Francisco a las abuelas indígenas: «Sois fuente de vida física y espiritual»
El Papa participa con los indígenas canadienses en una peregrinación al lago Santa Ana. «Ahora todos nosotros, como Iglesia, necesitamos curarnos», dijo
El Papa Francisco se ha presentado como «un peregrino» a orillas del lago Santa Ana, lo que los sioux lakota llaman Wakamne —Lago de Dios—, y los Cree denominan Lago del Espíritu, en la que es una nueva jornada del viaje del Papa a Canadá.
Ante estas aguas sagradas, desde hace siglos destino de las peregrinaciones de los pueblos indígenas de Canadá que se bañan allí para invocar la curación por intercesión de la madre de María, el Papa ha hablado de la curación de la memoria, de un pasado marcado por los «terribles efectos de la colonización» y por el «dolor imborrable de tantas familias, abuelos y niños», informa Vatican News.
Durante la liturgia de la Palabra, el Pontífice señaló que son muchos los corazones que, a lo largo de los siglos, han llegado hasta esta agua «anhelantes y jadeantes, agobiados por las cargas de la vida, y aquí han encontrado consuelo y fuerzas para seguir adelante». Ahora, inmersos en la creación, se escucha «otro latido», que es el latido «maternal» de la tierra, así como «el latido de los niños, desde el vientre materno en armonía con el de las madres».
La primera peregrinación al lago Santa Ana se remonta a julio de 1889. Fue organizada por los religiosos Oblatos y continuó cada año a partir de entonces, durante la semana del 26 de julio, fiesta de la santa abuela de Cristo, venerada en muchas comunidades indígenas. Con el tiempo, se convirtió en uno de los encuentros espirituales más importantes para los peregrinos de América del Norte y especialmente querido por los pueblos indígenas. Francisco recordó este evento en su audiencia del pasado 1 de abril en el Vaticano con las delegaciones de los métis, los inuit y las primeras naciones, expresando su deseo de poder participar él mismo en este momento de profunda espiritualidad, un deseo que acaba de cumplirse ahora.
Son precisamente las madres, las mujeres y, sobre todo, las abuelas, las que ocuparon el centro de la reflexión del Papa, que, volviendo la mirada al pasado y a los dramas que tuvieron lugar en los internados, expresó su dolor por los abusos sufridos por cientos de miles de niños, privados de idiomas, tradiciones, culturas, afectos.
«Parte del doloroso legado al que nos enfrentamos proviene de impedir que las abuelas indígenas transmitieran la fe en su lengua y cultura», dijo Francisco. Lo que ocurrió en estas instituciones de Canadá fue un movimiento contrario a la «inculturación materna» que tuvo lugar gracias a la labor de santa Ana, que combinó «la belleza de las tradiciones indígenas y la fe», y las moldeó «con la sabiduría de una abuela, que es madre por partida doble».
«La Iglesia también es una mujer, es una madre. De hecho, nunca ha habido una época en su historia en la que la fe no se transmitiera en la lengua materna, por parte de las madres y las abuelas», subrayó el Papa, que añadió: «¡Qué bien han hecho los misioneros auténticamente evangelizadores en este sentido para preservar las lenguas y culturas autóctonas en tantas partes del mundo!».
Sin embargo, en los internados se impidió que muchas generaciones de niños recibieran esta herencia, una «pérdida» y una «tragedia», según el Papa, para quien «ahora todos nosotros, como Iglesia, necesitamos curarnos: curarnos de la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de elegir la defensa de la institución sobre la búsqueda de la verdad, de preferir el poder mundano al servicio evangélico».
En esta línea, Francisco pidió una Iglesia madre «capaz de abrazar a cada hijo e hija; abierta a todos y que hable con cada uno; que no vaya contra nadie, sino que salga al encuentro de todos».
Dirigiéndose directamente a las numerosas ancianas a orillas del lago, Francisco dijo que «ocupan un lugar destacado como fuentes benditas de vida, no sólo física sino también espiritual».
«Sus corazones son manantiales de los que ha brotado el agua viva de la fe, con la que han saciado la sed de sus hijos y nietos», añadió el Papa, recordando su propia experiencia personal con su abuela Rosa: «De ella recibí el primer anuncio de la fe y aprendí que el Evangelio se transmite así, con la ternura del cuidado y la sabiduría de la vida. La fe rara vez nace leyendo un libro a solas en el salón, sino que se propaga en un ambiente familiar, transmitido en el lenguaje de las madres, con el dulce canto dialectal de las abuelas». Por eso, a quienes tienen personas mayores en casa, les dijo: «¡Tienen un tesoro! Guardan dentro de sus muros una fuente de vida: cuídenla como a la más preciosa herencia que hay que amar y cuidar».