Ese niño que no pudo aprender a comerse solito un yogur
Entre las 11.000 personas que bloquean nuestro continente hay dos niños buscando ese hogar en el que aprender a comer o jugar a la Play
Uno de los números que engrosan las cifras del enfoque generalista «migrantes llegados a Lampedusa» y amenazan con colapsar el bienestar europeo es un niño. Tiene 3 años. A esa edad, nuestros hijos acaban casi de dejar atrás el pañal y aprenden a manejar la cuchara para comerse el yogur sin ayuda. Algunos tienen los terribles terrores nocturnos, que despiertan a padres y hermanos en mitad de la noche y para los que parece que no hay consuelo. Él no tuvo tiempo para detenerse en controlar el esfínter o comer solito. Alguien de su familia, no sabemos quién, lo cogió en brazos y lo embarcó en una trayectoria sin fin entre hombres despiadados que se aprovechan de la desesperación ajena y sangran hasta el último céntimo; remolques sucios que atraviesan fronteras, selvas y carreteras; noches sin acceso a agua ni comida —no hablemos ya del sueño de un yogur, bendita cuchara mal cogida—, y el desierto. El temido desierto. Su familiar, sus familiares, su acompañante sin rostro para los europeos que leen titulares, no aguantó el calor, el tortuoso camino con su pequeño en brazos y la falta de hidratación, porque el poco agua que encontró lo dedicó a mantener con vida a nuestro nuevo vecino. Cuando su papá, o mamá, o tío, o tía, dejó de responder, tendido en la arena, el niño de 3 años que no tuvo la oportunidad de aprender a escribir en el patio de su casa comenzó a caminar. Solo.
Otro niño, esta vez con 15 años, lo encontró apenas con fuerzas. Un denominado joven no acompañado, o el peyorativo mena, no dudó en cargar al pequeño. También solo, como él. Echó a andar fatigosamente. Como si fuera un milagro, llegó al mar. Y su barcaza no naufragó. Ni fue interceptada. Arribó a Italia. Entre esas 11.000 personas que bloquean nuestro continente hay dos niños buscando ese hogar en el que comer yogur o echar una partida a la Play con sus amigos del colegio. Ellos son el verdadero horizonte de las políticas migratorias.