Esther Ramiro, la española del vía crucis en la JMJ: «De la mano del Señor la vida toma otro color»
Esta joven de 34 años impactó con su testimonio de vuelta al amor de Dios. Un mes después, se sigue sorprendiendo de la repercusión que tuvo y se ha dado cuenta de que «tus heridas curan a otros»
Parque Eduardo VII de Lisboa, rebautizado como Colina del Encuentro para la JMJ Lisboa 2023. Vía crucis del viernes 4 de agosto. Tercera estación: Jesús cae por primera vez. Y allí está Esther Ramiro, de 34 años, en su silla de ruedas , con su marido, Nacho, y su niña Lis, contando una vida alejada de Dios, una decisión de abortar a su primer bebé «debido a las dificultades y el miedo», y un reencuentro con el amor de su vida hace cinco años, cuando ella en realidad no estaba buscando nada.
Un mes después, Esther nos recibe en su casa de Madrid y relata lo abrumada que aún se siente por la repercusión de lo que se escuchó allí. Nos cuenta cómo fue todo: que empezó por una conocida que trabaja en la Conferencia Episcopal Española. Esther, que es «muy introvertida», pensó que «si esto viene de Dios y no tiene que ser, no lo cogerán». Hizo un vídeo resumen «y al final salió que sí». Desde la archidiócesis de Lisboa fueron afinando en unas reuniones posteriores «para que me conocieran». Acudieron a su casa a grabar, hicieron de su salón un estudio, «súper profesional todo», y la animaron a acompañar con gestos lo que contaba «porque yo tampoco soy de darle mucha emoción a las cosas», ríe.
El miércoles 2 de agosto, dos días antes del vía crucis, llegaron a Lisboa, a alojarse en una familia, que ha sido una de las notas distintivas de esta JMJ. «Irene nos trató súper bien, nos preparó el bacalao típico portugués, nos compró dulces cuando ella no podía tomar… Fue un regalazo conocerla». En la ceremonia de acogida con el Papa, al día siguiente, «me di cuenta de la magnitud» de la JMJ, y cuando el viernes 4 se subió al estrado donde les adjudicaron los sitios, a escasos metros del Papa Francisco, pensó «madre mía, a mí me va a dar algo». Después llegó el imponente vía crucis, pero seguían sin creerse «estar tan cerca del Papa». Al terminar, lo saludaron —«le vi muy mayor»— y él les regaló un rosario a cada uno, que guardan como oro en paño.
Esther reconoce que no termina de ser consciente de lo que ha supuesto su testimonio: «Como es mi vida y lo llevo bien…». Y tanto. La paz que se respira en esa casa no habla de cruces que amargan, sino más bien de alegrías porque hay quien que las sostiene. Como dijo el Papa en ese vía crucis, «la cruz es el sentido más grande del amor más grande, ese amor con que Jesús quiere abrazar nuestra vida». Nos cuenta Esther que hasta sus vecinos la vieron en la prensa. Su jefe, sus amigos, su familia de sangre y su otra «familia inmensa», la de Emaús de su parroquia… Muchos conocieron por primera vez episodios de su historia y, providencialmente, esto ha servido para derribar barreras entre ellos. A su vez, «me empecé a encontrar a gente que me contaba también su testimonio». «Tus heridas curan a otros», resume, así que «si todo esto está ayudando a que la gente reflexione sobre su vida, pues gloria a Dios».
La conversión
La historia de Esther es la de una joven normal en un Madrid normal. Con 18 años comenzó un noviazgo que «vivíamos como matrimonio», contó en su testimonio, y que se fue convirtiendo en una relación muy tóxica. Nunca tonteó con las drogas, pero su entorno sí. Y llegó la noche del accidente, durante una fiesta en casa de unos amigos en la que le habían asegurado que no se iba a consumir. Pero la realidad fue que había un pastel con sustancias alucinógenas que la llevaron a saltar por la ventana y a una lesión medular que la dejaría en silla de ruedas para siempre. Tenía 24 años.
Su paso por el hospital de parapléjicos de Toledo lo recuerda como un momento de paz. Lloró muchísimo y se hizo preguntas, «por qué estaba en una silla de ruedas», pensaba que «algo habría hecho mal»… Se enfadó con Dios, un Dios del que seguía muy alejada. Pero no se sintió sola ni desesperada. De hecho, llega a afirmar que «lo pasé muy bien». Terminó la relación con su novio y fue realmente «volver a vivir»: la primera ducha de manera autónoma, el primer sol —«un sol de tarde de septiembre»—. Luego le subió al fiebre, pero que le quiten lo bailao. Empezó a hacer deporte y jugó en la selección española, se metió en política para defender la accesibilidad…
Lo que de verdad rompió a Esther fue el aborto. Había conocido a Nacho dos años después del accidente, y empezaron una vida en común. El embarazo llegó, y con él la decisión de no continuarlo. Esto rompió a Esther por dentro mucho más que el accidente; fue infinitamente más desgarrador. «Y sin ser consciente, porque yo realmente no sentía culpa por lo que había hecho». No entendía estar tan rota si «tampoco ha pasado nada», se decía; «si eran unas células».
En aquel tiempo, «yo estaba totalmente fuera de la Iglesia y tampoco estaba buscando». Pero en 2018 fue a un curso de inteligencia emocional y allí se encontró con Él. «Dios lo hace todo muy bien y como sabía que yo si no, no… pues me vino a buscar. Él busca la forma de que volvamos a casa». Esther empezó a ir a Misa y a rezar el rosario todos los días para que se convirtiera Nacho. La relación no era fácil, «teníamos muchísimos problemas», y con la conversión de Esther, se hizo más complicada porque «él no entendía nada». Empezaron a ir a un COF —«si no llega a ser por la Iglesia, nosotros lo mismo no estábamos juntos»—, y allí le propusieron a Nacho hacer un retiro de Emaús. Y eso lo cambió todo. «Esto es lo que más me impresiona de mi vida», reconoce Esther, «estando nosotros tan mal, cómo el Señor hace nuevas todas las cosas». «Comparas y dices, ¿qué ha pasado aquí? Pues el Señor, ha pasado y se ha quedado». Y se ríe.
En 2019 nació su hija Lis y en 2022 se casaron por la Iglesia. «Queremos estar cada vez más cerca de Dios». Se prepararon con unos cursos en el COF en los que «aprendimos mucho y nos dieron muchas herramientas para seguir cuidando nuestro matrimonio». Ahora, Esther y Nacho están haciendo algo parecido a esos cursos en su parroquia, Santo Tomás de Villanueva (Alcalá de Henares) con un grupo de matrimonios que se ha formado. «Cuando a ti el Señor te cambia de esta manera, tú quieres devolverle algo». Ella, que siempre quiso una vida sin compromisos y que de tan práctica que era pensaba que ni tan mal la eutanasia si las cosas se torcían y se podía «ahorrar sufrimiento». Pero «ese no es el camino, porque yo no lo sé todo».
«La verdad es que la vida, cuando la vives de la mano del Señor, toma otro color», reconoce con sencillez. Y así es como es consciente «de que el Señor no para de regalarme cosas», como la peregrinación a Tierra Santa que hicieron este pasado mayo. «Vivo a la expectativa de ver qué viene ahora».