Los vecinos de un barrio chabolista de Málaga toman la palabra: «Aquí me ahogo»
La Universidad de Málaga, con apoyo de la Fundación Foessa, recogieron los testimonios de los habitantes de Los Asperones en el informe Voces que no(s) cuentan. «Necesitan una salida ya», subraya el responsable
En Los Asperones (Málaga) —y en cualquier barrio chabolista del mundo— «la gente no te dice “sufro factores de riesgo de exclusión”, sino cosas como “en mi vida, tengo muros”», señala Cristóbal Ruiz Román, profesor de la Universidad de Málaga. «Y esas palabras dicen algo más que los términos científicos no son capaces de expresar: el muro te paraliza, te quita el horizonte, te golpeas contra él». Por eso, en el grupo de investigación sobre Educación y Cambio Social de la Universidad de Málaga (UMA) decidieron estudiar qué metáforas e imágenes utilizaban para referirse a su situación los vecinos de este barrio, construido hace 35 años entre el desguace de coches, el cementerio y el basurero para realojar a familias en extrema pobreza. Iba a ser algo provisional. Pero la solución definitiva nunca llegó.
El deterioro y las reparaciones convirtieron las casas prefabricadas en chabolas. Los hijos de las primeras familias formaron las suyas propias y se instalaron allí, pues con los trabajos precarios que —en el mejor de los casos— consiguen no pueden permitirse otra cosa en una ciudad en boga como Málaga. Frente a este abandono, y después de 15 años investigando en el barrio, el equipo de Ruiz Román quería que «quedara constancia en alguna parte de las voces» de estas 290 familias, casi todas gitanas; y «entender la pobreza desde su vivencia, desde sus entrañas». Que hayan llegado a compartir algo tan íntimo solo ha sido posible gracias a que todos los miembros del grupo tienen una implicación personal: Ruiz Román es voluntario allí, varios compañeros fueron educadores sociales y Patxi Velasco Fano —más conocido en su faceta de dibujante— dirige el colegio público, María de la O. El proyecto ganó el Premio de Investigación de la Fundación Foessa, que los ha apoyado para llevarlo a cabo. Acaban de presentar los resultados, con el título Voces que no(s) cuentan.
En medio de una realidad que les asfixia, al grupo de investigación de la UMA le impactó que los vecinos de Los Asperones dijeran, de distintas formas, que «el colegio es el alma del barrio». Es decir, desarrolla Ruiz Román, su «soplo de vida». «Es bonito que cuando habla de los problemas, la gente dice “el Ayuntamiento” o “el Gobierno”. Pero al hablar del colegio nombran a las personas, como la maestra Pilar», abunda Velasco Fano. Se trata de un centro en el que todos los docentes están voluntariamente. «Llevamos muchos años y se genera un vínculo». El personal no solo enseña: da desayuno y comida, ejerce de paje con los Reyes Magos o ayuda a gestionar unos papeles. «Cada vez que hay un duelo, la cocinera lleva un puchero a los que están velando. Y cuando nace un bebé dicen: “Vamos a que lo vea Patxi”».
Es el fruto de 35 entrevistas con 40 personas. O, mejor dicho, de 35 conversaciones que, a pesar de tener un guion preparado, nacían de un «¿nos tomamos un café?», un «me acerco a tu casa» o un «vente por el colegio y hablamos», explica Velasco Fano. Después, analizaban los diálogos para descubrir cómo describían los vecinos de Los Asperones su realidad. Por ejemplo, solían decir «me ahogo» o «me falta el aire»; palabras que señalan la ausencia de algo imprescindible para sobrevivir. La misma idea se mostraba en expresiones como «aquí se vive al 50 %» o «esto es un cementerio de vivos». Todo «tiene que ver con la vida y el derecho a una vida digna», apunta Ruiz Román.
Otro tipo frecuente de metáforas eran las que relacionaban la pobreza con «una rotonda sin salidas»; «la noria del hámster: corres y corres pero no vas a ningún lado», o «arenas movedizas, que por mucho que andes te atrapan». «Así expresaban la sensación de hacer un esfuerzo por salir de esta situación pero no conseguirlo. Aunque a veces parezca que esta gente está parada, no es porque no haga nada, sino porque está exhausta de dar vueltas», abunda. Estas expresiones traslucen una realidad emocional que pone de manifiesto los «altos índices de depresión y frustración» que se sufren en entornos de pobreza. Otras metáforas dan cuenta de la insuficiencia de las intervenciones en la zona, que «en cierta medida han cronificado la pobreza» porque, como decía uno de los vecinos, «con una tirita no se cura una gran herida».
Un aspecto interesante de Voces que no(s) cuentan es, para Ruiz Román, que «este informe lo puede leer cualquiera», pues no está lleno de la jerga de los especialistas. «Esto también permitió dar una visión humanizadora al presentarlo ante políticos», añade Velasco Fano. Iba acompañado de una segunda parte, esta sí más técnica, que incluye las valoraciones y propuestas de los autores. La principal conclusión, en palabras de Ruiz Román, es que «ese barrio necesita una salida ya. Y tiene que ser una salida en la que ellos puedan participar» decidiendo cómo se hace. «Hay muchas familias en situaciones muy diversas: mayores, personas dependientes. No puede haber una única solución para todos».