No es verdad 915 - Alfa y Omega

Europa no ha sido otra cosa, a lo largo de la Historia, que una mezcla fecunda de la Filosofía griega, el Derecho romano y el Cristianismo. Si hoy no quiere ser eso –y no parece querer serlo desde hace ya bastantes años, a juzgar por cómo tantos que se dicen europeos se avergüenzan de sus raíces–, eso no quiere decir que su esencia constitutiva, su código genético no siga siendo el que es; o sea, que si no es eso, no es Europa, sino otra cosa que no se sabe exactamente qué es. Ortega y Gasset lo decía con palabras más hondas y certeras: «Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa». Cualquier cosa, sin sus raíces, se seca y muere. Desde la Acrópolis hasta Bruselas y Estrasburgo, pasando por la madrileña Puerta del Sol, un vendaval –a veces un auténtico tsunami– no sé si de inconsciencia o de inconsecuencia, o de las dos cosas, azota la piel y el corazón de la querida y vieja Europa. Y nos pasa lo que al mocoso soplagaitas de la viñeta de Puebla, que ilustra este comentario: que no reconocemos como interlocutores válidos ni siquiera a nuestro padre ni a nuestra madre.

Ortega escribió también aquello, tan previsor como verdadero, sobre «la coleta del primer chino asomando por los Urales»; pero, aquí y ahora, hay más cafres alucinados islamistas con coleta que chinos con ella, y resulta que, como ya no hay Pirineos, la coleta –bolivariana, en vez de china, pero igualmente corrompida– asoma, mañana, tarde y noche, por las pantallas de televisión de los hogares españoles; y no hace falta mirar a Grecia, que más que Europa todavía es Turquía, para que, como dice Puebla, se haga necesario y hasta urgente dejar de tomar lo que sufren prácticamente todos nuestros canales de televisión: sobredosis de yogur griego. Algunos periódicos, como El País, no se quedan atrás en lo de la sobredosis, y publican editoriales como el titulado Mezquita y tolerancia, donde mienten a sabiendas cuando acusan al obispo de Córdoba de «maniobras para encubrir las huellas de lo que fue la más importante mezquita de Occidente», siendo así que fueron los de la mezquita los que arrasaron la basílica católica anterior. Lo que le interesa, no se sabe por qué, a El País es que la catedral de Córdoba «pase a ser gestionada desde el sector público»; o sea, que ya no es cosa de cuatro chiflados fundamentalistas electoreros; ya son cinco, con El País… e ainda mais…

Hasta no hace mucho, cuando alguien cometía un entuerto en una universidad, se le abría un expediente; ahora, la Complutense ha encontrado palabras más sofisticadas, con más tic tac: lo llaman una información reservada; a las promesas las llaman amenazas; y a las ideas, que brillan por su ausencia, pretenden sustituirlas por ocurrencias. Contra todas estas tristes miserias y virus, hace mucho tiempo que se descubrió una vacuna eficaz: leer y viajar, pero da auténtica pena leer en las encuestas el tiempo que dedican a leer los pocos españoles que leen; con lo cual, efectivamente, como escribe Colmenarejo, en ABC, Podemos… ir a peor; con tanto antifranquista sobrevenido, que dice Leguina, ¿tiene algo de particular que vuelva a hablarse de Frente popular y de ajuste de cuentas por parte de los que proclaman que la palabra democracia es griega y olvidan que también lo es la palabra demagogia?

De la bandera nacional, en la Puerta del Sol, ni rastro; pero es que, en la Convención del PP, unos días antes, tampoco se vio ninguna. Se lo están poniendo en bandeja a los de Podemos y ya veremos si se queda en Pudimos. Sea como sea, lo cierto es que vivimos en pleno estado de bienestar… de los políticos y de sus derivados y compuestos, que se retroalimentan los unos de los otros y son auténticos expertos en situarse y situar a los suyos.

Mientras tanto, no faltan comentaristas áulicos para quienes el máximo elogio que se puede hacer de un personaje como el editor Lara, recientemente fallecido, es que se abrió a todas las ideologías. No a las válidas, no a las que merecen la pena, no a las del bien común y el sentido común; no, no, a todas. ¡Qué más da! Lo mismo les da ocho que ochenta: todo vale. El relativismo rampante ha descubierto la piedra filosofal: todo da igual, según esos intelectuales de tertulia.

Menos mal que sigue habiendo intelectuales dignos de tal nombre que, como el poeta y crítico literario Antonio Colinas, siguen denunciando, contra viento y marea, que «Europa está renunciando a lo que ha sido y propagó: el humanismo y su rica cultura».

Quien no encuentra interlocutores válidos, como le ocurre al niñato de la viñeta, es porque no quiere. No es verdad que no los haya.