Etapa 7: Carrión de los Condes. «La ampliación del Año Santo es un desahogo»
La etapa 7 concluye en Carrión de los Condes, en el albergue de Santa María de las Hermanas Agustinas. Me atiende la madre Carolina (Talavera de la Reina, 1978), priora del monasterio de la Conversión. La acompaña la hermana Andrea (Santiago de Compostela, 1993), que pasó por este mismo lugar como hospitalera, palpó «la presencia real de Jesús» y regresó posteriormente para ingresar en la orden. «Nuestra acogida es orante, sencilla y servicial».
La hermana Andrea, una hermana conversa en el monasterio de la Conversión.
Eso es. Tuve una experiencia muy fuerte de conversión junto con las Hermanas Agustinas y hoy vivo en el monasterio. Soy de Santiago de Compostela y con la pastoral juvenil de mi diócesis fuimos a hacer una experiencia de acogida en el albergue de Carrión de los Condes junto a las hermanas para luego replicarla. Yo había tenido una primera conversión en Taizé dos años antes, pero fue en aquella experiencia de acogida donde palpé la presencia real de Jesús entre nosotros y entre las religiosas. Me sentí cautivada por esa vida sencilla de entrega.
¿Y se quedó allí?
No, volví más tarde. Por aquel entonces estaba estudiando Comunicación Audiovisual, tenía novio e iba a abrir una academia de inglés. No entraba para nada en mis planes ser monja; tenía previsto terminar la carrera, formar una familia y conseguir un trabajo. Pero después de visitar el monasterio de Carrión me volví a encontrar a las hermanas en Santiago, donde habían ido a un encuentro relacionado con el Camino. Allí le dije a Carolina que quería volver, pero esta vez sola. Pude hacerlo en 2014 durante dos semanas y no solo volví a tener una experiencia fuerte de encuentro con Jesús, sino que se me abrieron los ojos hacia la vida religiosa como una opción para mi propia vida. Ingresé definitivamente en 2015.
Madre Carolina, ¿entre las peregrinas habituales han tenido casos similares al de Andrea?
Sí. Tenemos varias hermanas que nos conocieron, como Andrea, haciendo la experiencia de hospitaleras; pero también tenemos la experiencia de jóvenes peregrinas que han pasado por el albergue y hoy son hermanas. No están ni 24 horas en la casa, pero es una experiencia tan significativa que surge en ellas la vocación religiosa. Actualmente tenemos una hermana húngara que pasó haciendo el Camino y volvió para quedarse; otra segunda hermana húngara que llegó al monasterio invitada por la primera; dos hermanas alemanas que también fueron peregrinas, y una hermana irlandesa que entró el 2 de febrero. Su historia es muy sorprendente, porque en sus planes no estaba ni por asomo ser monja; más bien buscaba echarse novio en el Camino.
¿Cómo es esta acogida que practican en Carrión de los Condes, que cala tan hondo en las personas?
Nuestra acogida es muy sencilla, se basa primeramente en la oración. En este sentido, la iglesia parroquial de Santa María, donde está nuestro albergue, está siempre con las puertas abiertas. Las hermanas rezamos allí la liturgia y en ella pedimos por los peregrinos. Ellos están invitados a acompañarnos y muchos se suman. Además, es una presencia de servicio. Queremos que destaquen la limpieza, la disponibilidad, la amabilidad en la acogida, que tengamos los lugares preparados… Estar pendientes de lo que los peregrinos puedan necesitar es una de nuestras prioridades.
Y luego está la parte de la acogida, que forma parte de todo el esfuerzo que hace la Iglesia en el Camino de Santiago. También tiene una dimensión testimonial con la que tratamos de mostrar el rostro de Dios. Por eso está abierta a todos, sin exclusiones.
Imagino que ahora la acogida estará suspendida por la COVID-19…
Sí, teníamos muchas expectativas puestas en el Año Santo, pero ahora mismo no hay peregrinos. De hecho, nosotros en verano hicimos un esfuerzo grande para abrir el albergue, pero por precaución y por la falta de peregrinos, en lugar de los siete meses que solemos tenerlo abierto, estuvimos apenas dos meses. Todavía no tenemos claro qué pasará este año, pero tenemos esperanzas de poder abrir de nuevo en verano. En cualquier caso, la ampliación del Año Santo a 2022 autorizada por el Vaticano ha sido un desahogo para nosotras.
Fueron durante un tiempo colaboradoras en Alfa y Omega. ¿Cómo resultó la experiencia para ustedes?
Realmente fue un tiempo en el que comunitariamente estábamos un poco marcadas por esa aportación que bajo el título de Hospital de campaña hacía madre Prado en Alfa y Omega. Leíamos todos los textos y nos daban tema de conversación y la posibilidad de reflexionar sobre nuestra vida a raíz de lo que ella escribía… Fue una cosa muy bonita. Además, tuvo su eco. Hubo gente que se puso en contacto con ella después de leer sus textos.