Estas monjas salvaron miles de vidas en la Gran Guerra - Alfa y Omega

Estas monjas salvaron miles de vidas en la Gran Guerra

Eran religiosas americanas pero hicieron una labor ingente en el frente europeo de la Primera Guerra Mundial, que acabó hace 105 años

Sandra Ferrer Valero
Enfermeras monjas y laicas con soldados en un hospital en Italia durante la Primera Guerra Mundial
Enfermeras monjas y laicas con soldados en un hospital en Italia. Foto cortesía de las Hijas de la Caridad Provincia de San Luis (Misuri, EE. UU.).

El 11 de noviembre de 1918 a las 11:11 horas de la mañana terminaba oficialmente la Primera Guerra Mundial. Un conflicto que socavó los cimientos de la civilización occidental y provocó muchos cambios en la vida de las personas. Millones de soldados fueron movilizados y trasladados a los distintos frentes europeos. Las mujeres no tenían permitido empuñar un arma y, de hecho, a excepción de unas pocas, no pudieron luchar en primera línea de batalla. Pero su labor fue indispensable en la retaguardia, a veces peligrosamente cercana al frente. Espías, responsables de logística y, sobre todo, enfermeras fueron piezas igualmente claves a lo largo del conflicto. La gran mayoría de enfermeras que se pusieron al servicio de los distintos ejércitos eran laicas, profesionales de la sanidad o simplemente mujeres que querían ayudar y se formaron apresuradamente.

Pocos meses antes de que finalizara la contienda, una decena de religiosas procedentes de Estados Unidos se embarcaron en el buque SS Umbria y se unieron al engranaje de la guerra. Pertenecían a la congregación de las Hijas de la Caridad y estaban abanderadas por la hermana Chrysostom Moynahan, una mujer que tenía a sus espaldas una larga experiencia como enfermera. Hija de inmigrantes irlandeses, su vida como religiosa y como enfermera avanzó en paralelo. En 1889 ingresaba en el seminario de las Hijas de la Caridad y cinco años después se graduaba en la escuela de enfermeras de la congregación. Durante la guerra entre España y Estados Unidos de 1898, la hermana Chrysostom tuvo un papel destacado en Fort Thomas, Evansville y Birmingham (Alabama), donde fundó una escuela de enfermería.

Su carrera como enfermera la precedía. En el verano de 1918 se le encomendó la tarea de liderar el Hospital 102 en la zona italiana de Umbría, en Vicenza. El grupo, conocido como Loyola Unit, era el único de monjas que viajaría a Europa durante la guerra desde Estados Unidos. Junto a las diez consagradas, unas 90 enfermeras laicas se pusieron al servicio de la hermana Chrysostom. El grupo llegó a Italia a mediados de septiembre pero, a pesar de que la guerra terminó en noviembre, ellas permanecerían muchos meses más en la zona, pues aún continuaron llegando enfermos y los heridos tardaron tiempo en poder regresar a casa. A lo largo de aquellos meses de extenuante trabajo, algunas de las religiosas escribieron un diario en el que reflejaron sus experiencias y sus sentimientos. Documentos que se convirtieron en un precioso testimonio de la perseverancia y entrega a los demás de todas aquellas mujeres que se jugaron la vida.

Enfermeras monjas y laicas con soldados en un hospital en Italia. Foto cortesía de las Hijas de la Caridad Provincia de San Luis (Misuri, EE. UU.).

Su labor se centró en curar a los soldados que llegaban a sus cada vez más llenas salas del hospital. Asimismo, ejercieron una importante labor espiritual. Salvaron vidas, pero también dieron consuelo a los soldados que se encontraban lejos de casa. Sus oraciones fueron de gran ayuda, incluso entre aquellos que no eran creyentes. Las monjas dedicaban largas horas al hospital, pero nunca se olvidaban de acudir a Misa y rezar el rosario. Llegaron incluso a decorar una pequeña capilla y a tener siempre un altar perfectamente organizado. A aquellos cuyas vidas no pudieron salvar, les dieron un entierro digno. La hermana Coleman escribió en su diario cómo la hermana Chrysostom envió a la madre de un soldado fallecido y enterrado a los pies de los Alpes una conmovedora carta en la que incluyó una flor de su tumba.

El agotamiento llegó a hacer mella en las mujeres, que durante interminables jornadas veían como cada día llegaban desde el frente más y más soldados que se apelotonaban en espacios en los que las enfermeras apenas podían moverse. Tuvieron que abrir nuevas salas, hacer decenas de camas en pocas horas y velar por sus pacientes de día y de noche. La propia hermana Chrysostom cayó enferma y durante unos días tuvo que permanecer en cama.

Los meses de la guerra fueron también tiempo de esperanza y de experiencias inolvidables. Aún en el barco que surcaba el Atlántico, toda la tripulación fue testigo de una emotiva ceremonia en la que una de las enfermeras pronunció sus votos. Dos de los soldados tuvieron que sostener las velas del altar para que el oleaje del mar no las volcara. Tras la ceremonia, felicitaciones, abrazos y un pequeño placer en forma de caja de dulces.

Las Hijas de la Caridad de la Loyola Unit regresaron a casa a principios de la primavera de 1919, casi medio año después de que el conflicto terminara oficialmente. Para entonces, más de 3.000 enfermos y heridos habían pasado por el hospital de las religiosas. Murieron menos de 30 soldados. De vuelta en Estados Unidos, Chrysostom Moynahan continuó administrando varios hospitales hasta su muerte en 1941. Fue enterrada con honores militares.