Etty frente al odio
Un nuevo libro analiza cómo, tras años de gran inestabilidad, Etty Hillesum descubrió que Dios estaba en su interior y quiso dar testimonio de este amor en pleno Holocausto
«Abro la Biblia al azar y me encuentro con esto: “El Señor es mi cámara alta”. Estoy sentada sobre mi mochila en un vagón de mercancías abarrotado. Papá, mamá y Mischa [su hermano] van algunos vagones más lejos. […] Hemos abandonado el campo cantando». Este fue el último mensaje que Etty Hillesum mandó, el 7 de septiembre de 1943, desde el tren que los llevaba a Auschwitz procedentes de su Holanda natal. «Ha integrado la muerte como parte de la vida y la presencia de Dios es extraordinaria. Sus padres no aguantaron el trayecto y murieron al llegar. Ella, según datos de la Cruz Roja, lo hizo el 30 de noviembre», explica a Alfa y Omega Ana Martín Echagüe, misionera de los Servidores del Evangelio de la Misericordia que acaba de publicar Desenterrar a Dios. El proceso espiritual de Etty Hillesum.
La última misiva, recogida por un campesino junto a las vías del tren y dirigida a su amiga Christine Van Nooten, muestra la capacidad de Etty de ver que «Dios está presente», «en toda vida, en el momento histórico que nos toca vivir», y que «solo hay que aprender a desenterrarlo». «Nadie nos lo puede robar», asevera Martín Echagüe, que es misionera desde hace 26 años y pasó 16 años en Argentina. Esta experta en espiritualidad se topó con la joven cuando buscaba «una persona vulnerable, con heridas», pero que hubiera sido «capaz de revertir la historia». Nacida en 1914 en una familia judía, era «una mujer psicológicamente inestable», «con estados depresivos» por etapas y con «un mundo emocional, afectivo, sexual, con una potencia inmensa, que no sabe dar cauce», al tiempo que tenía «una capacidad intelectual inmensa».
La aparición de Julius Spier, un psicoquirólogo –que leía la personalidad a través de las líneas de las manos– a quien luego se referiría como S., fue «deslumbrante». Se encontró con una persona con «una inmensa capacidad de acogida», con quien «compartir con confianza lo que tiene dentro», y que la ayudó a «integrar su pasado, uniéndolo al presente y al futuro», en palabras de Martín Echagüe. Fue él quien le pidió que escribiera como «terapia», para «poner delante de ti lo que tienes dentro», y de esa forma emergió «su vocación de escritora». En esta relación él cruzó «límites profesionales» y había una gran atracción sexual que ocupó durante mucho tiempo la cabeza de Etty, pero ella se fue dando cuenta de que, junto a ese «instinto de poseer propio de la pasión erótica», habitaba «el amor por toda la humanidad». Así, los primeros cuadernillos de su diario son «muy analíticos», pero luego fue entrando ese Dios «que le pide ayuda en ese momento histórico» y «el itinerario termina en un diálogo ininterrumpido» con Él.
Heroísmo en Westerbork
Cuando se produjo la invasión alemana de Holanda, Etty tuvo varias ocasiones para huir, pero no quiso hacerlo. De acuerdo con la misionera, en ella «había germinado la mística de la compasión» y, consciente de que «lo que más nos puede destrozar es el odio generalizado», se lanzó a ayudar a otros. Tras un breve paso por las oficinas del Consejo Judío, se ofreció voluntaria y se fue como trabajadora social al campo de tránsito de Westerbork. Mientras en Ámsterdam iban limitando los movimientos de los judíos, ella entraba y salía en el campo, donde acompañaba al «bajar y subir del tren», a quienes querían comunicarse con el exterior o necesitaban productos de higiene… y quiso ser «barracón de acogida».
Tanto entonces como en una segunda etapa, en la que se quedó en el campo «sin ningún sello de protección» y finalmente fue mandada con su familia a Polonia, no solo describía «lo degradante de la situación», sino también el «heroísmo» que había: en las mujeres que habían perdido a un hijo y consolaban con una sonrisa a sus otros hijos, en la mujer que había visto morir a su recién nacido y daba leche materna a otros bebés, o en la niña que cuestionaba «por qué Dios permite todo esto»… «La deshumanización que vive y percibe cada día no puede quitar ese sentimiento de humanidad y compasión que tiene dentro. Tiene que transmitir a la próxima generación esa calidad humana, esa conexión con el amor que la habita, para que no venza la corriente de odio». Y este mensaje, concluye Martín Echagüe, es muy actual.
Ana Martín Echagüe, SEMD
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2021
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