«Estamos preocupados por la salud mental de los alumnos»
Los centros educativos toman medidas ante el aumento de trastornos, autolesiones o intentos de suicidio. La Fundación Pablo VI incluye esta cuestión en su Curso de Bioética para Profesores
La salud mental en los jóvenes y adolescentes sigue siendo un problema grave. Con la pandemia se multiplicaron los trastornos, las autolesiones e, incluso, los suicidios entre este colectivo. Basta un dato: los suicidios son, según recoge el INE, la principal causa de muerte en jóvenes de entre 15 y 29 años en 2020, último año del que hay cifras. La curva, como sí lo ha hecho la de la COVID-19, no parece haber alcanzado su punto más alto, una circunstancia que preocupa a las familias y que se está poniendo de manifiesto en los centros educativos, algunos de los cuales han decidido tomar cartas en el asunto.
En este contexto, la Fundación Pablo VI ha incluido en su Curso de Bioética para Profesores de Secundaria y Bachillerato, que se encuentra en periodo de inscripción, una mirada sobre esta realidad. «Estamos profundamente preocupados por la salud mental de nuestros alumnos», afirma Carolina Ramírez, una de las docentes de esta actividad formativa y profesora del colegio Padre Damián de Barcelona. Habla con conocimiento de causa. El hecho de que los servicios de salud mental estén «colapsados» es una señal de alarma. «Hay chicos con problemas graves que no pueden ser ingresados cuando en otros momentos sí lo habrían sido. Son tantos que tienen que priorizar en función de la gravedad», explica en conversación con Alfa y Omega. El factor fundamental de esta situación —sin descartar otros como la influencia de las redes sociales— es la pandemia y sus consecuencias: confinamiento, mascarilla, distancia social… Todo esto ha provocado la no aceptación de uno mismo, el crecimiento de autolesiones, trastornos alimentarios e intentos de suicidio, conductas que «se normalizan».
En este sentido, Bárbara Zapico, especialista en psicología clínica y miembro de TopDoctors, añade a este semanario que los padres —el 92 % pide una mayor atención de la salud mental en etapas escolares— detectan, además de las conductas referidas, «agresiones, rabietas, baja tolerancia a la frustración, apatía, ansiedad, faltas de respeto, dificultades para aceptar las normas o depresiones».
José Fernando Juan Santos, profesor de Filosofía y Religión, es otro de los docentes del citado curso de bioética. Él imparte clase en el colegio Amorós de Madrid. También es consciente de la situación: «Lo hemos visto cuando volvieron a las aulas tras el confinamiento. No había sonrisas, no había jaleo, ni en el aula ni en los pasillos. Estaba todo muy protocolizado, sin espontaneidad. Hay cuestiones que abordar». En su opinión, es importante que la bioética se ocupe de la salud mental, pues «una buena vida no solo tiene que ver con la dimensión corporal —alimentación o costumbres saludables—, sino también con la dimensión psicológica y espiritual».
En este sentido, en estos dos centros ya están trabajando para dar respuesta a esta necesidad. En el Amorós cuentan con un coordinador de bienestar, mientras que en el Padre Damián se trabaja directamente con los tutores. «Hemos empezado el curso con entrevistas individuales con los alumnos, uno a uno. Si en ese encuentro uno te dice que está preocupado por su peso, no lo puedo obviar. Tendré que estar atenta y hablar con la psicóloga y, en un momento dado, con el equipo de comedor. Se trata de hacer un seguimiento con discreción para evitar problemas mayores», explica. También tienen proyectos específicos, por ejemplo, sobre lo que significa una salud completa. Y concluye: «La parte académica es una parte de su vida, a mí me interesa más que sea un ciudadano responsable, justo… Una persona con cimientos sólidos».
Otros desafíos éticos
En la construcción de estos ciudadanos a los que se refiere Ramírez hay otros desafíos que los profesores deben considerar. Se trata de cuestiones como la inteligencia artificial, el poshumanismo, la tecnología, la identidad sexual o el respeto a la vida humana, todas incluidas en el curso de la Pablo VI. «Los alumnos están expuestos a las noticias, nuevas leyes, series… donde se plantean cuestiones sobre la vida, el cuidado de la creación o la situación de la personas que merecen ser contempladas. Son temas que se han intentado cancelar muy rápido y que reaparecen», explica José Fernando Juan. ¿Y cómo se abordan en el aula? «No debemos perder de vista la complejidad de la vida de las personas y sus circunstancias. No es una cuestión de sumas y restas», explica el profesor del colegio Amorós, que recuerda que, como colegio católico, el magisterio de la Iglesia aporta el criterio fundamental.
Recientemente, el perito judicial informático Pablo Duchement, especialista en delitos contra menores en entornos digitales, advertía de una tendencia preocupante: el crecimiento de los casos de profesores que muestran a sus alumnos en sus redes sociales. Según detalla en su blog, en el curso 2020-2021, el 1,8 % de las denuncias que atendió tenían que ver con esta realidad, un porcentaje que subió hasta el 5,3 % el año pasado. Esta circunstancia lo llevó a acuñar un nuevo concepto, el de #TeachToker —en referencia a Tik Tok—, que define como «un profesor con alma de influencer que, en su búsqueda de aumentar el alcance, explota en cuentas personales de redes sociales a los alumnos a los que, simultáneamente, imparte clase».
Según explica a Alfa y Omega María Lázaro, autora de Redes sociales y menores. Una guía práctica, la presencia de profesores en redes para difundir contenido viene de lejos. Y hacen «una labor estupenda»: comparten recursos, desarrollan proyectos… «Este uso es bueno para toda la comunidad», añade. Lo que no se puede hacer es exponer a los alumnos, pues, en ese caso, el objetivo «ya no es compartir recursos, sino aumentar la propia cuenta personal, su ego». «Un profesor no debe compartir datos ni exponer a sus alumnos y tiene que ser así no solo por un tema legal, sino también por el educativo, pues debe enseñar a usar bien las redes sociales», explica.
Y aunque la exposición pueda parecer inofensiva, lo cierto es que hay riesgos. Duchement señala en su artículo que la normalización de la presencia de menores en redes de adultos —y en los peores casos, su hipersexualización—, produce un daño educativo y social «evidente». Además, no hay que olvidar que estas imágenes atraen «lo peor y más oscuro de la web».
María Lázaro añade que pueden ser utilizadas para la suplantación de identidad, para el acoso o la extorsión.
Para Ramírez, lo importante es ayudar al alumno a formarse para la sociedad. Serán adultos y tendrán que afrontar cuestiones como la reproducción asistida, la eutanasia, el cuidado de los mayores o la tecnología. «Estamos haciendo un trabajo importante en la formación del pensamiento crítico, en ayudarlos a que contrasten la información y no se crean lo primero que leen», añade. Eso sí, no dicen nunca al alumno lo que tiene que pensar, debe ser él el que busque razones y argumentos a través de médicos, investigadores, filósofos…
«Hay que leer sobre los grandes problemas. Si nosotros, como ciudadanos libres, no damos una respuesta, nos la dará hecha el partido político de turno», concluye José Fernando Juan.