«Este espectáculo es un reconocimiento por parte de la Iglesia del flamenco y de las personas que lo viven»
El sacerdote madrileño Emilio Pérez Núñez dirige un espectáculo que, el próximo domingo, mostrará la belleza de la Vigilia Pascual a través de una recreación flamenca en la parroquia de San Millán y San Cayetano. Contará con la presencia de la Niña Pastori
—El espectáculo Y al tercer día, resucitó, que tendrá lugar el próximo domingo en la iglesia de San Millán y San Cayetano de Madrid, desea mostrar la belleza de la liturgia de la Iglesia católica de la Vigilia Pascual a través de una recreación flamenca. ¿Cómo surge esta idea?
—Este curso que hemos empezado en septiembre es el cuarto año que estoy destinado en la parroquia de El Salvador y San Nicolás, que tiene pegada, a través del pasaje Doré, la escuela flamenca del Amor de Dios. Todos los días, desde mi despacho tengo la suerte de ser espectador de flamenco en vivo, porque desde allí escucho las clases de guitarra, de cante y de baile.
Como me gusta mucho el baile, un día le pregunté a mi obispo si me permitía apuntarme a clases en la escuela. Y me dijo que sí. Así empezaron a suceder muchas cosas, muchos encuentros que me sorprendían y me provocaban mucho, porque eran personas muy vivas con las que se podía hablar de la vida, de las cosas que nos suceden, de lo que llevamos en el corazón. Y me sorprendía que cada día crecía (y crece) el deseo de conocer mejor a estas personas, conscientes del drama del vivir, heridos, no solo por los avatares de la vida, sino también por la belleza del arte flamenco.
Por eso, empecé a contar, a compartir estas cosas que me sucedían en los encuentros de arciprestazgo y en los encuentros con el obispo. Hasta tal punto que Jesús Vidal, en ese momento obispo auxiliar de Madrid, cuando vino a hacer la visita pastoral a la parroquia, quiso incluir una visita a la escuela flamenca del Amor de Dios. De ese encuentro, en el que estuvimos hablando un buen rato con el director y con un artista / maestro, nació el deseo de hacer un espectáculo que pusiera de manifiesto la afinidad, el reconocimiento por parte de la Iglesia de este arte tan propio de nuestra tierra, y también de las personas que lo viven y lo transmiten para el bien de todos. En efecto, el flamenco tiene tal riqueza expresiva del misterio de la realidad, que hace bien al que lo ve.
—¿Cómo se conjuga una celebración tan solemne con un lenguaje tan vivo y popular como es el del flamenco?
—Aquí, más que una respuesta teórica, que podría aventurarme a barruntar, lo mejor sería venir a ver el espectáculo, porque se vería en acto esa armonía entre el lenguaje de la liturgia de la Iglesia y el lenguaje del flamenco. Pero me aventuro a decir algo: que la celebración de la Vigilia Pascual sea solemne no quiere decir que no sea viva y popular, todo lo contrario. La liturgia de la Iglesia es la acción de Dios que viene al encuentro del hombre que pertenece al pueblo elegido. Un Dios que viene a cumplir, con la Muerte y la Resurrección del Hijo y el don del Espíritu, el deseo de vida, de plenitud, de cumplimiento, con el que ese mismo Dios ha creado al hombre y a la mujer.
—Habla de «iluminar el presente con la luz de Cristo» a través del arte. ¿Cómo puede la música —y en particular el flamenco— hacer visible esa luz?
—Toda creación artística que el hombre realiza tiene su origen en la verdad y la belleza del Ser que es Dios. Pero, además, en este espectáculo, el flamenco está al servicio del acontecimiento de Cristo. Es decir, lo que vamos a cantar, tocar y bailar, es el acontecimiento de la muerte y de la resurrección de Cristo, pero lo haremos con el lenguaje y el arte de algunos palos del flamenco: la saeta, la alegría, la seguiriya… Por tanto, el contenido es el hecho de Cristo, pero con la forma artística del flamenco, con su música, su cante y su baile, una forma con una gran expresividad.
A esto ayudarán, como veréis, los grandes artistas que se han implicado, empezando por Luis Ortega, el director artístico y coreográfico, y el riquísimo elenco de artistas, que se han ido sumando a esta invitación. A través de ellos, de su tomarse en serio la propuesta que les he hecho, veremos pasar, eso es lo que espero y pido, la luz de Cristo.
—El flamenco tiene raíces hondas en la tradición gitana, y muchos gitanos hoy viven su fe desde el mundo evangélico. ¿Cómo ha sido ese diálogo entre sensibilidades dentro del proyecto?
—En este grupo de artistas solo dos son gitanos. Pero lo bonito de la vida es que te encuentras con personas, no con ideas o clichés. Y dar espacio para el encuentro con el otro, ha sido y es muy enriquecedor; porque, como dicen los Papas recientes, Cristo no quita nada de lo que es verdadero. La verdad se reconoce cuando se la encuentra, y ese reconocimiento de la verdad genera amistad, es fuente de amistad.
—¿Podríamos decir que este proyecto es también una forma de diálogo interreligioso desde la belleza compartida?
—Sí, se puede decir. La belleza es, siempre, el reflejo de la verdad; por eso, no hay contradicción. Y en esta obra artística, son la belleza y la verdad las que vienen a nuestro encuentro a través de un hecho histórico, el hecho de la encarnación del Hijo de Dios, y más propiamente, de su misterio pascual, la victoria del amor de Dios sobre el mal y sobre la muerte. Este anuncio eclesial provoca siempre simpatía humana, porque todos, con la edad que tenemos, hemos visto y sufrido muchas muertes (en sus distintas variantes) y la fuerza de su aguijón. Por eso, el anuncio de la Resurrección que la Iglesia hace presente en cada tiempo encuentra fácilmente eco en el corazón de los hombres, por el bien que genera, por la paz, la alegría y la esperanza que produce.
—En el espectáculo se unen cante flamenco, canto gregoriano y elementos de la lírica sacra. ¿Cómo se logró esa convivencia de estilos tan distintos?
—Esta convivencia se da en nosotros, se vive entre las personas que formamos parte del sujeto protagonista del espectáculo. En esta comunión que estamos viviendo nos ayudamos a reconocer, como dice san Pablo, «todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito» (Flp 4, 8). Y, a esta acción de la persona, que lleva siempre implícita la libertad, se une el sujeto que organiza el espectáculo: la Iglesia, la morada de Dios entre los hombres, el lugar donde vive el Resucitado que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Él hace posible no solo la convivencia sino la simpatía, el reconocimiento del otro, del bien que es el otro.
—¿Qué tienen en común el cante jondo y el gregoriano? ¿Tal vez esa búsqueda del misterio, del silencio y de lo divino?
—Lo común de todo canto, podríamos decir, es que tiene que ver con todos los hombres, ya que el canto es expresión de los hombres, del diálogo que cada uno de nosotros vive con la realidad y el misterio que la constituye. Pero, a la vez, hay una diferencia. El cante jondo, me atrevería a decir, es expresión del grito del hombre, del grito que aparece en el corazón cuando vive la vida, cuando se deja tocar, se deja herir, por las cosas que nos suceden viviendo. El cante jondo, podríamos decir, es el hombre que grita a Dios, que convierte el impacto del vivir en apertura, en búsqueda, en relación con el misterio de Dios, un misterio más grande que el propio hombre, y al que se abre esperando una respuesta a su dolor, a su deseo de sentido.
El canto gregoriano, sin embargo, es expresión de la obra salvífica de Dios en la historia. Su melodía, su letra y su forma melódica, son expresión de la vida nueva que Cristo ha introducido en el mundo y que la Iglesia expresa y canta en su liturgia. El canto gregoriano canta lo que Dios ha comunicado al hombre en su revelación, en su decirse al hombre; y en este decirse Dios, el hombre encuentre la paz, la alegría y la esperanza.
—Contar con la Niña Pastori es todo un lujo. ¿Cómo recibió la invitación?
—La invitación llegó a través de mí y dijo que sí por la estima recíproca que nos tenemos, fruto de la amistad que vivimos desde hace tiempo. Una amistad verdadera es la que te propone cosas grandes y qué mejor que poner la propia vida y los talentos que Dios nos da, al servicio de Cristo y de su Iglesia para anunciar a los hombres la alegría de la Resurrección.

—También participan María Rodríguez y Ana Vega Toscano. ¿Cuál es su papel dentro del proyecto?
—Hemos pedido a María y a Ana que aporten un color y un matiz diferente, hemos querido introducir una sorpresa al espectáculo, con esa peculiaridad que tiene la Católica de agrupar multidisciplinarmente, los diferentes colores y aromas que su arte aporta, enriqueciendo y sumando con los distintos matices de cada arte, para llegar y tocar todos los sentidos y sensaciones del espectador y abrirles a la belleza con mayúscula.
—Si el público saliera del concierto con una sola idea grabada en el corazón, ¿cuál le gustaría que fuera?
—Que Cristo ha resucitado y nos sigue acompañando a través de la vida de la Iglesia para llenar nuestro corazón de alegría, una alegría desbordante, una alegría que genera una paz desarmada y desarmante.
—Y una última pregunta, más personal: ¿qué ha aprendido usted de la fe a través del flamenco?
—Que el cielo es una fiesta, una fiesta llena de vida, de vida y de alegría. Me encantan estas palabras del Papa Francisco en la Evangelii gaudium, palabras que yo veo encarnadas, tantas veces, en mis amigos flamencos. Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: «Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo». Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día» (Si 14, 11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!