Francisco propone la Visitación de María a Isabel como modelo para una Europa acogedora
Durante la Misa en el Vélodrome de Marsella, el Papa ha animado a las culturas y religiones de la ciudad a encontrarse como lo hicieron la Virgen y su prima
El sábado 23 de septiembre a las 16:15, el Papa ha presido una Misa en el Orange Vélodrome de Marsella, un estadio con 67.000 localidades. En su homilía Francisco se ha detenido en la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Un pasaje del Evangelio en el que las dos primas están embarazadas de un modo inexplicable. «Esta es la obra de Dios en nuestra vida, hacer posible lo que parece imposible, generar vida en la esterilidad», ha dicho Francisco.
Para el Papa, el salto que da san Juan Bautista en el vientre de su madre al ver a María es el ejemplo perfecto de cómo debe ser la alegría de un cristiano. «Dar un salto de gozo quiere decir ser tocado por dentro, tener una emoción, sentir algo que se mueve dentro de nuestro corazón». Una experiencia que, a su juicio, «genera también otro salto de gozo en el prójimo». «En el misterio de la Visitación vemos que Dios no viene (a Isabel) a través de un evento celestial extraordinario sino en la simplicidad de un encuentro», ha señalado el Santo Padre.
El Pontífice ha contrapuesto esta actitud al «corazón plano, frío y acomodado en su quieto vivir, que se blinda en la indiferencia, se vuelve impermeable y se endurece insensible a todo y todos, también al trágico descarte de la vida que hoy sucede en tantas personas que emigran, así como tantos niños no nacidos y ancianos abandonados». El Papa ha añadido con contundencia: «De todo esto se puede enfermar en nuestra sociedad europea: de cinismo, desencanto, resignación, incertidumbre y un sentimiento general de tristeza».
En su homilía, Francisco ha abordado como una oportunidad la crisis migratoria que experimenta Marsella, una ciudad donde entre un cuarto y la mitad de sus 850.000 habitantes profesan el islam y muchos de ellos proceden de países como Túnez y Argelia. «Nuestras ciudades metropolitanas y tantos países europeos como Francia, donde conviven culturas y religiones diferentes, son un gran desafío a esa exasperación del individualismo, el egoísmo y la cerrazón que acaba produciendo soledad y sufrimiento».
Además el Papa ha reivindicado el legado espiritual de Francia, «su historia rica de santidad, de cultura, de artistas y de pensadores que han apasionado a tantas generaciones». Francisco ha subrayado que «hoy, nuestra vida, la vida de la Iglesia, Francia y Europa tienen necesidad de eso, de la gracia de un nuevo salto de gozo de fe, de caridad y de esperanza». Y ha animado a los asistentes a la celebración a «atreverse al amor en la familia y hacia los más débiles».
Finalmente ha concluido su homilía pidiendo a Nuestra Señora de la Guardia, la patrona de Marsella a la que se encomiendan los marineros, «que custodie Francia y Europa entera y la haga saltar de gozo en el Espíritu».