Esto sucede hoy
Ese pequeño tapón de una botella que vemos en la imagen contiene toda el agua que podían beber algunas de estas niñas en un día. Dentro de unos pocos años, nuestros nietos mirarán esta foto y nos observarán, de nuevo, con tristeza y altanería. Se dirán: «¡Qué brutas eran estas gentes de 2024!»
El presente suele ser una barrera desde la que miramos con condescendencia los crímenes de nuestra historia. Los observamos con distancia, como si fueran obra de una generación atrasada, y nos decimos: «¡Cómo pudo permitirse esa barbaridad!». Procedemos así con las atrocidades cometidas hace siglos, pero también con las más recientes. Los campos de concentración de los nazis nos escandalizan, pero enseguida recurrimos a un pensamiento exculpatorio: «Esto ahora no pasaría». Nos creemos mejores que nuestros abuelos, lo digamos o no. Pensamos que el paso de los años mejora automáticamente la condición humana, como si el transcurrir del tiempo aplacara nuestros peores instintos. O cicatriza la herida que nos es propia. Y, aunque es cierto que las estadísticas podrían corroborar una cierta mejora de los estándares éticos, como sostienen Pinker y otros intelectuales neoilustrados, la realidad es que la violencia sigue siendo la respuesta inmediata a la que recurre el ser humano para resolver un conflicto. Esta es la verdad: la naturaleza humana no cambia. Lo hace, si acaso, el contexto moral en que se desenvuelve la persona. Sigue habiendo campos de concentración en nuestros días. Por ejemplo en Nigeria, el país más grande de África en términos demográficos, con 206 millones de habitantes. De ellos, casi la mitad son cristianos. Y eso que, como señala el Informe de Libertad Religiosa 2023, publicado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, Nigeria es uno de los lugares más peligrosos para vivir la fe, ya que los cristianos sufren especialmente los ataques de los distintos grupos armados que operan en el país. Solo los terroristas de Boko Haram han matado a más de 35.000 personas y han causado unos 2,7 millones de desplazados internos desde su aparición en 2009. Precisamente esta semana, Amnistía Internacional (AI) ha publicado otro informe en el que denuncia que las propias autoridades nigerianas desatienden a las niñas y mujeres que han logrado huir del cautiverio de los terroristas. Muchas de ellas fueron secuestradas y obligadas a casarse con hombres que las violaron y agredieron durante años. Y ese estigma de ser «esposas de Boko Haram» las persigue incluso después de huir. La Policía las detiene ilegalmente y, en algunos casos, las lleva a campos de refugiados donde vuelven a encontrarse con los terroristas que las torturaron. «A veces sueño con los cadáveres que vi, o las lapidaciones de mujeres que vi. Cuando abro los ojos, ya no puedo volver a dormirme», dice una de las chicas que pasó diez años secuestrada y cuyo testimonio recoge el documento de AI. Ese pequeño tapón de una botella que vemos en la imagen contiene toda el agua que podían beber algunas de estas niñas en un día. Dentro de unos pocos años, nuestros nietos mirarán esta foto y nos observarán, de nuevo, con tristeza y altanería. Se dirán: «¡Qué brutas eran estas gentes de 2024!». O bien: «¡Cómo podían permitir que se utilizara a niñas secuestradas para cometer ataques suicidas con bombas!». Hoy es siempre el único momento en el que podemos hacer algo. Ahora, en este momento, mientras escribo, mientras me lees.