Eugene Martin Nuget: «La herida sigue abierta en Haití once años después»
El 15 de febrero Nugent asumió el cargo como nuevo nuncio de Catar y Kuwait tras cinco años como representante del Papa en Haití. «La vida diplomática está repleta de contrastes», asegura
Usted llegó a la nunciatura en Haití tres años después del terremoto de 2010. ¿Cómo se encontró el país?
Haití quedó devastado. Fallecieron más de 300.000 personas y la herida sigue abierta once años después. Ahora todo es mucho más difícil y el trabajo de reconstrucción ingente. La Iglesia en Haití ha sido apoyada por la Conferencia de Obispos de Estados Unidos, se han reconstruido parroquias, casas religiosas y muchos otros edificios, pero todavía queda mucho por hacer. Lo que más me sorprendió al llegar fue la capacidad de resistencia de los haitianos que, sin tiempo para los lamentos, se pusieron a reconstruir el país.
¿Cuáles son los retos actuales?
Recuperarse de un terremoto tan catastrófico no es fácil, y menos para un país que no tiene muchos medios económicos. Los daños son todavía enormes. Sobre todo en lo que respecta al realojamiento de los que lo perdieron todo, o en el campo del apoyo postraumático a las familias. Aún quedan muchas expectativas por cumplir y esto genera hartazgo y frustración.
El 2018 estuvo marcado por los disturbios violentos en las calles contra la corrupción. ¿Cómo lo vivió?
Fue un momento difícil para todo el país. La gente no podía moverse, las calles estaban llenas de barricadas, las escuelas y los servicios administrativos estaban cerrados. La psicosis era palpable. Mis actividades se vieron afectadas tanto diplomática como eclesiásticamente. Más allá de los llamamientos a la paz y al diálogo, en la nunciatura convocamos horas de adoración eucarística para acompañar al país. Esto se tradujo en una experiencia espiritual muy fuerte.
En este contexto, ¿cuál fue el papel de la Santa Sede en la mediación política?
La Santa Sede sigue de cerca la situación sociopolítica en Haití y quiere que se normalice lo antes posible. La nunciatura de Haití, con la autorización de la Santa Sede, trató de mediar para abrir una solución pacífica a la crisis. Ofreció su apoyo en el encuentro denominado Conférence politique, que se organizó a petición del Gobierno haitiano y de algunos partidos políticos en enero del 2020. La Iglesia local envió un observador a una de las reuniones políticas. Nosotros pusimos a disposición de los actores políticos nuestros locales como apoyo a esos intentos para poner fin a la crisis, pero la Santa Sede no participó directamente en las distintas discusiones.
Nació en el condado de Clare, en Irlanda, el 21 de octubre de 1958 y fue ordenado sacerdote con 24 años. Licenciado en Derecho Canónico, su primera experiencia diplomática fue en la delegación de Turquía, seguida de la de Jerusalén y Filipinas. Desde el 2015 era el nuncio apostólico en Haití. Y antes lo fue en Madagascar, Islas Mauricio y las Seychelles.
¿Qué hay detrás de la violencia en las calles?
La inestable situación sociopolítica y económica ha ido erosionando gradualmente la confianza de la población en la acción del Estado. Las instituciones están revestidas de una radical polarización política que va haciendo mella en su integridad y eficacia. Algunas zonas del país se encuentran bajo el control de bandas armadas a pesar de los esfuerzos de la Policía para erradicar este flagelo. Las acusaciones de corrupción, robo, malversación de fondos, nepotismo y enriquecimiento ilícito aún están pendientes de juicio. Y los responsables de las masacres tampoco han sido procesados. A esta situación de impunidad total, se le suman la pobreza, la inestabilidad socioeconómica, la inseguridad, los asesinatos, los secuestros, el agravamiento de la inseguridad alimentaria. Todo esto ha terminado exacerbando los ánimos de la población. La ardua tarea que enfrentan las autoridades públicas es restaurar la confianza de la población en la acción del Estado. Sin embargo, quiero elogiar la valentía y tenacidad con la que el pueblo haitiano lucha cada día para lograr dar alimento a sus familias. Aprecio también el compromiso de los jóvenes haitianos que sueñan con un país mejor. He tenido la oportunidad de conocer de primera mano a familias que están en los márgenes de la sociedad. A pesar de las duras condiciones de vida, nunca pierden la esperanza. Valores como la calidez humana, las relaciones interpersonales, el sentido de la acogida y la solidaridad entre vecinos están muy presentes. Pero por desgracia, estas características quedan relegadas a un segundo plano porque la imagen que se proyecta en el exterior es la de un país en constante crisis.
¿Cuál es la experiencia más enriquecedora como representante del Papa en Haití?
Guardo en mi corazón momentos inolvidables, intensos y fructíferos. Aprecio mucho la amistad y la fe de este pueblo, cuyo coraje y resistencia son dignos de admirar. He tratado de ejercer mi misión como representante pontificio, tratando de seguir, dentro de mis límites, el camino trazado por el Papa Francisco, que tiene una atención preferencial por las periferias existenciales. En estos cinco años he visitado parroquias de la capital y provincias, comunidades religiosas, orfanatos, seminarios, residencias de ancianos o el centro penitenciario de mujeres. He estado en contacto con una Iglesia que sorprende por ser vivaz y esplendorosa.
En pocos días dejará Haití y tomará posesión como nuevo nuncio en Kuwait y Catar, dos de los países más ricos del mundo. ¿Se ha preparado para este contraste?
La vida diplomática está repleta de contrastes a los que uno se acostumbra. Se cierra una página de mi vida al servicio de la Iglesia y del Santo Padre y se abre otra nueva. Como hombre de fe, me pongo en manos del Señor que siempre precede a sus mensajeros a dondequiera que los envíe. Me voy de Haití con confianza, sabiendo que esta nueva misión también tendrá sus satisfacciones y sus desafíos.
¿Qué le deparará esta nueva misión?
El nuncio apostólico tiene una doble misión: primero con las Iglesias locales, y después, con los Estados. Por tanto, mi misión será hacer cada vez más sólidos y efectivos los lazos de unidad que existen entre la Santa Sede y la Iglesia en los países a los que me envía el Santo Padre.
Esta región tiene especial relevancia para el Papa por su interés en la profundización del diálogo con los musulmanes. ¿Cómo afronta este desafío?
Me esforzaré por dar continuidad a la labor de mis predecesores, atendiendo los desafíos según vayan surgiendo. Me alegra poder contribuir a la promoción del diálogo y la fraternidad con nuestros hermanos y hermanas de religión musulmana.