Esperar a Jesús - Alfa y Omega

Esperar a Jesús

Lunes de la Octava de Pascua / Mateo 28, 8-15

Carlos Pérez Laporta
Jesús se aparece a las santas mujeres. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:

«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo:

«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:

«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros». Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Comentario

Aquellas mujeres no vieron a Jesús. No tenían a Jesús consigo. No habían hablado con Él. Jesús no estaba ahí y no hablaba, pero esa ausencia y ese silencio estaban como teñidos por Jesús. No era una ausencia neutra, ni un silencio neutro. Era Jesús que no estaba y no hablaba. Era de Jesús esa ausencia, y era de Jesús ese silencio. Era un silencio y una ausencia del todo hechos espera de su palabra y su presencia. Era un silencio hecho para su palabra. Su ausencia hacía del mundo una sala de espera. Por eso, ese silencio y esa ausencia de Jesús las ha llenado de urgencia, de miedo y de alegría: «Se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos».

Aún está la alegría mezclada con el miedo. Es una urgencia privada de Jesús: alegre porque se le espera; pero aún temerosa, porque no se tiene todavía su compañía, y sin Él nos vence el miedo. Por eso, «de pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”». Jesús se aparece para que la alegría venza el miedo, para que su presencia domine la espera. Esperar a Jesús ya no es vivir su ausencia, es ansiar una presencia siempre mayor, un disfrute siempre más grande de su compañía. Ven, Señor, ven una vez más. Que con cada encuentro te deseamos todavía más. Que con cada aparición es más tuyo el mundo, y somos más tuyos nosotros. Que con cada signo de tu presencia nos llenas de tu alegría.