «emprendan algo nuevo». Paternò se graduó ya nonagenario y Maddaloni organiza eventos en su salón para familia y personalidades
Con 96 años y 10 meses, Giuseppe Paternò se graduó en Historia y Filosofía en la Universidad de Palermo. El más anciano del mundo en hacerlo. Defendió su tesina ante sus dos hijos, Nunzio, con 71 años, y Marcella, con 69, y sus cuatro nietos. «Siempre he tenido un gran entusiasmo. Es mi antídoto frente a los años que pasan. Ahora que estoy en la línea de meta, todavía miro hacia delante», dijo a los medios locales aquel día. Este nonagenario hace vida lo que Francisco ha pedido en su mensaje a los abuelos, que este 25 de julio celebran su primera jornada mundial, establecida por el Papa en torno al día de san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen. «No importa la edad que tengas, si sigues trabajando o no, si estás solo o tienes una familia, si te convertiste en abuela o abuelo de joven o de mayor, si sigues siendo independiente o necesitas ayuda», señala el texto. «Es necesario ponerse en marcha y, sobre todo, salir de uno mismo para emprender algo nuevo».
Parece que Francisco habla del propio Paternò. Escribió su tesina con mucha dedicación y paciencia en su vieja Olivetti, que se convirtió en su compañera de vida tras la muerte de su esposa, en 2006. Nació en 1923 rodeado de miseria, en una Italia que trataba de levantar cabeza tras la Primera Guerra Mundial. Vivió otra guerra, los bombardeos, el servicio militar… Comenzó a trabajar con solo 7 años. Su padre, empleado en un bar en el centro de Palermo, lo llevaba con él para que le ayudara. Era el mayor de siete hermanos de una familia muy pobre. Todo esfuerzo era poco para alimentarlos a todos. Con 20 años ya había sido botones, telégrafo en los ferrocarriles y jefe de estación. Con 31 llegó su primer ascenso tras conseguir el diploma de topógrafo en la escuela nocturna. Se jubiló, pero no quería solo ver pasar el tiempo. «Lo importante era aprender, estudiar, razonar. Comencé con dos cursos de Teología», recuerda. También escribió un libro con sus memorias, mezclando sus lugares del corazón con los acontecimientos históricos que vivió en su ciudad natal. Por ejemplo, la plaza de los Aragoneses, donde celebró el final de la Segunda Guerra Mundial llegando con su familia desde Trapani, recorriendo a pie unos 100 kilómetros. Entró a la universidad con los 90 cumplidos y superó todas las materias de forma brillante, obteniendo una media de 29,80 (30 es el máximo y el mínimo para aprobar un 18). El rector de la Universidad de Palermo, Fabrizio Micari, subraya que la de Paternò es una «carrera increíble», con notas que rozan el cum laude, «uno de esos casos que te dan una inmensa alegría». Micari se deshace en elogios ante el estudiante más anciano de las universidades italianas: «Es una auténtica locura que haya obtenido esta media en las calificaciones. Una frescura mental y una lucidez de las que deben tomar nota los jóvenes».
La matriarca de la familia
Las fiestas con cine y palomitas que monta en su salón la italiana Natia Maddaloni no dejan a nadie indiferente. Sus 19 nietos marcan en rojo en el calendario la siguiente cita. «Quería inventarme algún espacio para poder disfrutar de ellos sin que sus padres estuvieran presentes. Además de ver la película, la comentamos después». Además de estos animados cinefórum, Maddaloni suele invitar a su casa a personalidades del mundo de la cultura, la política, la comunicación, que se prestan a dar una conferencia de andar por casa.
La suya es lo que se llama una familia numerosa. El último en llegar fue su primer bisnieto, que tiene 5 meses y se llama Pietro. Desde el principio ha tratado de forjar con sus cuatro hijos y sus respectivas familias una relación «basada en el respeto y la libertad», sin acaparar espacios que no le pertenecían. «Hemos creado un clan. Una tribu que se ayuda, pero que está abierta a ayudar a los demás también», explica.
No titubea cuando se le pide que saque de sus recuerdos el momento más feliz de su vida. Entonces señala un viaje a Lourdes, el último que hizo con su marido, que falleció poco después por leucemia. «Participamos toda la familia», recuerda. La enfermedad dejó momentos agrios en su vida, pero «él nunca quiso dejar un mal recuerdo». Por eso ese viaje cambió, de alguna manera, la vida de todos.
Para Maddaloni el apoyo que pueden dar los ancianos en una familia más que material, es «sobre todo espiritual». «Hay que estar ahí sin ahogar a nadie», remacha. y arremete contra los que se permiten dar lecciones de moral porque son más mayores. «No podemos decir que nuestra experiencia o las formas que teníamos antes eran mejores o peores que las actuales. La realidad está hecha con los peldaños de una escalera. A veces suben y a veces bajan», asegura. Su experiencia docente en un colegio de Roma le marcó a fuego que «podemos aprender algo, por pequeño que sea, del que tenemos delante». «Todas las generaciones han tenido que enfrentar retos. La mía, vivió una guerra», añade, y narra cómo a su padre «tuvieron que amputarle las dos piernas porque se le congelaron en la nieve de Rusia, donde estaba destinado su batallón». Maddaloni finalmente advierte que lo que más le duele de los jóvenes es el pasotismo. «Lo peor que le puede pasar a un joven es que sea un comodón. Es lo más peligroso, porque es la antesala de la indiferencia y el conformismo».