Es el Señor - Alfa y Omega

Es el Señor

Viernes de la Octava de Pascua / Juan 21, 1-14

Carlos Pérez Laporta
La pesca milagrosa. Jean Jouvenet. Museo del Louvre, París (Francia) Foto: Ninara.

Evangelio: Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:

«Me voy a pescar». Ellos contestan:

«Vamos también nosotros contigo».

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

«Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron:

«No».

Él les dice:

«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:

«Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

«Traed de los peces que acabáis de coger».

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres.

Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:

«Vamos, almorzad».

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Comentario

Jesús aparece y desaparece. Entre apariciones los discípulos no saben reconocer a Jesús resucitado. Y como no saben reconocerlo tampoco saben seguirlo. No tienen ni idea de qué es lo que tienen que hacer ni a dónde tienen que ir. Dependen todavía de esas apariciones, que siempre se les quedan cortas. Por eso, entre aparición y aparición, vuelven a hacer lo que habían hecho siempre: «Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar”. Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo”».

Si ya la experiencia del trabajo era dura antes de conocer a Jesús, ahora lo es mucho más estando sin Él después de haberlo conocido. Una noche estéril de pesca antes de conocerle podía tolerarse: antes de Él, el mundo era así, y, a veces, tenía esos vacíos sin sentido. Sin embargo, Jesús había llenado todos sus días de una plenitud que ahora hacía imposible sobrevivir a su ausencia: tenían más claramente que nunca la sensación de que sin Él no podían hacer nada, ya ni siquiera pescar: «Aquella noche no cogieron nada». Aquel vacío era doblemente hiriente: sin la presencia de Jesús, la inutilidad de sus esfuerzos estaba duplicada, porque habían conocido una productividad inaudita cuando actuaban en nombre de Jesús. Habían vivido pescas milagrosas, habían visto convertirse agua en vino y habían repartido panes y peces para miles de personas; además, habían podido curar enfermos con sus propias manos y expulsar demonios con su propia boca.

Por ese motivo, Jesús se aparece. Quiere mostrarles que si actúan en su nombre la gracia sobreabundante de su presencia desbordará sus acciones: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». Y la pesca fue tan grandiosa que fue divina. Por eso Juan le reconoce presente en las obras, y lo dice: «Es el Señor». ¡Es el Señor quien lo ha hecho! Es del Señor toda esta abundancia. Él está presente en sus obras.