Francisco: «La guerra es un lugar de muerte donde los padres entierran a los hijos»
Un domingo más ha clamado contra la que ya ha definido como «invasión» de Ucrania.
Desde 2014, Francisco no ha cesado en sus llamamientos a la paz en Ucrania cuando el conflicto se localizaba exclusivamente en la región del Dombás. Son numerosas sus intervenciones durante el ángelus de varios domingos recordando que, en Europa, en pleno siglo XXI, había una guerra en curso. Tampoco se ha olvidado de Ucrania en sus bendiciones Urbi et Orbi de Pascua o de Navidad de los últimos años. En 2016, gracias a una colecta que él mismo lanzó, consiguió enviar en dos años 16 millones de euros en material de primera necesidad para la población del Dombás. En los últimos compases del 2021 y principios del 2022, cuando los movimientos rusos evidenciaban que la invasión era inminente, el Pontífice llamó a la cordura más de una vez. Desde que la agresión se ha extendido por todo el país, hace más de un mes, se han multiplicado las intervenciones y gestos de Francisco para revertir lo que este domingo ya ha definido como «la invasión de Ucrania».
El Santo Padre ha recordado que ya ha pasado más de un mes desde la fatídica madrugada del 24 al 25 de febrero cuando Rusia consumó el ataque, más de un mes «del comienzo de esta guerra cruel e insensata que como cada guerra representa una derrota para todos, para todos nosotros».
Las palabras del Papa se vuelven más duras y explícitas cada vez que se refiere a esta masacre: «Hay que repudiar la guerra, lugar de muerte donde los padres y las madres entierran a los hijos, donde los hombres matan a sus hermanos sin haberlos siquiera visto, donde los poderosos deciden y los pobres mueren. La guerra no devasta solo el presente sino también el futuro de la sociedad. He leído que, desde el inicio de la agresión a Ucrania, uno de cada dos niños ha huido del país. Esto significa destruir su futuro, provocar traumas dramáticos en los más pequeños e inocentes entre nosotros. Esta es la bestialidad de la guerra, acto bárbaro y sacrílego».
Abolir la guerra
Por eso, un domingo más ha pedido que no nos acostumbremos a la guerra, que no se considere algo «inevitable». «De frente al peligro de autodestruirse, la Humanidad tiene que comprender que ha llegado el momento de abolir la guerra, de eliminarla de la Historia del hombre antes de que sea ella la que elimine al hombre de la Historia», ha sentenciado Francisco quien también ha asegurado sus para que los políticos se den cuenta de ello.
«Basta, que se detenga, que callen las armas y se negocie seriamente por la paz», ha exclamado por último el Papa que se ha ofrecido de mil y una formas distintas para poner fin a un conflicto que ya deja un saldo de miles de muertos en ambos bandos y más de más de 10 millones de ucranianos desplazados de sus hogares. Más de 3,7 millones han escapado del país mientras que 6,5 millones de ucranianos se han convertido en desplazados internos.
Dios no sabe perdonar sin hacer fiesta
Antes de la oración mariana y de su enésimo llamamiento a la paz en Ucrania, el Santo Padre ha reflexionado sobre una de las parábolas más conocidas de la fe cristiana, la del hijo pródigo. Francisco se ha detenido en examinar qué mueve a ambos, dos figuras que condensan los dos tipos de creyente. Por un lado, ha explicado que Dios «siempre perdona con compasión y ternura» y que nosotros somos ese hijo al que Dios, no solo acoge una y otra vez, sino que acoge además con alegría y con fiesta. Por otro lado, podemos convertirnos en el hijo mayor que reprocha al padre que, en lugar de reprender al hijo derrochador, lo reciba por todo lo alto: «Puede ser también nuestro problema con Dios, es decir, perder de vista que es Padre y vivir una religión distante, hecha de prohibiciones y deberes. Y la consecuencia de esta distancia es la rigidez hacia el prójimo, que ya no se ve como hermano. De hecho, en la parábola el hijo mayor no dice al Padre “mi hermano”, sino “tu hijo”. Y al final precisamente él corre el riesgo de quedar fuera de casa».
El padre intenta hacer entender al mayor que «para él, cada hijo es toda su vida» y «le expresa dos necesidades, que no son mandamientos, sino necesidad del corazón», es decir, celebrar una fiesta y alegrarse. El Papa ha profundizado sobre ambas cosas. Ha asegurado que «Dios no sabe perdonar sin hacer fiesta». Por eso, es necesario celebrar una fiesta, es decir, «manifestar nuestra cercanía a quien se arrepiente o está en camino, a quien está en crisis o alejado. ¿Por qué hay que hacer así? Porque esto ayudará a superar el miedo y el desánimo, que pueden venir al recordar los propios errores». «¡Cuánto bien puede hacer un corazón abierto, una escucha verdadera, una sonrisa transparente; celebrar fiesta, ¡no hacer sentir incómodo!», ha destacado. También ha explicado que hay que alegrarse cuando alguien desea enmendar sus equivocaciones porque «quien tiene un corazón sintonizado con Dios, cuando ve el arrepentimiento de una persona, por graves que hayan sido sus errores, se alegra», ha concluido el Santo Padre.