Un obispo en Nagorno Karabaj: «Estamos bautizando a los soldados en el frente»
Al día siguiente de dar comienzo el conflicto en Nagorno Karabaj, el obispo armenio Bagrat Galstanyan cogió la cruz y se fue a las trincheras a acompañar a los soldados
Llega a la cita telemática como si llevara un mes sin dormir. Con los ojos apagados, los surcos de la cara endurecidos y la voz cansada, desde que amaneció el obispo armenio Bagrat Galstanyan, de 49 años, ha enterrado a un soldado, ha estado en primera línea de batalla visitando a los soldados, ha pasado por una base militar y ahora se encuentra con Alfa y Omega. Es la primera vez que habla con un medio de comunicación español desde que hace un mes, cuando empezó el conflicto en Nagorno Karabaj (o como lo llaman los armenios, República de Arstaj), dejó su diócesis en el norte de Armenia y se fue al frente a apoyar al Ejército de su país. No es el único religioso que lo ha hecho. Varios sacerdotes han viajado hasta la vecina Arstaj, de corazón armenio pero actualmente en territorio azerí, para dar apoyo a los soldados y civiles que llevan desde finales de septiembre inmersos en una guerra por la independencia de esta zona.
Es la primera vez que hablo con un obispo que está en primera línea de batalla. ¿Cuál es el papel de un hombre de Dios en el frente?
Es nuestro lugar natural. Cuidar, apoyar y rezar con aquellos que están en peligro, con los soldados, con los civiles. Nuestro papel es el de ofrecerles apoyo espiritual, animarlos, cuidar de ellos en lo que necesiten; es un compendio de necesidades, no solamente una o dos cosas. Incluso estamos bautizando a los soldados que están luchando en primera línea de batalla, e intentamos proveer los de necesidades básicas, ya sea comida, material de higiene… Hay mucho trabajo que hacer, somos una mano más.
Padre, ¿no tiene miedo?
No. Los armenios hemos pasado por esto durante 30 años. Es verdad que la situación se está recrudeciendo ahora, pero no es muy diferente de tiempos pasados. Hace unos meses estuvimos en una tesitura parecida a esta: hubo enfrentamientos en nuestra región [la diócesis del norte de Armenia, donde él sirve como obispo], cerca de la frontera con Azerbaiyán. Vivir de esta forma es parte de nuestra vida, parte de la lucha del pueblo armenio. Queremos tener una vida digna, y estamos listos para sacrificarnos por ello. No es solo una cuestión de vivir cinco años o diez años más; somos cristianos, creemos en la resurrección y seguimos los pasos de Nuestro Señor, y también creemos en la lucha y la defensa de nuestra dignidad, de nuestros derechos humanos y de nuestra autodeterminación. Estamos convencidos de que existe el derecho de la gente a vivir libre e independiente; es un derecho para mucha gente en el mundo. Tenemos que lograrlo.
¿No habrá entonces quien piense que la Iglesia apoya la guerra?
Nosotros no apoyamos la guerra, apoyamos a la gente que lucha por la independencia, por la libertad, por sus derechos. Es su tierra natal; no es una guerra religiosa. Luchan por nuestras raíces. En la tierra está nuestro ser, nuestro todo. Llevamos peleando por ello durante años: hemos sufrido un genocidio, el primero del siglo XX, y lo hemos atravesado juntos, como nación. Los armenios sabemos cuál el valor, el precio, de vivir en esta región. Sabemos cuánto cuesta el deseo de ser capaces de vivir al fin y para siempre en nuestro propio lugar, en un espacio del mundo de acuerdo con nuestros deseos.
¿Cómo es un día en su vida en estos momentos?
Acabo de llegar a mi región [el catholicós de todos los armenios quería hablar con él] y en dos días me volveré a marchar al frente, porque estamos llevando soporte y material a los soldados. En la línea del frente visitamos las trincheras, a los soldados; vivimos con ellos, compartimos con ellos. Y después, en la retaguardia, también hay muchas cosas que organizar y que hacer. También visitamos los búnkeres donde están escondidos los civiles, que están siendo bombardeados. La batalla no está solo en el frente, también en la retaguardia, en las ciudades, en los pueblos. Hay fuertes ataques de aviones de combate, misiles, bombas… así que la gente vive escondida. Hay cientos de civiles heridos y cientos que han perdido su vida. Los visitamos, hacemos funerales, rezamos con los escondidos, les llevamos comida. Estamos para todo lo que necesiten.
Un pueblo castigado el armenio. ¿Cómo están las esperanzas a estas alturas?
La gente está luchando, sufriendo, sacrificándose… y esto no es solo una guerra para los armenios. He dicho esto en muchas ocasiones: este es el último bastión de la civilización cristiana. Este es ahora el campo de batalla, pero no solo compete a los armenios. Solo hay que ver a los turcos, al numeroso Ejército azerí, a mercenarios sirios, contra esta pequeña nación. Si ves el armamento que tienen, es tremendo. Pero nosotros seguimos defendiendo esta civilización cristiana, que va más allá de defender nuestros derechos. Esto tiene que ser comprensible. Desafortunadamente hemos sufrido el silencio durante años. Primero con el genocidio; después, cuando la población de Nagorno Karabaj proclamó su independencia, el mundo calló otra vez. Este es el momento, si hay sinceridad y honestidad, y se entiende por completo la situación, en que el mundo tiene que elevar su voz. Esperamos que la comunidad internacional no cierre los ojos. Mientras, no importa cuánto suframos ni qué sacrifiquemos; esta es nuestra última batalla y tenemos que ganar.
¿Qué tiene que ocurrir para que termine la guerra?
Hay combates intensos en distintas áreas, hay movilización y progresos del enemigo. Nuestros soldados se defienden, pero tenemos enormes pérdidas. Por otro lado, el presidente de Azerbaiyán ha prohibido declarar sus pérdidas humanas. No hay información para la gente azerí, no saben qué pasa en la frontera. Los grandes poderes –Rusia, Francia, ahora EE. UU.– han intentado promover pequeños altos el fuego para que podamos al menos enterrar los cadáveres. Pero nuestros adversarios están violando las treguas, no prestan atención a lo que dice el mundo. Se tienen que tomar medidas severas para frenar este derramamiento de sangre, esta agresión contra la gente que quiere ser libre. Por la gracia de Dios, creo que pasaremos un tiempo difícil, pero la justicia volverá y seremos libres.