Fuente que sacia toda sed
La parroquia es la sempiterna puerta abierta a Dios: en ella, los niños —en España, 315.000 cada año— reciben el sacramento del Bautismo; los novios dan el Sí quiero ante Dios y la Iglesia —120.000 este 2012— y los ancianos encuentran consuelo y acompañamiento —la Iglesia en España atiende a más de 50.000—. En estas páginas, los Presidentes de las distintas Comisiones de la Conferencia Episcopal Española exponen cómo, desde el templo parroquial, se construye la vida fecunda de la diócesis y se contribuye al bien común de toda la sociedad
Textos recogidos por Cristina Sánchez
Monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia.
Presidente de la Comisión episcopal Apostolado Seglar
La Comisión episcopal de Apostolado Seglar quiere ser una ayuda a los obispos en su misión de promocionar y consolidar el apostolado laical, sobre todo el asociado. Sigue las directrices señaladas por la Iglesia, deseando continuar con el impulso evangelizador y misionero marcado por el Concilio Vaticano II. Desea animar a todos, a redescubrir el Bautismo que injerta nuestra vida en la de Jesucristo, concediéndonos la filiación adoptiva con Dios Padre y derramando la fuerza del Espíritu Santo para ser sus discípulos.
¿De dónde salen y se nutren todos estos discípulos? ¿Es posible vivir la fe individualmente? ¿Pueden los laicos madurar su vida cristiana en cualquier ambiente? Ciertamente que no. Hacen falta espacios concretos donde alimentar la fe, celebrar los sacramentos, fortalecer lazos fraternales, canalizar la caridad, reflejar la belleza de la comunidad cristiana…
Así aparece la parroquia jugando un papel importantísimo e insustituible en la construcción de la comunidad cristiana. La parroquia, como decía el Beato Juan XXIII, es como una fuente de aldea a la que va todo tipo de personas a buscar agua. Todas toman la misma agua. Las personas y sus situaciones son diferentes, pero todas beben en la misma fuente. Puede haber otras instituciones, pero es en la parroquia donde se nace a la vida cristiana y se alimenta esa vida, donde se distribuyen carismas y vocaciones.
Monseñor Jesús Catalá, obispo de Málaga.
Presidente de la Comisión episcopal del Clero
Pese a las críticas que una parte de la sociedad lanza contra los sacerdotes, la presencia de éstos en medio de la gente es una bendición de Dios y un regalo para las personas. Su trabajo en la parroquia, o en otros ambientes, y su dedicación a los niños, jóvenes, enfermos, ancianos y, sobre todo, a los hermanos más necesitados, siguen siendo necesarios y valorados muy positivamente.
La Iglesia fue instituida por Jesucristo, aunque algunas personas opinen que se trata de un invento de los mismos curas; pero si fuera invento humano, hace tiempo que habría desaparecido. La fuerza, la ilusión, la alegría y la dedicación de los sacerdotes provienen del Espíritu, que los sostiene y empuja a la misión encomendada.
La misión de la Iglesia es, sobre todo, espiritual: anunciar el reino de Dios entre los hombres y llevar la salvación en nombre de Jesucristo. Pero la Iglesia asume también tareas sociales, donde aprecia necesidades humanas; ella ha sido pionera en hospitales, universidades, colegios, orfanatos, cooperativas y otras instituciones de carácter social. Por todo ello, contribuye a crear una sociedad mejor.
La Iglesia diocesana se hace presente a través de los sacerdotes, que dedican con generosidad a los demás su vida, no exenta de dificultades.
Monseñor Adolfo González Montes, obispo de Almería.
Presidente de la Comisión episcopal Doctrina de la Fe
La doctrina de la fe es vida de cada parroquia, porque en ella se anuncia y celebra cada día el misterio de Cristo, la más fundamental verdad cristiana, centro y norte de la vida de cada bautizado. La Misa diaria proclama que Cristo murió por nuestros pecados y vive junto al Padre para interceder por nosotros, misterio que ilumina la venida de un ser humano al mundo cuando un niño es bautizado en la pila bautismal de la parroquia; y cuando en ella se transmite a los niños y adolescentes, mediante la catequesis de la iniciación cristiana, la fe creída, para que se adhieran a Jesucristo con toda el alma cuando reciben por primera vez el Cuerpo y Sangre del Señor, y son fortalecidos con los dones del Espíritu Santo en la Confirmación. La parroquia inculca la doctrina de la fe cuando prepara a los jóvenes para que sean testigos de Jesús en su mundo y para vivir el amor del matrimonio y la vida familiar, o secundar la llamada al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Lo hace también cuando alienta la esperanza ante las dificultades de la vida, consuela a los enfermos y ora por los difuntos proclamando que hay una vida eterna. La vida en Cristo de la comunidad parroquial es, por ello, proclamación continuada de la doctrina de la fe.
Monseñor Casimiro López Llorente, obispo de Segorbe-Castellón.
Presidente de la Comisión episcopal de Enseñanza y Catequesis
La catequesis parroquial y la enseñanza de la clase de Religión en la escuela, junto con la educación cristiana en la familia o en la escuela católica, forman parte de la iniciación cristiana y de la educación en la fe. Todos los implicados en estos tres ámbitos de educación en la fe, cada uno con objetivos, fines y contenidos propios, han de trabajar acordes y concordes en el proceso de la iniciación cristiana, para ayudar a generar un cristiano adulto; es decir, un creyente, un discípulo y un testigo de Jesucristo en el seno de la comunión eclesial. De este modo, la parroquia contribuye a la edificación de la Iglesia diocesana, construida con piedras vivas, cuya piedra angular es Cristo mismo.
Un ejemplo concreto para conseguirlo es una parroquia que, de un lado, ofrece la catequesis parroquial ya a partir de los cinco años, con la implicación de los padres en la catequesis y su participación con los niños en la Misa parroquial; el proceso continúa después de recibir la Primera Comunión y va más allá de la Confirmación. Y de otro lado, los profesores de Religión son también catequistas o, al menos, están representados en el Consejo de Pastoral parroquial, para hacer posible la coordinación de la catequesis y de la enseñanza.
Cardenal Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona.
Presidente de la Comisión episcopal de Liturgia
Para las parroquias de la archidiócesis, la vida litúrgica es el centro de su actividad. Junto a la evangelización y al testimonio de la caridad, el culto litúrgico, constituye una de las tareas esenciales de la parroquia. La celebración de la Eucaristía dominical y de las solemnidades reúne a la comunidad parroquial para dar culto y alabanza al Señor, escuchando la Palabra de Dios y participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. Las parroquias miman las celebraciones de la Eucaristía y también las celebraciones de los otros sacramentos. El sacerdote cuenta, en general, con la ayuda de un grupo de feligreses que cuidan de la liturgia.
Todas las actividades de la parroquia encuentran en la Eucaristía la fuente y la cima, como nos recuerda la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia. Los párrocos se esfuerzan en la organización de la parroquia contando con la colaboración de los laicos y de religiosos y religiosas. Pero son muy conscientes que hay que poner mucho empeño en las celebraciones litúrgicas de la parroquia.
Monseñor Ciriaco Benavente, obispo de Albacete.
Presidente de la Comisión episcopal de Migraciones
¡Admirable la labor callada que realizan con los inmigrantes tantas ya tantas parroquias, que no son noticia! «Las parroquias —decía el Beato Juan Pablo II, a propósito de las migraciones— constituyen puntos visibles de referencia fácilmente perceptible y accesibles, y son un signo de esperanza y fraternidad a menudo entre laceraciones sociales… Contra la inseguridad, la parroquia ofrece un espacio de confianza en el que se aprende a superar los propios temores».
Todo empieza por el gesto sencillo de acoger al otro como hermano. Acoger es escuchar, amar, admirar, respetar, tomar en serio a la persona, ofrecer lo que somos y tenemos. Luego vendrán los programas con acciones concretas: enseñar la lengua, promover bolsas de trabajo, la asistencia jurídica para arreglar papeles, los cursos de preparación o las fiestas en que aflora el genio y la sal de cada pueblo. Vendrán también los grupos de oración y formación, o las acciones explícitamente evangelizadoras, para quienes lo desean. Es lo que están intentado hacer, cada día, nuestras parroquias y sus voluntarios.
Me alegró mucho cuando, hace unos años, un inmigrante me dijo que el encuentro con la parroquia había sido la llave de la integración de él y de su familia en la sociedad española. He de decir, de paso, que este hombre ha recibido, hace unos meses, la ordenación de diácono permanente.
Quisiéramos que los inmigrantes encontraran en nuestras parroquias lo que encontraban aquellos extranjeros en la diáspora, a los que va dirigida la Primera Carta de Pedro. En medio de la opresión política, la explotación económica y la exclusión social, encontraban en la comunidad cristiana la Palabra de esperanza, su familia, el lugar de convivencia en dignidad.
Monseñor Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo.
Presidente de la Comisión episcopal de Misiones
La parroquia es el lugar en el que se vive, o debe vivirse la misión, las misiones, aquella tarea de evangelizar en lugares donde Jesús no es conocido y donde la Iglesia no está del todo establecida. Cada vez es más claro para muchas gentes que la tarea de anunciar a Jesucristo es tarea de todos. Comento una actividad que tuvo lugar, precisamente, el día del Domund: Archivos de la Fe es la experiencia de memoria agradecida de la parroquia toledana de Escalonilla en el Año de la fe. Su párroco, y personas que con él trabajan, han querido fortalecer el espíritu misionero de la comunidad cristiana en día tan señalado. La experiencia, recogida en el Plan Pastoral Diocesano, consiste en la apertura de una exposición en la que se mostraba a los propios hijos de esta parroquia los libros sacramentales, cuadros y material didáctico donde se refleja la oración, las creencias que han sostenido la vida cristiana de esta parroquia en un pueblo concreto. Es la práctica y la fuerza de la fe lo que ahí se ha mostrado en el sencillo patrimonio religioso tal vez olvidado.
Monseñor Sebastián Taltavull, obispo auxiliar de Barcelona.
Presidente de la Comisión episcopal de Pastoral
Tanto en los años de sacerdote y párroco en Menorca, como en el tiempo que llevo de obispo auxiliar en Barcelona, sentirme Iglesia diocesana siempre ha significado para mí una vivencia de comunión, el gozo de caminar juntos como amigos y buenos vecinos. Ha sido y sigue siendo una experiencia de fe compartida y encarnada en la realidad humana diversa en la que vivimos y, a la vez, muy cercana que encuentra su realización en la parroquia.
Sentirse Iglesia diocesana es vivir en primera persona y en comunidad el entusiasmo apostólico y sentirse familia, llamados a anunciar a Jesucristo a los que aún no lo conocen, y a ayudar a cuantos viven como si no lo conocieran. Es un reto, pero lo afrontamos con la confianza en el Señor al decirnos que estará siempre con nosotros. La parroquia, como institución cercana y perenne, está siempre ahí para ofrecernos lo que necesitamos y para que le demos también lo que necesita. En el Año de la fe, creer en la Iglesia es amarla, vivirla, comunicarla.
Santiago García Aracil, arzobispo de Mérida-Badajoz.
Presidente de la Comisión episcopal de Pastoral Social
Sabemos que la diócesis constituye una Iglesia particular que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de su presbiterio. En ella, se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo. Por tanto, la diócesis da sentido a las parroquias distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo. Pero, si el obispo necesita la colaboración de los presbíteros para cumplir con su deber de pastor, podemos decir que la diócesis necesita la colaboración de todas las comunidades cristianas y, especialmente, de las parroquias. Éstas, de alguna manera, representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe. En consecuencia, todo lo que es esencial en la Iglesia y, por tanto, en la diócesis, ha de serlo también en la parroquia. El ejercicio de la caridad es imprescindible en la Iglesia y en toda comunidad cristiana por cuanto que tiene como cabeza a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, de quien san Juan dice: Dios es amor.
La caridad tiene muchas dimensiones y aspectos referidos a Dios y al prójimo. Todos ellos han de constituir una preocupación pastoral de las parroquias, como lo son de la Iglesia Universal presente en cada diócesis. El hombre y todas sus dimensiones son objeto de la caridad. También la realidad social en sus diversos campos. Así nos lo enseña el Concilio Vaticano II, especialmente en la Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo. Por este motivo, la diócesis debe potenciar en las parroquias la acción caritativa y social, y las parroquias han de atenderla, bajo las directrices de la diócesis que da sentido y unidad eclesial a cuanto realizan todas las comunidades cristianas. La comunión eclesial también ha de animar la acción caritativa y social, y debe manifestarse en ella.
Jesús García Burillo, obispo de Ávila.
Presidente de la Comisión episcopal de Patrimonio Cultural
En las visitas frecuentes a las parroquias de la diócesis, sobre todo aquellas que se realizan en el marco de la visita pastoral, desde el principio se toma contacto con el patrimonio cultural que cada parroquia atesora. Los templos, de dimensiones diversas y de estilos y épocas diferentes, son siempre presentados por los fieles con un cariño extremo, demostrando en todos los casos el valor que tiene para ellos. Muchos de esos templos se convirtieron en antorchas destinadas a iluminar la historia de los estilos en las próximas generaciones —como se ha dicho recientemente de la Capilla Sixtina—.
Es sabido de sobra cómo este patrimonio se ha convertido en signo de identidad de los fieles de las parroquias, de pueblo, aldea o ciudad, e incluso de aquellos que no están dentro de la vida de la Iglesia. La experiencia nos va mostrando cómo a través del patrimonio de las parroquias se conecta con el hombre de nuestro tiempo. Así lo han conseguido en parroquias de lugares a veces lejanos a las ciudades, donde el aprovechamiento de esta riqueza cultural ha abierto las puertas a quienes les visitan, convirtiéndose en instrumento evangelizador para nuestro tiempo.
Gracias al esfuerzo de las diócesis, con la ayuda de las Administraciones, de los párrocos y administradores del patrimonio cultural, y de todos los fieles, se ha mantenido en pie el ingente patrimonio que la Iglesia posee. Ahora nos toca poner este tesoro al servicio de la nueva evangelización, como punto de unión entre el hombre de nuestro tiempo y las propuestas de la fe. Seguiremos así en el camino que la Iglesia española comenzó hace años y que ha sido ejemplo para la Iglesia universal: descubrir el valor del patrimonio cultural y eclesiástico, comprender su sentido último como expresión de fe, y ponerlo al servicio de la nueva evangelización.
Javier Martínez, arzobispo de Granada.
Presidente de la Comisión episcopal de Relaciones Interconfesionales
En el territorio de muchas parroquias en España viven personas que no pertenecen a la Iglesia católica, porque son de otras Iglesias o comunidades cristianas, o porque tienen otra religión o no son creyentes. Muchas de estas personas se acercan a nuestros templos pidiendo ayuda, o queriendo conocernos mejor, o buscando al Dios que desconocen. De ahí la importante labor que realiza la Iglesia católica en el ámbito de las relaciones interconfesionales, labor que se concreta en la oración, en el diálogo, en fomentar el conocimiento mutuo y el respeto de las distintas tradiciones y en llevar a cabo acciones conjuntas a favor de la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación.
Los cristianos percibimos con dolor nuestra desunión, nuestras divisiones, el hecho de que no podamos compartir aún el único Pan eucarístico. Por eso hacemos nuestra la oración de Jesús de que seamos uno para que el mundo crea. De un modo especial, en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que tiene lugar en enero, los discípulos de Jesús nos juntamos para pedir al Padre el don de la unidad. En los últimos años, han llegado a España inmigrantes que pertenecen a distintas Iglesias ortodoxas y orientales. Con ellos nos sentimos muy unidos, ya que compartimos la fe en Jesucristo y los sacramentos, pero sigue habiendo cosas necesarias que nos separan. Mientras perseguimos la plena unidad, acordamos con ellos normas y procedimientos para prestar nuestros templos para su culto y para la celebración de sacramentos que pueden implicar a cristianos de las distintas Iglesias, como son los Bautismos y los Matrimonios.
También en España crece el número de los inmigrantes de otras religiones, en especial hay una significativa presencia de judíos y musulmanes. Con ellos establecemos vías de diálogo y de colaboración para promover lo que nos une, como la promoción de la libertad religiosa y de la dignidad humana que se fundamenta en la doctrina, que las tres religiones compartimos, de que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza.
José Ángel Saiz Meneses, obispo de Tarrasa.
Presidente de la Comisión episcopal de Seminarios y Universidades
La parroquia es una comunidad de fieles que se reúne sobre todo en torno a la Palabra de Dios y la Eucaristía. En la parroquia se celebra y se transmite la fe y se enseña la doctrina cristiana; se vive en comunión, compartiendo los bienes con los hermanos y ayudando también a los necesitados.
La parroquia está llamada a ser fermento evangelizador en la sociedad actual y a mantener la importante función de cohesión e integración social que ha desarrollado a lo largo de la Historia. Ha de ser como una gran familia que comparte lo que tiene, como una casa abierta a todo el mundo, como una fuente en medio de la plaza que ayuda a calmar la sed material y la sed de Dios.
La pastoral vocacional ha de ser una prioridad en todas las parroquias, como un elemento transversal que ayude a los niños y jóvenes en la búsqueda de la voluntad de Dios. Las comunidades parroquiales han de fomentar la cultura de la vocación y el clima espiritual que facilite la escucha de la llamada de Dios. Por otra parte, han de acoger las vocaciones al ministerio sacerdotal que Dios va suscitando y las han de acompañar en su desarrollo. La parroquia es un ámbito muy propicio para vivir la fe y para crear el clima adecuado que ayude a las personas a escuchar la llamada de Dios y a dar una respuesta generosa.
Vicente Jiménez Zamora, obispo de Santander.
Presidente de la Comisión episcopal Vida Consagrada
La presencia de comunidades religiosas y de consagrados en las parroquias son un gran don de Dios, que contribuye, con la diversidad de sus carismas, a la edificación de la parroquia, comunidad eclesial que vive la fe, celebra los sacramentos y da testimonio de la caridad, especialmente con los más pobres. De esta manera son un gran bien para la sociedad. Percibo que, en las parroquias, los sacerdotes y los fieles laicos van acogiendo con agradecimiento y alegría el don de la vida consagrada y la aman como algo propio, procurando tener unas buenas relaciones mutuas, para ir tejiendo la comunión eclesial.
Pienso, por ejemplo, en la parroquia de San Francisco de Asís en el centro de Santander. Sor María Luisa Abad, Hija de la Caridad, durante 33 años viene colaborando en todas las actividades de la parroquia, como miembro del Consejo Pastoral, catequista, cocinera en los campamentos y ahora encargada del archivo parroquial.
Antonio Mª Rouco Varela, arzobispo de Madrid.
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
La Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor. No se necesitan muchos argumentos para justificar esta afirmación. Basta saber algo del origen, historia y realizaciones de la Iglesia para suscribirla. Por su origen, la Iglesia ha nacido de la resurrección de Cristo como la nueva Humanidad que nos permite participar de la gracia del Señor resucitado. Por su historia, la Iglesia ha contribuido, a pesar de sus fallos y sombras, a desarrollar las sociedades donde se ha implantado, sacando lo mejor de los hombres y de sus culturas en todos los niveles de la vida social. Por sus realizaciones en todos los ámbitos de la vida humana, la Iglesia ha sido pionera en la creación de escuelas y universidades, hospitales y orfelinatos, centros de estudio e investigación, lugares de acogida para pobres y marginados. La Iglesia lleva en su entraña el bien del hombre y el desarrollo de los pueblos, porque lleva al mismo Cristo y el bien de la persona humana que Cristo nos ha traído con su alianza.
Allí donde hay una necesidad del hombre, ahí está la Iglesia para ayudar, compadecer, promover y salvar. Es verdad que la Iglesia no tiene una finalidad temporal, ni política, ni económica. Su fin es sobrenatural y trascendente. Nacida para redimir al hombre en su sentido más pleno, salvarlo del pecado y de la muerte por la acción de Cristo, se preocupa por el hombre y le hace objeto de su amor.
Contemplada así, la Iglesia es un don inestimable para el mundo y la sociedad, y pertenecer a ella, un título de gloria que nos hace vivir purificando siempre nuestra vida para no manchar a la Iglesia de Cristo con nuestras infidelidades y pecados. Amar a la Iglesia y trabajar por su expansión y desarrollo es la mejor forma de amar a la sociedad, para que logre la perfección a la que Dios llama. El Día de la Iglesia Diocesana es, por tanto, una ocasión extraordinaria para dar gracias a Dios por habernos hecho miembros de la Iglesia. La Iglesia necesita, pues, de cada uno de sus hijos y miembros. Necesita de nuestra santidad personal, que ella nos dio en el Bautismo. Necesita de nuestra oración incesante, personal y comunitaria. Necesita de nuestra ayuda económica, que redundará en beneficio de la sociedad, y especialmente, en estos tiempos tan duros en lo económico, de los pobres y marginados. Necesita de nuestra incorporación a sus tareas y obras, de modo que cada cristiano realice su vocación en la totalidad del Cuerpo. En fin, necesita de nuestro amor para que brille siempre como el lugar donde Cristo nos ha amado al dar la vida por nosotros.