Es esencial que construyamos Europa sobre la verdad del hombre, apoyándonos siempre en afirmaciones tan claras como el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, y que reconozcamos también el componente espiritual que da belleza y hondura al ser humano y en el que radica su dignidad inalienable. Defender esta parte clave del ser humano nos lo sugiere la misma razón.
¡Qué poder unificador, reconciliador y promotor de la verdad del hombre tiene la fe, que da fuerza para sembrar fraternidad, paz y unidad, para buscar la reconciliación y el bien para todos, eliminando todo aquello que provoca odio y enemistad! ¿Y qué tiene que ver la fe cristiana?, ¿qué es lo que aporta? ¿Qué significa la fe de todos los que nos llamamos cristianos y deseamos aportar lo que, en nuestra vida, se nos ha dado cuando acogemos a Jesucristo como Señor y dador de vida?
Recuerdo unas palabras que aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles que quizá nos vengan bien ahora. Me refiero al momento en el que san Pablo tuvo esta visión: «Se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”» (Hch 16, 9). Ese «ayúdanos» sigue constituyendo un reto para todos nosotros. Hoy Europa necesita reavivar sus raíces. El humanismo cristiano legó y sigue legando a Europa lo mejor de sí misma; lo que llegó a ser fue gracias a la fe cristiana, asumida y vivida desde lo mejor del espíritu griego y romano. La fe cristiana configuró Europa.
¿Qué llevó Pablo a Macedonia? La fe en Jesucristo, el deseo de anunciarlo. Él puso en el centro de su historia a Jesucristo, que es el fundamento del verdadero humanismo. ¿Quién puede presentar otra fotografía que haga un diseño del ser humano como la que nos hace Jesucristo? ¿Quién puede presentar un proyecto novedoso siempre de la verdadera dignidad del ser humano? Descafeinar quién es de verdad el ser humano trae siempre tragedia al corazón de los hombres. Sencillamente miremos la historia y seamos honrados para descubrir quién nos ha dicho la verdad del hombre; quién me dice que soy hijo de Dios y hermano de todos los hombres; quién me habla de la dignidad humana, de la supremacía de los valores morales sobre los materiales, de que el verdadero reconocimiento del ser humano —para que nadie pueda manipularlo— pasa necesariamente por el reconocimiento de la gloria de Dios, que es quien ha dado gloria verdadera al hombre… Es verdad que nadie puede ser obligado a creer, pero ciertamente todo ser humano tiene derecho a creer y a vivir según su fe.
La cultura cristiana, que nace de la acogida de Jesucristo en la formulación de nuestra vida, es una cultura que, entre otras, tiene estas tres dimensiones en su realización: incide en el amor al prójimo, es provocadora de la cultura de la misericordia y es realizadora y promotora de la justicia social. Sabemos las barbaridades que se cometían antes de llegar el cristianismo y las que se siguen cometiendo cuando se aparta esta concepción del hombre que nos entrega Jesucristo. Él nos enseña que al ser humano no se le mide por la utilidad, sino que su medida es que es una imagen de Dios entre nosotros. Europa, sigue cultivando la mente, pero también el corazón, la misericordia. No olvides el humanismo que te ha regalado Jesucristo.