Me aburren soberanamente los expertos en conspiraciones vaticanas, pero hoy les preguntaría cómo se explican que, en medio de esas intrigas y de un lodazal tan putrefacto como, según suponen, es la Santa Sede, hayan surgido Pontífices de la altura espiritual, humana e intelectual que han acreditado, sin ir más lejos, los once últimos. Todos son o serán santos; todos brillaron muy por encima de los líderes políticos de su época; todos fueron amados y venerados por millones de personas del mundo entero. La inmensa mayoría de los cardenales electores son hombres de Dios que sólo buscan el bien de las almas. Así que el Espíritu Santo tiene donde elegir.