No es verdad 903 - Alfa y Omega

Chapuza, estafa, fantochada, charlotada, patochada, carnavalada, barretinada, farsa, paripé, simulacro, sucedáneo…; con éstas y con muchas palabras amables más, que se me han olvidado, ha sido definido lo que ocurrió en Cataluña, el pasado domingo 9 de noviembre; pero la viñeta que ilustra este comentario, en la que un miserable y despreciable muro, hecho con urnas de cartón, tan democrático como el de Berlín, es levantado el mismo día en que todo el mundo celebra los veinticinco años de la caída de aquél, resume insuperablemente lo que alguien ha llamado, con pleno acierto y verdad, el día de la deslealtad, y que no fue otra cosa que una provocación impune, de momento, a la soberanía nacional del pueblo español y un presunto delito maquillado, facilitado y parece que hasta cutre y clandestinamente pactado hacia no sé qué especie de Estado federal. De trampa y cartón habló, en ABC, Jaime González, que se ha preguntado si también la Justicia era de cartón, y si la pseudoconsulta ilegal se habrá podido celebrar, porque tal vez vivimos en una pseudodemocracia. ¿¡Tal vez!? No seré yo, desde luego, quien preste la menor credibilidad a las cifras que han sido oficialísimamente presentadas por ese comité de sedición que es el Gobierno catalán como pseudoresultados de la nula pseudovotación que, de todos modos, nos ha costado, encima, a todos un ojo de la cara y lo que te rondaré, morena, porque el tal Junqueras, esa lumbrera, ya ha amenazado: «Si España no acepta negociar, Cataluña no pagará su deuda». Con eso ya contábamos, por lo que, en vez de dar un euro más a la Generalidad, habría que haber empezado hace ya tiempo a ir descontando. En cualquier caso, incluso si los independentistas desleales, insolidarios y desagradecidos, se creen las cifras que ellos mismos han fabricado, dos de cada tres catalanes se quedaron en casa el domingo y no fueron a votar, y de los que fueron y hasta votaron más de una vez, un veinte por ciento dijeron que no a la independencia; así que, como mucho, un tercio de los catalanes y asimilados con derecho a voto estarían por la labor de la secesión. Ya me contará el Mas, expendedor de chulería de barrio, en dónde está el éxito de eso que hasta el diario francés Le Monde ha definido «un voto para nada». Personalmente, lo que de verdad me preocupa y me indigna es que el Presidente del Gobierno de mi país nos contara aquello de que «el Gobierno tiene una estrategia», y aquello de que, «mientras yo sea Presidente del Gobierno, nadie romperá España», y ya hemos visto todos, otra vez más, lo que el Gobierno ha hecho; lo que me preocupa es comprobar para qué sirven las sentencias del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo de mi país; lo que me preocupa y me indigna es cómo nos lo han contado los medios de comunicación, no sólo los catalanes, sino prácticamente todos, que ni que fueran unas elecciones generales normales; los que me indignan son algunos jueces, algunos dirigentes de la policía; lo que me preocupa muy seriamente es que aquí el Estado de Derecho brilla por su ausencia; lo que me indigna es que el ébola del separatismo nos robe a los ciudadanos españoles el derecho a decidir, todos, sobre lo nuestro; lo que me indigna es que no se quieran crear víctimas y se quiera dialogar con quienes se sienten ganadores y nos toman a todos por víctimas y encima se ríen al hacer como que votan; lo que me preocupa es que la Ley está para algo, igual que las mayorías absolutas a un partido político; pero aquí, si te he visto, no me acuerdo; lo que me preocupa es que, aquí no sea verdad, como lo es en todas partes, eso que dice un editorial de ABC, que «la ley no se ruega, se impone»; lo que me fastidia muchísimo es lo difícil de cicatrizar que son estas heridas a la justicia, a la convivencia, a la razón y al sentido común, por lo que se ve, el menos común de los sentidos. Lo que me preocupa es la razón que tiene Ignacio Camacho al escribir: «Cataluña representa la ruptura territorial; Podemos, la ruptura política; y la corrupción, la ruptura social; y este triple peligro comienza ya a afectar a la reputación de España». Lo del domingo no tiene efectos jurídicos, dicen. No los tendrá, pero tiene efectos políticos, propagandísticos y, sobre todo, morales, mucho más temibles, en esta pobre España nuestra, que los jurídicos.