Espacios de encuentro
Una mano tendida, como la que ha acogido a la mujer de la foto, lleva siempre un mensaje implícito: no ver a los otros como rivales, sino como hermanos
Dios está en los detalles. Los vemos en su casa, en esta iglesia de techos altos y puertas abiertas, en la que hay espacio para rezar y para dar. Hay algo de aire limpio en la serenidad con la que esta mujer musulmana acude a una iglesia católica para recoger alimentos esenciales para los suyos. En los tiempos que corren, compartir se demuestra un remedio eficaz para quitar el polvo a desavenencias de siglos. El 4 de febrero celebramos, por primera vez, el Día Internacional de la Fraternidad Humana, establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas en recuerdo de la declaración conjunta a favor de la fraternidad firmada en Abu Dabi en 2019 por el Papa Francisco y el gran imán de la Universidad de Al-Azhar, Ahmed al Tayyeb, referente religioso de 1.300 millones de musulmanes suníes.
Ante el triste espectáculo que está ofreciendo el mundo con la distribución de las vacunas (existe un gran riesgo de que, en 67 de los países más pobres, solo puedan vacunar a una de cada diez personas), necesitamos más que nunca la medicina de esta fraternidad universal. No podemos enfrentarnos en solitario a la pandemia. Reconforta mirar a esta mujer y saber que la casa de Dios es también la suya. La de todos los que llaman a las puertas de Cáritas sin que nadie les pregunte cuál es el Dios al que rezan.
Es la filosofía del Papa Francisco. Que las diferencias no nos impidan caminar unidos en todos los fines que compartimos. El Pontífice nos lo acaba de recordar en su mensaje para la LV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: «Existe el riesgo de contar la pandemia, y cada crisis, solo desde los ojos del mundo más rico, de tener una “doble contabilidad”». Lo reiteró, también, durante la pasada bendición urbi et orbi el día de Navidad: «Pido a todos, a los jefes de Estado, a las empresas, a los organismos internacionales, que promuevan la cooperación y no la competencia, y que busquen una solución para todos: vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados en todas las regiones del planeta».
Existe un antídoto para combatir el egoísmo: detenerse a pensar que la fraternidad universal implica una generosidad sin excusas, que desautoriza frontalmente a quienes utilizan las diferencias religiosas para fomentar la violencia o justificar atrocidades.
Imagino el agradecimiento de esta mujer tras encontrar abiertas las puertas de esta iglesia en un país que probablemente no es el suyo. Unos simples paquetes de comida tienen el mismo efecto expansivo de la piedra que rebota sobre el agua. Ella nunca olvidará la ayuda que se le prestó en un momento de crisis. Cuando persisten tantas barreras que crean división, esta jornada fraternal invita a un cambio de actitud. No podemos resignarnos a que el odio haya causado tantos conflictos a lo largo de la historia. Abramos espacios de diálogo donde nos podamos encontrar. Una mano tendida, como la que ha acogido a la mujer de la foto, lleva siempre un mensaje implícito: no ver a los otros como rivales, sino como hermanos. Probablemente no haya en el mundo una diplomacia tan eficaz como la de Francisco: dejar atrás las diferencias absurdas para mostrar, todos juntos, la misericordia divina al mundo.