Eva, la tejedora
Seis años después de dejar Madrid y un hueco imposible de sustituir las tardes de domingo, se mueve por la Santa Sede como pez en el agua, y es admirada y aplaudida por doquier. Y no duden de que, si el Papa viene a España, será por su afán incansable
Hubo un antes. Antes de ser, en palabras literales del Papa Francisco, merecedora del «Premio Nobel al Periodismo» romano y la que «está 24 horas pendiente de lo que sucede» en la Ciudad Eterna. Hubo un antes de vida compartida, separadas únicamente por una calle en el barrio madrileño de Lavapiés; de tardes de domingo con cerveza alemana, confidencias, compras de cachivaches y vecinos de Senegal. Tuve mucha suerte. Nos hicimos amigas. Fue imposible no fijarse en la luz que irradiaba aquella mujer que, perenne en su mesa de trabajo, se afanaba en producir de forma impecable unos y otros programas de radio, de ritmo frenético y tensión constante. Lo hizo siempre desde lo escondido, donde se sitúa ese gremio de productores sin los que no existiría el periodismo y con los que solemos ser tan poco agradecidos, unos y otros. Lo hizo desde el estar sin ser, donde ella siempre se ha sentido –y se siente– tan cómoda, donde ha configurado su forma de enfrentarse a la vida y a su profesión.
Eva Fernández no siempre fue el nombre reconocido que es hoy en la prensa religiosa. Y me atrevo a decir que en todo Roma. Corresponsal de COPE en Italia y Vaticano, escritora, colaboradora –cómo no decirlo–, de este semanario, y, ahora también, flamante Premio ¡Bravo! 2021 de la Conferencia Episcopal Española –junto a los periodistas Laura Daniele y Vicente Vallés, entre otros–, ha sabido hacerse hueco en una ciudad hostil a golpe de tesón y ternura. Seis años después de dejar Madrid y un hueco imposible de sustituir las tardes de domingo, se mueve por la Santa Sede como pez en el agua, y es admirada y aplaudida por doquier. Y no duden de que, si el Papa viene a España, será por su afán incansable.
«La pobrecita tiene una maldición. Siempre que la van a dar el Nobel viene un hombre y se lo “saca”», bromeó el Pontífice hace unas semanas, durante la visita de los alumnos del Máster COPE a Roma, donde ella ejerció de anfitriona –y sin saberlo, ya se lo confirmo–, de maestra y, por qué no, también un poco de madre. No sabe Francisco cuánto reveló en esta frase. Eva Fernández es ejemplo vivo de humildad, entrega, generosidad sin límites y profesionalidad. Pero siempre desde el banquillo. El puesto titular se lo cede a otros, porque su único objetivo es tejer.
La gran red que lleva años creándose a través de las manos de esta gran mujer está hecha de hilos transparentes. De religiosas a las que no perdona una visita de fin de semana. De conocidos con sufrimientos para los que siempre tiene una palabra, jamón del bueno –que no prosciutto–, un mensaje o una bandeja de pasteles. De rincones de cualquier país del mundo donde esconderse del ruido para enviar una crónica a tiempo. De táperes con comida casera. De llamadas para que grandes deseos se cumplan –y hasta ahí puedo leer–. De amigas desde el colegio. De familia orgullosa. Y esta red, tejida con tanto ahínco, siempre estará ahí para sostenerla. Lo sé. Lo veo cada vez que alguien pronuncia su nombre y se ilumina su rostro. «No me habías dicho que Eva es un ser de luz», me confesaron hace poco.
Este texto no le va a gustar. No quiere ser jamás la protagonista, pero esta vez –solo esta vez– me va a perdonar. Lavapiés y yo la echamos de menos. Pero todo lo que se teje en la tierra, quedará tejido en el cielo. Y quiénes somos nuestro barrio y yo para romper esa red.