Esperanza tras los muros de la prisión - Alfa y Omega

Esperanza tras los muros de la prisión

La pastoral penitenciaria constituye el mejor recordatorio de que nadie sobra y de que siempre hay futuro

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Este jueves, 24 de septiembre, se celebra la fiesta de la Virgen de la Merced, patrona de los internos y de quienes trabajan en instituciones penitenciarias. Se trata de una advocación históricamente vinculada a la Orden de la Merced y ahora también a la pastoral penitenciaria de las diócesis, que hacen verdad el mandato del Señor: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme. […] Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

En palabras del director de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española, el mercedario Florentino Rosellón, en la memoria de 2019 –presentada en junio–, los 2.560 voluntarios y los 162 capellanes ponen «corazón» tras los «fríos muros» de las cárceles. De manera callada, sin buscar reconocimientos, acercan a los presos la Palabra de Dios para que «crean en un futuro, ¡su futuro!, con mucha esperanza».

Es cierto que los equipos de pastoral penitenciaria han encontrado dificultades para llevar a cabo su labor durante los meses de pandemia, pero han sabido tirar de creatividad pastoral, como pide el Papa Francisco. Dado que, para controlar la expansión del coronavirus, los internos han visto restringidas las visitas de sus seres queridos y las actividades se han reducido a la mínima expresión, primero se apostó por mandar cartas de aliento y, cuando se ha podido retomar la Eucaristía, se ha hecho con todas las cautelas y en estrecha colaboración con la Administración.

Se hacen estos esfuerzos desde la convicción de que «la suma de la gracia de Dios, el empeño personal, las políticas sociales y los medios adecuados producen auténticos milagros de rehabilitación» –como escribe el cardenal Osoro en una carta que ha mandado estos días a sus «amigos» de Soto del Real y del CIS Victoria Kent–. Así, hoy más que nunca, la pastoral penitenciaria constituye el mejor recordatorio de que nadie sobra y de que siempre hay futuro.