Hay millones de personas que viven con Dios… ¡y les va bien! No son más listos, más sanos, más ricos o más guapos…, pero sí son más felices. Ponen a Dios en el centro de su corazón y practican el amor incondicional que han aprendido de Jesucristo, con quien hablan a diario. Las diferencias van más allá de ir a una iglesia el domingo: cambia totalmente el modo de afrontar el sufrimiento, las ofensas que reciben o los errores que cometen. Cambia totalmente el modo de mirar la enfermedad o la muerte. Cambia totalmente su mirada sobre ellos mismos, sobre los demás y sobre el mundo. Todo tiene un sentido más hermoso, que llena de paz.
Si es verdad que puedo hablar con Jesucristo, ahora, ¿a qué estoy esperando para orar? Si es cierto que los sacerdotes pueden sanar mis heridas, ¿por qué rechazar esta medicina sin probarla? No podemos tener miedo de Dios.