El reto era difícil, lo han llamado Fácil y ha resultado, por desgracia, una propuesta facilona que se mueve entre estereotipos trillados del mundo de la discapacidad —diversidad funcional es lo políticamente correcto decir ahora, mientras las propias protagonistas se llaman a sí mismas «retrasadas», suponemos que con un punto cómico que no tiene ni pizca de gracia en toda la serie—.
La historia, que se encuentra en Movistar Plus+, está basada en la novela Lectura fácil, de Cristina Morales (Premio Nacional de Narrativa 2019). Ahí ha estado su primera polémica, porque la novelista se ha desvinculado por completo de la serie, al parecerle una adaptación rebajada, blanqueada y nazi. Casi nada. No puedo comparar, porque no he leído el libro, pero a mí la miniserie de Anna R. Costa (Arde Madrid) termina por no interesarme lo más mínimo y no es precisamente ni por floja ni por nazi.
El despropósito comienza con la selección de las cuatro actrices protagonistas: solo una (Anna Marchessi) tiene una discapacidad en la vida real. Por mucho que las otras tres intentan actuar con decoro y respeto, la sobreimpostación aparece y no resultan creíbles. Pero formas y polémicas aparte, el fondo es para cerrar la puerta en el primer episodio de los cinco que contiene. Para abrir boca —y casi para cerrarla, porque lo soez impregna toda la serie—, parece no haber trama sin sexo y porros a discreción. Lo más normal del mundo cuando se trata de convencernos de que la libertad y las normas no se llevan del todo bien.
Es difícil salvar algo, más allá de las buenas intenciones. Tal vez que al menos el aborto, aunque por supuesto se practique, no se celebre, y que no se empeñan en convencernos de que las personas con discapacidad son exactamente como tú y yo en todo. Esa cantinela tan actual, que el Gobierno retoma en su última campaña con las personas con síndrome de Down, mientras legisla para que cada vez sea más difícil que alguno de ellos llegue a nacer.