El poder de la ilusión, el poder de la magia… creer que aún somos los que fuimos, y por un breve espacio de tiempo, regresar a nuestra infancia y pensar que los sueños son posibles… y que nos hacen grandes y libres. Eso es lo que consigue cada noche, desde hace siete temporadas, un pequeño monólogo, de 90 minutos de duración, en una sala de la Gran Vía madrileña.
Si hay alguien que todavía no ha visto la obra Espinete no existe, no debe dejar pasar la oportunidad, especialmente si su infancia se sitúa a finales de los años 70 y durante todos los 80… Y es que… ¡cuántas historias por recordar, cuántos juegos por revivir!
Todo lo que ya creíamos olvidado en un rincón de nuestra mente, quizá llevado allí por el empuje de la vida, de las preocupaciones, de eso que llaman hacerse mayor, vuelve de repente a nuestra cabeza de una forma tan real, que al levantarte del asiento llegas a pensar que has rejuvenecido. ¡Qué lejano veíamos entonces, los que ahora estamos en la treintena, el hacerse mayor! ¡Y qué cerca lo sentimos ahora!
En un mundo en el que las prisas sustituyen a las horas muertas siendo nada más que felices, en el que las relaciones vacías sustituyen a los amigos de verdad, con los que creíamos que envejeceríamos, y que eran nuestros aliados para cualquier cosa que quisiéramos realizar, en un mundo en el que hemos perdido el sentido de lo que verdaderamente importa… volver por un momento a las raíces de nuestra vida tiene más importancia de lo que una simple obra de teatro pueda pensarse que tiene.
Eduardo Aldán es un maestro de la palabra… porque solo con eso, con su voz, y pocas más ayudas escenográficas más, llena todo un escenario de risas, ironías, calidez e, incluso, en algunos momentos, de cierto aire melancólico al borde de la emoción más sincera.
Y por eso mismo, porque ahí reside su poder, en la palabra, y en poco más, consigue meterse al público en el bolsillo. Un público que no solo baja un piso de altura cuando llega al teatro para poder acceder a la sala, sino que en ese camino hacia lo que será su lugar en el mundo durante 90 minutos, va descendiendo también en edad y se va encontrando con recuerdos en forma de objetos, música y fotografías… Y es fácil escuchar a gente, que seguramente ese mismo día había luchado ferozmente por defender un proyecto de trabajo o por sacar adelante situaciones complicadas, lanzando pequeños gritos de alegría al volver a ver lo que durante muchos años fue todo lo que llenó su vida.
¡Y qué decir de la música! Podría ser el eje principal de la función, la cuerda sobre la que Aldán hace sus ejercicios de malabarismo vocal, pero es mucho más que eso… Dicen que la música es el arte que más directamente llega al corazón, y Aldán lo sabe. Por eso, desde antes de hacer su aparición en escena, envuelve el ambiente de los que esperan deseosos su actuación con las canciones que están en nuestro ADN, las que se aprenden de pequeños a base de oírlas mil veces, las que cantamos todos en el patio del colegio, con las que lloraron pegados a la pequeña pantalla de nuestro televisor, las que marcaron el deseo de ser héroes…
Aunque en alguna ocasión cae en tópicos demasiado fáciles, la obra es totalmente recomendable para pasar un rato divertido, agradable, entrañable, dejando atrás por un tiempo el traje de la vergüenza que nos pusimos al crecer y siendo niños otra vez.
★★★★☆
Pequeño Teatro Gran Vía
Gran Vía, 66
Plaza de España, Callao
OBRA FINALIZADA